16 junio 2005

Astrud. Perfección insatisfactoria



¿Qué le falta a Astrud?

Ya no les falta, desde luego, un sello que les apoye. Su fichaje por la barcelonesa Sinnamon ha resultado ser una de las mejores noticias que podía esperar el languideciente movimiento alternativo de nuestro país, sobre todo tras el tortuoso paso por Virgin. Es lo primero que notamos en el directo. Dentro de las estrecheces que, en el mundo que nos ha tocado vivir, sufre la mayor parte de los músicos que pretenden ser honrados consigo mismos, el dúo conformado por Genìs y Manolo ha podido acceder a unos medios, tanto en el estudio de grabación como fuera de él, que hace poco no se hubieran podido permitir. Por fin, Astrud utilizan una batería y un bajo; antes (y cuando digo antes me refiero a unos años en los que la vorágine del revival ochentero nos hacía ver señales de esa década donde no las había) pensábamos que el hecho de llevar las bases rítmicas pregrabadas respondía a una manera de entender y ejecutar el pop heredada de pioneros de la música electrónica, esa que, agonizando la década, castigó las listas de éxito con las innumerables recopilaciones que llevaron por título “Synthesizer”.

Astrud... La eterna promesa. El talento que algún día tiene que explotar de una manera definitivamente convincente para demostrar y consagrar todo aquello que, desde sus comienzos, han venido insinuando que llevan dentro.Sus dos primeros discos habían quedado dañados, tristes, terriblemente encorsetados por su propia pose. Melodías perfectas y letras brillantes, desperdiciadas en su mayor parte al quedar constreñidas por ineficaces programaciones, desesperantes producciones y el irritante virtuosismo de Manolo en la voz.

Astrud siempre apostó por el órdago, y eso es algo que debe ser aplaudido, pero su jugada era arriesgada, y por eso su tramoya neo-dadá sólo se sostuvo gracias a elementos aislados de calidad indiscutible, tanto por su belleza como por su producción, del tipo de “Europa”, inexplicablemente condenada al ostracismo en esta gira, “La culpa”, “El amor era esto”, o “La boda”, las composiciones donde Astrud habían logrado arribar a esa excelencia en su arriesgado juego de funambulismo. Es indudable desde luego que, cuando Manolo y Genìs alcanzan la difícil conjugación de surrealismo, dadá, virtuosismo y pop que persiguen, resultan una pareja artística intratable. Por eso, precisamente por eso, se antojó asombroso que prescindieran en la noche del jueves de “Europa”, un tema que aúna todos estos parámetros estéticos, el tipo de trabajo que otorga a Astrud la condición de inimitables; en definitiva, un insulto a sí mismos, a su propia trayectoria, a su público, que, con una paciencia de Santo Job, espera, siempre con el filtro solar en los ojos, la próxima conjunción de astros del dúo.

Lo hermoso de todo esto es que la genialidad siempre acaba acudiendo, que para los que ya habíamos perdido la esperanza tras el infumable EP producido para el vídeo de Carles Congost, o, sobre todo, el incalificable destrozo cometido con el himno del movimiento indie de los noventa (“El bello verano”, de Family), apareció el momento estelar cuando ya no mirábamos al sol ni siquiera con el culo de una litrona.

El EP “Todo nos parece una mierda”, contenía dos perlas que, rápidamente, lo llevó a consagrarse como clásico, y, sin lugar a dudas, como la obra más relevante del pop español de 2004. La canción que da título al single, y la trilogía “Capricho español”, vinieron una vez más a confirmarnos que, cuando Genìs y Manolo dan con la manera de dotar a su talento de concreción física, podemos esperar lo mejor de ellos.

El concierto de la Sala Arena no acabó de desentrañar las dudas que todavía despierta el dúo barcelonés. La voz de Manolo continúa resultando demasiado empalagosa, demasiado dulce, demasiado medida, demasiado precisa, rozando la épica por momentos, y condenando a temas como “Cambio de forma” a potencial balada heavy. Así sucedió también con algunos de los títulos de “Performance”, que adquirían dimensiones propias de la peor época de Queen. Lo positivo es que Astrud tienen tanto talento como para ofrecernos esas joyas de las que hablábamos antes: “Hay un hombre en España” y “Nuestros poetas”, dos odas sarcásticas, y mucho más dramáticas de lo que pudieran parecer al primer golpe de oído, al modus operandi de la mentalidad de la España más profunda, que, no nos engañemos, sigue siendo la mayoría. Derrotismo, victimismo, envidia, miseria intelectual y vital... todo un repaso, de una lucidez desconocida, a las verdaderas conductas de un país cainita, avergonzado de su historia (la buena y la mala), acomplejado, eternamente dividido, inepto y ciego en la percepción de matices y en permanente crisis de identidad.

Un sonido muy mejorado respecto a otras ocasiones, a pesar de las limitaciones acústicas de la sala, acompañó al dúo. Talento en estado latente, siempre en stand by, a la espera de que una inspiración muy cara les roce con su varita mágica, pero, como mínimo, siempre cerca de la calidad y del compromiso consigo mismos (aunque uno no pueda evitar que sería de sus melodías y sus letras en otras manos) y muy por encima sin dudarlo, de muchas otras vacas sagradas del pop rock alternativo (y no tan alternativo) de nuestro país.

Lástima de plagios (a compañeros)... lástima de corsés... lástima de manierismo... la pregunta, no obstante queda respondida. El hecho diferencial del talento pop es la frescura y la espontaneidad, elementos que en Astrud asoman en tan contadas ocasiones que su trabajo nos acaba produciendo miedo a la muerte estilo imperio y depresiones biedermeier... mira lo en serio que me lo tomo... ¡Ay!