24 agosto 2007

No pido mucho

Aunque, técnicamente, siga de vacaciones, voy a actualizar un poco esto. Entre otras cosas porque, en el post anterior, "qué asco que doy, cómo se me dispara el factor cursi".

Si no lo he hecho antes ha sido porque, cada año que pasa, me cuesta más afrontar la vuelta a la rutina. La gente pobre sólo tenemos tres o cuatro semanas al año para engañarnos soñando que somos diferentes a toda aquella masa a la que, en realidad, pertenecemos. El hecho de volver a cobrar conciencia de que uno no es más que un gusano impersonal que, además, paga impuestos a mí se me hace cada vez más duro. Yo quiero vivir eternamente en esa foto, por ejemplo. Es mía, la he hecho yo. Yo he estado ahí, sí.

Así, aun no he pasado -ni voy a pasar por el momento- por ninguno de los blogs de los visitantes de esta página, ni por Jenesaispop, ni por el blog de Richi, ni siquiera por el de Fran Nixon. En El Pais, apenas paso de la portada y... nada más. Enciendo internet únicamente para descargar música del Soulseek y en paz. Ya habrá tiempo de ponerse al día, de entrar de cabeza en las rutinas cotidianas y hasta de sentirse a gusto en ellas.

Este verano he estado diez días rodeado de nada. Eso si entendemos como "nada" la presencia mínima de esas cosas prescindibles y sustituibles que rodean nuestros quehaceres habituales, pero tenemos en cuenta los rebaños de vacas, cabritas, ranas, ovejitas, salamanquesas, cerdos y los innumerables insectos que vienen a recordarte que en su especie no todos son tan repugnantes como la cucaracha urbana.

Especialmente interesante fue mi experiencia con una rana que encontré dentro de la casa. No se quería ir, así que la cacé con un cuenco y luego salí para dejarla en el campo sobre una piedra. Le expliqué que estaría mil veces mejor ahí y entonces se giró y se me quedó mirando; así que estuve charlando un rato con ella hasta que alguien me dijo que dejara de hablar con la rana y pusiera la mesa y ayudara.

Creo que es necesaria una vuelta al agros. No nos damos cuenta de lo que tenemos. De todo lo que nos sobra. Suena a tópico. Incluso a esos discursos previsibles de perroflauta, pero lo pienso sinceramente. Y no hay más que echar un vistazo a nuestras rabietas cotidianas, a nuestros anhelos, frustraciones, a todo lo que hace que el día a día sea complicado. Empezando por los políticos, que nunca se preocupan de cosas importantes.

Deberíamos retomar el ostracismo, esa suerte de purgatorio civil que tan útil fue a los antiguos griegos. Yo propongo que el político que pase más de un mes hablando de imbecilidades sea condenado el mismo tiempo a cuidar vacas incomunicado, sin móvil, pero con todo lo que necesite para su tarea: Un buen caballo, un sombrero, jersey de lana, botas... Supongo que no hará falta a nadie que ponga ejemplos.

El gestor que, por ejemplo, se dedique a hacer obras civiles que no interesan a nadie sólo por llamar la atención, debería pasar tres meses por cada mes de incomodidades causadas. En este saco -ya sé que están pensando en él- no metería a Gallardón (fui conductor en Madrid y pienso que las obras eran necesarias; una vez acabadas, me parecen cojonudas) pero sí a nuestro diputado por Cádiz, Rafael Román, un hombre al que personalmente guardo gran aprecio pero que ha acometido la obra más inútil que uno pueda imaginar en pos de obtener un rédito electoral en las municipales que, como luego se ha comprobado, ha sido nulo.

Para los que no sean de Cádiz, aclararé que la entrada desde la autopista de Sevilla siempre ha tenido, al acabar ésta, un carril de unos ocho kilómetros. Luego, uno entraba en la capital, una ciudad pequeña y con sólo dos ingresos paralelos que, inevitablemente, tienden a colapsarse. Actualmente, se alternan en esos ocho kilómetros la vía de toda la vida de doble sentido (en construcción el desdoble) un tramo de autovía de dos kilómetros, un carril rerversible en el puente y vuelta a una vía de doble sentido que no da prácticamente opción a su duplicación. Es decir, el embudo sigue y seguirá.

Por el camino, árboles y lagunillas que han quedado desecadas para nada. También importante, pero no más que la naturaleza (al fin y al cabo las señales de tráfico están ahí para que sólo seamos cuatro tontos las que las respetamos) la inseguridad que, paradójicamente, ha aumentado gracias a la autovía, ya que la peña en seguida se pone a 160 sin atender a que sean dos ó tres kilómetros de doble carril. Se la trae al pairo esta circunstancia. Después vienen frenazos, volantazos y sobresaltos, además de los que produce el carril reversible de un puente construido en 1967 y que yo no sé si fue ideado para soportar tal carga de tráfico.

Cómo me he enrollado. ¿Ven? A poco que se lo curre, la rutina le da a uno mil motivos para crisparse, cuando lo importante son los terneritos, la lana de las ovejas y que la abeja libe bien de la flor. No sé si estarán de acuerdo en que iniciativas como esta deberían conllevar la existencia de un purgatorio civil donde uno recuperara la perspectiva sobre la verdadera importancia de las cosas.

Por todo eso, para mí la canción de este verano es la que titula esta entrada, la que compuso Kiko Veneno sobre una letra del poeta catalán Martí Pol.

O bien, si parece demasiado, la frase del verano, en la Plaza de Toros de El Puerto de Santa María. De un aficionado a José Tomás cuando descansaba tras una tanda de izquierdazos: "¡José! ¡Qué quinquenio hemos pasao sin ti, hijo!". Enorme.

P.S. A veces jode llevar razón de una manera tan rotunda. Por más que, reitero, los conductores sean muchas veces los máximos culpables de su propio destino, pero alimentar los efectos de las previsibles imprudencias....