19 junio 2006

Aprendiendo a sufrir


"Para jugar bien, Raúl necesita estar enfadado". Es una frase que ha repetido Jorge Valdano muchas veces. Y, probablemente, Raúl no sea el único futbolista que precise de un estado de rabia para alcanzar su máxima eficacia. Lo que lo ha hecho siempre diferente es que se volvía irascible y, por tanto, eficaz, con inusitada facilidad. Además, hoy tenía motivos para no estar contento. Era suplente, y suplente indiscutible, quizá, encontrándose al cien por cien físicamente, por primera vez en su carrera .

Definitivamente, este equipo de España es el que está ofreciendo un juego más alegre en los últimos veinte años. Toca la pelota con esteticismo y eficacia. Ya no es el juego inoperante de hace unos años, cuando el irritante tecnicismo de nuestros medios no cuajaba en resultados ni proporcionaba verdadera mordiente al ataque.

La selección ha encontrado verdaderas referencias creativas. Los dos Javieres (Xavi y Xabi) han cargado el equipo a sus espaldas, tanto en un partido de cara, como fue el de Ucrania, como en el choque ante Túnez, duelo en el que se ha dirimido la verdadera clase y solvencia de un equipo que, indefectiblemente, sufre con el marcador en contra. Xavi se ha ofrecido; jamás ha dejado huérfana la línea de creación. Mientras, Alonso ha estado en todas, rematando desde fuera del área y, cercano al descanso, casi convirtiendo en gol un testarazo, lo que podría haber sido más acorde a la realidad de ambos equipos. El medio centro del Liverpool ha sido declarado jugador del partido. Todo un síntoma.

El dúo de centrocampistas ha mantenido el tempo del encuentro hasta que sus propios compañeros los han desbordado, machacados por la ansiedad.

No importa. Hay alternativas. Si perdemos el criterio con la pelota, aguardan soluciones en el banquillo. Soluciones frescas, pero experimentadas. Se llaman Cesc, se apellidan Iniesta. Y tanto da que juegue uno como otro. El equipo vuelve a tomar el balón bajo el mando del veterano Fábregas.

Y los goles llegan. Y marca Raúl. Marca en su sitio. En el área pequeña. En un golazo de listo, de oportunista, de los que le hicieron grande. Porque Raúl ha sido el oportunista con más recursos. Ha utilizado exterior, interior o puntera, según ha convenido a cada jugada. No se caracterizó por marcar con la rodilla o con el codo, sino por pensar rápido y optimizar sus recursos. Eficaz. Y eficiente.

Antes, el galardonado seleccionador de Túnez, Roger Lemerre, había dado un mensaje de entrega a sus jugadores sustituyendo a Bouazizi, uno de sus jugadores más destacados.

España ha salido ganadora de un envite complicado, pero en el que no debería haber padecido tanto. El partido tiene una doble lectura. Sabemos sufrir. Sufrimos en exceso.

Desde aquí (desde la barrera) se ve claro que, pese a todo, Fernando Torres no está respondiendo a la confianza depositada en él por Luis Aragonés. Su primer gol, un golazo de genio, es un espejismo, comparado con la aptitud demostrada en los 180 minutos restantes del mundial. Un alma en pena que afronta el área acogotado por los nervios y la responsabilidad. El clásico jugador “de y para la selección”, capaz de lo mejor y de lo peor, pero sobre todo de esto último. La ejecución del penalti, inadmisible, teniendo en cuenta que el equipo navegaba ya con viento a favor. No es un delantero centro de garantías. No es un futbolista que merezca ser llamado ariete. Necesita que se lo den todo hecho. No es seguro en el mano a mano. No es capaz de hacer medio regate. No golpea a puerta si el balón no le llega a mil por hora...

Es una apuesta personal de Luis. Le está saliendo bien. Ojalá dure. Ojalá sea él el que se contagie del espíritu que impera en el colectivo, y no al contrario. Seguimos. Los octavos esperan. Y con mucho tiempo por delante.

Isaac Lobatón

16 junio 2006

Talento trasvasado

(...) Santiago Segurola deja su cargo de redactor jefe en Deportes para ejercerlo en Cultura y Babelia. Nacido en Barakaldo (Bilbao) en 1957, es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco. Su trayectoria en EL PAÍS se remonta a 1986, cuando comenzó a trabajar en la delegación vasca como comentarista deportivo. Tres años después se trasladó a Madrid para integrarse en la sección de Deportes.

A Segurola le sucede José Vicente Sámano(...)


El País - Sociedad - 16 de junio de 2006


José Samano es bueno. Son muchos los años que llevo leyéndole en El País, pero no es lo mismo... Segurola era (es) diferente a todos.


Pertenece a esa grey de la clase periodística que ha luchado por no ver reñidos deporte y cultura, como Ramón Trecet o Pedro Barthe. Hablando de Trecet, recuerdo una vez que, en El Larguero, José Ramón de la Morena le regañaba, echándole en cara que ya no era nadie en el mundo del periodismo, que sus tiempos en la NBA habían acabado (por desgracia para el espectador y por suerte para el repelente Andrés Montes) y que sólo le quedaba la columna del MARCA. ¿Se puede ser más indocumentado? Seguramente, de la Morena, que se las da de campechano y de hombre del pueblo, y que no ha pasado de Café Quijano, ignora que Ramón Trecet dirige un clásico de la radio española fundamental para la difusión y conocimiento de música más allá del pop, como es Diálogos 3. De hecho, como la mayor parte de los locutores de esa casa, es funcionario, no corre el riesgo de ser despedido y, por eso, hace lo que le viene en gana, y nos ofrece todo aquello que él considera digno de ser conocido dentro del peliagudo ámbito de las Músicas del Mundo.

Perdón por ponerme tan vitriólico, pero detesto esa actitud que pretende disociar la cultura del deporte y el deporte de la cultura. Ambos son perfectamente compatibles, y trayectorias como las de Santiago Segurola lo avalan categóricamente.

Volviendo a él, lo que siempre me pregunté es de dónde sacaba este hombre el tiempo. Tiempo para, por un lado, llevar a la excelencia la práctica de su profesión, prestando atención y conociendo en profundidad muchísimas modalidades deportivas; en especial, baloncesto, fútbol, atletismo, natación y fútbol americano, iluminándonos no sólo en el presente de estas disciplinas, sino también en su pasado más glorioso y remoto, y analizando, muy a menudo, la vertiente semiológica del deporte, su contemporánea condición de reflejo de la sociedad que lo practica. Del mismo modo, Segurola es un experto conocedor de las grandes plumas del periodismo deportivo mundial y, sobre todo, de la historia del mismo, cualidad, que yo sepa, sin parangón en el área que nos ocupa.
Siempre vamos a recordar sus comentarios independientes, certeros y valientes. Se me vienen a la memoria dos: Uno, después de un partido de la selección en la época de Camacho, cuando todo el mundo coincidía en que el equipo tocaba, tocaba, pero faltaba gol, aunque nuestra técnica era superior a la de cualquiera; él acertó a calificar el juego de "masturbatorio", ante la, casi, indignación de sus contertulios. Tenía razón.
Recuerdo otra opinión, más lúcida si cabe. Una columna en El País, durante el pasado mundial, se titulaba: No diga Verón, diga nada. Yo tampoco entendí nunca las expectativas creadas sobre ese futbolista, pero no había oído decir nada a nadie hasta entonces.
Son sólo dos ejemplos.
Cuando Billy Wilder murió en 2002, mi sorpresa fue mayúscula al abrir el periódico y ver cómo la noticia principal, el "Ha muerto Wilder" que abría la sección de Cultura a toda página, no estaba firmado por Ángel Fernández-Santos, sino por Santiago Segurola.
Y es que antes he hablado de tiempo. Resulta que nos encontramos ante una persona que, además, ha visto todo lo visible en cine y escuchado todo lo audible en música, especialmente en rock, country y jazz, disfrutando de nombres que van desde Dylan hasta Wilco, pasando por los más pequeños grupos del pop español independiente, como La Costa Brava o Astrud.
Por eso no me sorprende que asuma esas nuevas responsabilidades en su periódico, y espero que logre, por poner un ejemplo, desprender a Babelia de esa irritante pátina de elitismo y sectarismo que la acompaña desde hace unos años.
Quizá la cultura haya ganado bastante, pero el deporte pierde una de esas figuras diferentes.
Isaac Lobatón

Están locos estos mundanos...

A mí, Pilar Rahola siempre me cayó bien. Me parecía divertida y, además, tenía su morbo. Desde luego, era mucho más simpática que el eterno enfadado Carod-Rovira. Incluso una vez me respondió a una pregunta que le hice sobre una columna suya en El País, demostrándome que era capaz de encajar críticas y sugerencias constructivas. La borraron del mapa y ERC empezó a crecer, de lo cual podría deducirse que el independentismo parte de una base importante de enfado, pero esa es otra historia.

Me he acordado porque, hace ya diez años, en la Eurocopa del 96, fue ella la que consagró e hizo oficial una idea entonces escandalosa, como era el hecho de que le daba igual lo que España hiciera en dicho torneo. Era más, ella prefería que perdiera. Yo reconozco que, en aquel momento, y, sobre todo, con 18 años, la Rahola me pareció lo peor. En la actualidad, lógicamente, me la trae al pairo lo que desee nadie, nacido o no entre estas cuatro rayas de tierra, sobre nuestra suerte en el mundial.

Viene esto a colación porque hoy, en una cafetería, he tenido acceso a la contemplación estupefacta de una portada insólita. Definitivamente, P.J. Ramírez (que no tiene nada que ver con P.J. Harvey, para los despistados) ha perdido el Norte. Hablar de cómo ESPAÑA se colma de exaltaciones y efervescencia patriótica tras el partido de ayer, es un recurso que me deja, cuanto menos, descolocado.

Las reacciones de los políticos, sin embargo, tampoco han tenido precio. Ni las de Blanco (clásico elemento más del SOE que del PSOE, esto es, casposo), ni las de alguien del PP que no recuerdo, ni tampoco las de Carod -“que gane Polonia”-, entrando al trapo torpemente como siempre. Además, incluían las declaraciones de Artur Mas -“si no puede jugar Cataluña, que gane España”-, una de las pocas figuras del género que está demostrando cierto saber hacer en los últimos tiempos. Hay que puntualizar que todas las frases desprendían el insoportable tufo de la descontextualización, el más socorrido camuflaje de la manipulación.

Lo más divertido, no obstante, era el análisis exhaustivo de cómo Cuatro -“perteneciente al grupo periodístico más cercano a las tesis nacionalistas”, algo así escribían- había fomentado con su retransmisión el españolismo. ¡¡Toma ya!! ¡Eh! Con la retransmisión y con toda la promoción de la programación del mundial, porque, atención: "¡¡¡¡Sus presentadores se han maquillado la cara con banderitas de España!!!!"

El caso es que acaba uno harto. Llevamos oyendo, creo, desde que se aprobó la Constitución (y desde unas cuatro décadas antes) que el país, la nación, el estado, se desmembra, palabra que, por otra parte, no aparece en el DRAE. El iluminado que tuvimos por presidente acuñó o popularizó, irresponsablemente, el demagogo y alarmista término de balcanización.

Desde hace, mínimo, 10 años, cada vez que empiezan los mundiales o la copa de Europa, toda esta pandilla de chiflados consigue persuadirme de que va a ser la última vez que vamos a ir juntos a una cita internacional.

Honradamente, si eso fuera así, sería una pena. Así lo pensaba cuando Pilar Rahola acabó con mi inocencia (y no en el sentido que hubiera sido más lúdico) en un Larguero de junio del 96, y así lo pienso ahora. Y la principal lástima no sería para P.J., ni para F. Jiménez, sino para los propios jugadores, que, entre otras cosas, verían seriamente mermadas sus posibilidades de realizar un papel digno en un torneo internacional.

Yo no creo que la gente que había ayer en Colón estuviera pensando “puto Carod” cuando Puyol hizo la jugada que hizo. Y mira que veo fachas, ultras y falangistas pasar por allí como para tener motivos y pensar mal. Lo que no niego es que, quien se levanta todos los días con intenciones de pasar el día enfadado, cuenta con muchas posibilidades de lograrlo.

¡Feliz Mundial a todos!

Iosu Pongo, firma invitada

14 junio 2006

España se posiciona

Tanto recordar Méjico 86, y resulta que hemos jugado el mejor partido en un mundial desde la paliza a Dinamarca en “La Corregidora” de Querétaro.

Las cosas ya no marchan según lo previsto. Esta debía ser la cita de la prudencia. O del escepticismo disfrazado de ella, pero el equipo nos ha regalado un debut que justifica cualquier sueño por optimista que sea.

Antes del partido pensaba que el resultado, de ser favorable, costaría sangre. Sin embargo, creo que ha sido uno de los pocos partidos de España donde no he oído ninguna invocación a la furia, ni en la tele, ni entre mis acompañantes, ni en los corrillos y tertulias posteriores.

¿Será porque no ha hecho falta furia? ¿Será porque es más fácil ganar jugando fácil, sin enredar con caprichos de entrenador en las naturales cualidades del colectivo?

España ha tenido la pelota, pero no para marearla como otras veces, sino para profundizar durante todas las fases del partido, con soluciones rápidas y eficientes y una clarividencia infrecuente. El equipo se ha movido como una ameba, sin prisa pero sin pausa y muy uniformemente, con todas las líneas juntas, combinando perfectamente desde la defensa hasta las líneas de ataque para abrir muy pronto el marcador.

Porque un gol tempranero posibilita una ventaja importante de cara al resto del partido, pero era un tanto muy buscado, precedido de un tirazo de Senna desde 25 metros, y el córner ha sido forzado tras una peligrosa penetración de Pernía. En el minuto 17, y como pocas veces se ve, el partido quedaba decantado con el 2-0 de Villa, pero es que Ucrania no ha dado sensación de peligro en ningún momento.

Línea a línea el equipo ha estado perfecto, demostrando que cuenta con el centro del campo más completo del campeonato, pero sería muy injusto pasar por alto la actuación de aquel jugador que Iván Campo quiso ser y no pudo.

Puyol ha estado en todas las partes del campo. Ayudando al medio campo, a la creación ofensiva, organizando el repliegue de su línea, liderando al equipo en definitiva. Gran Puyol. Incalificable. Su jugada, una genial mixtura de coraje, técnica, fuerza y fe, no merecía menos que la perfecta definición (“cómo definiste...”) de Fernando Torres, quizá el único jugador que ha sembrado alguna duda a lo largo del partido.

Por una vez, no sólo estamos donde tenemos que estar sino como debíamos estar. Sin angustias, sin favores, sin estrés... Es lo que debíamos hacer. ¡Así me lo aprendí yo! Eso no implica ni que fuera fácil ni que el espectáculo de hoy no haya tenido mérito, pero España, de momento, está a la altura de su categoría. Además, podemos afirmar con la cabeza bien alta que la selección realizó ante Croacia un gol y medio más que Brasil.

Ningún país ha tenido mejor debut ni ha mostrado una superioridad tan manifiesta. En manos de Luis y sus muchachos está aprovechar este momento. Túnez y Arabia (éstos sí que no) no deben ser obstáculos para alcanzar la primera plaza del grupo.


Isaac Lobatón

P.D.: Sigo reivindicando mi derecho a firmar en rojigualda, como haría cualquier británico, italiano o francés en esta época. Además, tiene su punto: si se lee sólo lo rojo, parece un nuevo invento hortera latino de la factoría Estefan: ¡El Isatón!

P.D. 2: Por indicación de un amigo italiano, rectifico el “Forza Italia” de hace unos días, frase registrada por Silvio Berlusconi (algunos por ahí sí que se adueñan de lo que es de todos). ¡Forza Azzurri!

P.D. 3: Si queréis hacer comentarios, podéis aquí mejor que en mi correo electrónico. Ello dará vidilla al blog.



12 junio 2006

En el país de la lógica


Tragarme mis palabras he. Italia ha sucumbido a la dictadura del tunning en la camiseta. Números en dorado, dos tonos de azul y una improcedente raya negra. No entiendo nada. En fin... Tremenda decepción. Da igual. El italiano sigue siendo, juegue quien juegue, el equipo que cuenta con los componentes más guapos pese a las horteradas imperantes, en este caso, un diseño “cometido” por Puma. ¿No era ésta una empresa europea? Corríganme zi me hequiboco.

Hablando de fútbol-fútbol: ni una sorpresa. Ni una. Tan sólo el triste empate de una Suecia, que tampoco es gran cosa en el panorama internacional, ante los animosos trinitenses.

Los favoritos han sufrido para ganar, pero han acabado ganando. Los equipos representantes del llamado fútbol emergente no han hecho más que inquietar a los históricos, con mayor o menor intensidad, otorgando un punto de emoción necesario en este tipo de torneos.

Parece que el dominio de los equipos españoles en los últimos años haya servido, sobre todo, para que nuestros vecinos se contagien de esa característico victimismo que conformó siempre el carácter de nuestros deportistas, esa manera tan nuestra de guardarnos las espaldas ante cualquier debut que no sea eurovisivo, el único evento en el que siempre (alucinante) creemos partir como favoritos:

ALEMANIA: "¡Ehhh! Si perdemos es que tenemos mucha presión, ¿eh? Somos los anfitriones y, ahora que no nos oye nadie... yo tampoco confío en nuestro seleccionador.

ITALIA: "Con la crisis que tenemos, suficiente habremos hecho si superamos la primera fase".

INGLATERRA: "Es que Rooney no está bien".

Y así podríamos seguir, pero el hecho es que, justamente en el mundial de Alemania, la lógica se está imponiendo de manera aplastante. Quizá sea España el primer sitio donde, un mal día, se utilizó ese tipo de adjetivo tan característico para la definición de los equipos mediocres. ¿Acaso no dicen que nuestra lengua es tan rica? "Correosos" para Corea del Sur y Japón; "disciplinados" para los equipos del Este; "rocosos" para los noruegos; "imprevisibles" y "atléticos" para los africanos... El resto, es decir, Brasil, Alemania, Argentina, Italia y Francia son, sencillamente, "superiores".

Sin embargo, esta actitud de inferioridad no nos ha impedido poner en duda la trayectoria de una escuadra como la italiana, protagonista el lunes del, hasta el momento, mejor partido del mundial. Admito que el equipo de Marcello Lippi (al que me cuesta horrores no llamar Filippo a pesar de que no tenga nada de Fra) estuvo irreconocible, pero la electricidad del partido permite afirmar desde ya que Italia se ha presentado firmemente como candidata al título final. Cuando escribo estas líneas, todavía unos necios en la tele aseguran que Italia sólo ha corrido; no sé los nombres de esos muchachos y tampoco me interesa; si me interesaría conocer si creen que España habría podido tener posibilidades ante Ghana.

Mañana juega Brasil. Debe ganar sin problemas. Y ganará.

Pasado mañana juega España. También debe ganar sin problemas. Dejarse de pamplinas y abandonar las coartadas de equipo de medio pelo.


He llegado a la conclusión de que estoy viendo el mundial sin plataforma digital, sin TDT y, ni tan siquiera, con antena parabólica, es decir, con los mismos medios técnicos que hace veinte años (tanto rollo...). El mundial que, creo, marcó nuestro pasado reciente. En esta pantalla vi los cuatro goles del Buitre ante Dinamarca, días más tarde cómo Ceulemans adelantaba a los belgas y cómo Miguel Muñoz metía a Señor en los últimos minutos mientras yo protestaba y mi madre trataba de consolarme: -“...gol de Señor...”. Luego, efectivamente, Señor empató, aunque llegó la tanda de penaltis. Más tarde, recuerdo el segundo gol de Argentina en la final ante Alemania, transformado por Valdano tras un certero contragolpe: “¡Cómo definiste, ché, cómo definiste!”- cuentan que le dijeron... Palabras igualmente certeras. Ojalá definamos nosotros igual de bien algún día.

Isaac Lobatón

P.D. Ah, por cierto. Mientras dure el Mundial y hable de fútbol, envolveré mi nombre en esos colorines. Lo aclaro para que nadie se confunda. No tengo nada que ver con Losantos ni nada de eso, ¿eh?

09 junio 2006

De copas y camisetas


[En unos días trataremos de ponernos al día con los temas que han marcado la actualidad, la musical y la otra]

Cuando escribo estas líneas, resta poco más de media hora para el inicio de la Copa del Mundo.
Será que me hago mayor, pero este año lo estoy viviendo de una manera mucho más relajada. En el armario, no obstante, espera su estreno una camiseta de España, réplica de la adidas del mundial 82, que me compré hace dos años, una vez que Nuno Gomes ya nos había eliminado de la Eurocopa de Portugal.

Siempre he sido un fetichista de las equipaciones de España. Bueno, de España y de todos los equipos. Es algo que, supongo, nos caracteriza a los hombres, así a grosso modo. Las que más nos suelen gustar son las de nuestra infancia, cuando del diseño puro que sólo contenía los colores representativos de cada equipo, se pasó a una intervención, tímida en un principio, de la casa fabricante de cada zamarra.

Así, la camiseta más bonita que ha tenido España es, sin lugar a dudas, la que vistió entre 1982 y 1984, la que protagonizó momentos antagónicos de la historia de la selección, como nuestro mundial y la goleada a Malta. El pantalón era de un azul muy claro, muy pastel, semejante al que visten ahora los chicos de Luis, y los números y el logo de adidas iban en blanco, no en amarillo, que me parece un contraste brusco, hortera y chillón (hace unos años en el F.C.B. por motivos de antimadridismo sacado de madre, también se sustituyó el blanco de los dorsales por ese amarillo-dorado-tunning).

La camiseta de España ha pasado por momentos terribles, tendiendo en las últimas citas, por fortuna y aunque nunca será lo mismo, al modelo clásico de adidas, con rayitas con los colores nacionales en las mangas.

Siempre me llamó la atención que las dos selecciones que yo considero más serias, Brasil e Italia, no padecían de grandes injerencias de los diseñadores sobre el clasicismo de sus elásticas. Tampoco Alemania, salvo esa infame bandera que llevaron cruzada un poquito más arriba de los pezones entre finales del 88 y principios de los 90. Me refiero, sobre todo, a un facor capital: el color, no a cuestiones de talle o de longitud de la calzona. Nosotros pasamos del rojo pasión al granate con una facilidad pasmosa. No me parece serio, pero no importa, aunque diría que no deja de ser sintomático.

El peso de la camiseta, el respeto y la intimidación que suscite en los rivales, no se obtiene manteniendo a lo largo de los años y de las citas mundialísticas y europeas una determinada tonalidad, pero sí un determinado tono, alcanzando una cierta cota, de resultados y/o de juego, que construyan una historia, una tradición que defender.

La personalidad y la presencia que pueden llegar a transmitir al adversario unos determinados colores es un hecho más que conocido, por poner un ejemplo, para los aficionados del Real Madrid; el ejemplo más recurrente, la final de Champions de hace pocos años contra el Valencia. Ganó el mejor, pero no el que mejor fútbol había desarrollado en los meses precedentes y, ni mucho menos el equipo más fiable; era un Madrid que navegaba sin rumbo ni proyecto, y que arribó a aquel título merced a un formidable número de casualidades; la principal, encontrarse a un equipo en la final lo suficientemente inexperto como para no practicar su verdadero fútbol ante la escuadra de Di Stefano, Gento, Santillana, Butragueño y Raúl.

Dicen que la selección argentina siguió con expectación el enfrentamiento de cuartos de final de Méjico 86 entre España y Bélgica. Desde luego, desde el momento en que Eloy falló el quinto penalty de la tanda, los celestes se vieron en la final. Puede que aquel partido fuera más importante para nuestra historia de lo que se piensa. Una oportunidad irrepetible. Nada demuestra que aquella Argentina fuera mejor que la España de Miguel Muñoz, un equipo que practicaba un fútbol valiente, alegre y de toque, pero que, proveniente de una deplorable tradición, en cuartos de final sintió vértigo. Diferente hubiera sido un enfrentamiento en semifinales con Argentina.

El infortunio de aquel equipo puede que haya pesado decisivamente en el resto de eliminaciones que ha sufrido España en cuartos de final. Hasta que el equipo no llegue a una finalísima, nadie confiará en que pueda hacerlo. Suena a perogrullo, pero es el principal obstáculo: cuando, cada dos años, nos enfrentamos a una cita internacional, los jugadores tienen la responsabilidad de hacer lo que nadie ha hecho, que no es otra cosa que estar a la altura de su categoría, ni más ni menos.

Puede que esta vez lo consigan... las cosas buenas, dicen, vienen cuando uno menos se lo espera, no las elegimos nosotros. Yo, de momento, no he decidido si veré el mundial en Quatro, con el infame Hipólito, o en la Sexta, con un narrador mareante que es incapaz de callar un minuto, y al que no creo que se imponga ni el mismísimo Valdano, o quitarle el volumen a la tele y ponerle voz al partido con mi propia imaginación, soñando que mi añorado José Ángel de la Casa pone voz de nuevo a, simplemente, un resultado acorde a la categoría de los jugadores que nos representan.

¡Suerte para todos y a disfrutar!


Isaac Lobatón