26 noviembre 2007

El icono del explorer


Juan 1 dice:
anda, juan

Juan 1 dice:
ya me bajé el programita

Juan 1 dice:
pero en casa, para hablar esta noche con supervago

Juan 2 dice:
qué programa?

Juan 1 dice:
el talk google ese o como se llame

Juan 2 dice:
skype?

Juan 2 dice:
....dios mío, ni que fuera un código encriptado de la nasa

Juan 1 dice:
no he dicho eso

Juan 1 dice:
he dicho que he "accedido"

Juan 1 dice:
es mucho más difícil que yo quiebre mi testarudez que programar cualquier código

Juan 2 dice:
desde luego

Juan 2 dice:
contigo bill gates está supercontento pich

Juan 1 dice:
yo no me complico la vida,juan... eso es todo... con lo que me da microsoft, mis necesidades (y las de todo el mundo) están más que cubiertas.... paso de que la informática ocupe un plano más relevante del que ya ocupa...

Juan 1 dice:
...si vamos a sentirnos más guays por ser de google que de microsoft... vamos mal... pero vaya, es que de hecho vamos de culo...

Juan 2 dice:
enjuto mojamuto

Juan 1 dice:
voy a copiar esto en el blog ahora mismo

21 noviembre 2007

Nada que añadir...

19 noviembre 2007

El General Alcázar y el Rey


Si son ustedes lectores de Tintín, habrán disfrutado, y más de una vez, del clarividente retrato que Hergé llevó a cabo respecto a las sociedades latinoamericanas. En "La Oreja Rota" (1937), uno de los primeros álbumes del repeinado reportero, éste pasa por una serie de avatares que, de la noche a la mañana, lo llevan a convertirse en brazo derecho del General Alcázar, militar golpista que acababa de derrocar al "tirano" Coronel Tapioca. El uno, sugiere Hergé, ayudado por Estados Unidos. El otro, por la URSS y el infame alter-ego de Stalin (Plekszy Gladz).

Hergé es inteligente y hábil al presentar a ambos militares como idénticos perros con distinto collar. Ninguno de los dos pasa por ser "el bueno" de la película. De hecho, Tintín es mandado fusilar cuando se opone a los planes de invasion de Nuevo Rico por un General Alcázar cuyo ego y ambición es alimentado por sospechosos intermediarios que viajan desde Las Dópicos -capital de San Teodoros- a Sanfación -capital de Nuevo Rico- ofreciendo a sus mandatarios los mismos cañones y las mismas balas.

El episodio, basado en hechos históricos, es una magnífica alegoría de cómo los paises de Centroamérica y Sudamérica han visto mermada su independencia y progreso social por las injerencias de potencias extranjeras, sí, pero también por el sustento social que han recibido unos líderes que, en la mayor parte de las ocasiones, no han enseñado más cualidades que la más ignominiosa de las demagogias.

A mediados de los setenta, Hergé entregará su último álbum. En él nos ofrecerá un nuevo retrato socio-político de San Teodoros o, lo que es lo mismo, una renovada alegoría de la geopolítica de la zona. Espionaje y contraespionaje, intromisiones de terceros países ricos... pero los mismos líderes pugnan por el poder cuarenta años más tarde de la primera historia. Hergé no sintió la necesidad de "matar" ni a Tapioca ni a Alcázar. ¿Para qué? La situación no difería mucho de la de 1937. Un tirano que alcanza el poder para luego ser derrocado por el tirano anterior, y así sucesivamente. ¿Qué importa el nombre? Hergé no toma partido por ninguno con una inteligente solución: el estirado y políticamente correcto Tintín obliga a Alcázar a jurar que no habrá derramamiento de sangre tras su "revolución".

El cómic cuenta con una imagen especialmente significativa: Cuando Haddock y Tornasol llegan a la capital, Las Dópicos, el autor dibuja el avión sobrevolando un área de chabolas patrullada por dos policías militares y un cartel, se supone, fabricado por los propios chabolistas, en el que se puede leer "¡Viva Tapioca!". Al abandonar los protagonistas el país al final de la historia, podemos ver la misma viñeta con una variante: "¡Viva Alcázar!". Está bien claro. Los líderes pasan, pero las miserias permanecen o se incrementan.

Ninguna persona con dos dedos de frente puede, pues, dar ningún crédito a ese anacoluto de general que es Hugo Chávez. Paso a dar mi opinión sobre los hechos.

Estamos ante una conversación multilateral. Tenemos acceso a las conversaciones. En política, esto no siempre es así. Con esto quiero decir que lo que vimos hace diez días en la tele o en Youtube debe de haber pasado muchas más veces, con otros protagonistas, en otras reuniones. Debe de ser algo habitual, pero esta vez había cámaras y micrófonos abiertos.

Aquellos que estén en contra de la monarquía, pues bien, puede que se estén frotando las manos, sí... pero será tras sacar previamente de contexto lo que sucedió en Chile. Está bien hacer humor del suceso y que a Buenafuente le sirva para fabricar monólogos, pero las cosas no son tan simples.

Primero hubo un virulento ataque de Daniel Ortega (otro Alcázar) contra empresas españolas, defendiéndose del presunto neo-imperialismo que les invade. Zapatero responde y, tras éste, le llega el turno a Chávez. Es entonces cuando despliega su airada e histriónica batería de insultos contra Aznar.

Aquí habrá muchos que lean y que piensen "que se joda Aznar", "se lo merece", "realmente es un fascista", etc, etc... Bien. Para ellos, lo siguiente: Una, no tienen criterio. Dos, tampoco poseen el menor sentido de Estado, de ciudadanía en este caso. Tres, España es un país extremadamente insólito en ese sentido; en cualquier democracia, este cainismo es impensable. Así nos va.

Continuemos.

Después de que Hugo Chávez se desahogue, llega el turno de un Zapatero que, como se ha dicho, estuvo casi "real". Y es que el presidente siempre ha sido muy institucional. Por eso sus adversarios le llamaban Bambi, porque resultaba inofensivamente institucional, pero eso le permite, hoy en día, lanzar lecciones de institucionalidad con una legitimidad incontestable.

Como si de un "59 segundos" se tratase, a Chávez le han cortado el micro, pues no es su turno. En una actitud incomprensible e impropia, no cesa en su voceo, su gesticulación y su pose amenazante. Interrumpe a Zapatero. Una vez. Dos veces. Chilla. Insulta. El Jefe de Estado se inclina hacia adelante y le conmina a callarse: "¿Por qué no te callas?." Y ya.

No es la mayor hazaña de Juan Carlos I. Tampoco ninguna metedura de pata. No tiene más historia. Es una anécdota. Ni es un héroe por ello ni un papanatas. Los aprendices de monárquicos que se queden en su casa, que el Rey no los necesita. Los que quieran seguir quemando fotos, no tienen ahora más argumentos. El que se sienta más de izquierdas por "comprender" a Chávez, a Daniel Ortega o al Coronel Tapioca, allá él.

Iosu Pongo, firma invitada

13 noviembre 2007

Motor insostenible


Ya no pasa un día sin que se aborde, de una manera o de otra, el tema del cambio climático. A veces, llegamos a un grado de banalización alarmante, aunque yo prefiero quedarme con el hecho de que el debate está en la calle y la sociedad está empezando a concienciarse lentamente de que el desarrollo del fenómeno no depende de otros, sino de todos y cada uno de nosotros.

Ésta, y no otra, es la verdadera clave. Comportamientos plausibles se van, pues, afianzando. Y entre ellos, cobra cada vez más relieve el reciclaje. Habrá que esperar unos añitos a que cale un poco más el concepto anterior a aquél: La reutilización, más limpia y sin ningún tipo de efecto secundario (ya que, de todos es sabido que, a veces, el reciclaje tiene un costo absoluto para el medio ambiente mayor que la propia incineración).

En esas andamos, recorriendo un camino largo, duro y difícil, como dijo aquél, cuando en el telediario de La 1 se difunden noticias como que el Gran Premio de Qatar se disputará por la noche para la próxima edición del Mundial de Motociclismo, es decir, en marzo de 2008.

El chico que da la noticia, un periodista joven y bizarro -en el sentido clásico del término-que acostumbra a llevar camisetas con manga corta y estrecha para manifestar ante la cámara sus horas de gimnasio, resulta ser un consumado prácticante de ese absurdo nacionalismo deportivo que nos invade (Alonso, Nadal). En su caso, en la figura del discutiblemente cuerdo Jorge Lorenzo. El locutor en cuestión añade a la noticia -para mí, un suceso- que, ante los temores de los organizadores de que una posible lluvia ocasione reflejos de las luces en los charcos "hay que recordar que, por suerte, en el desierto no llueve".

Es decir, no sólo hay que agradecer la iniciativa de que un país como Qatar -constituido sobre un territorio que no es otra cosa que un vergel artificial asentado sobre unos cimientos con fecha de caducidad, como son los petrodólares- organice ese canto al despilfarro y a la contaminación gratuita que supone cualquier prueba de motor (desde la Fórmula 1 hasta los Rallies) no, sino que además, en un país en el que, a buen seguro, no faltan las horas de sol, se organizará una prueba por la noche.

Así es como optimizamos el uso de la energía, encendiendo la luz, por capricho, en un estado con un porcentaje de agua "despreciable", según las enciclopedias. Todo para que promotores e intermediarios, esto es, los de siempre, se froten las manos ante los caprichos de los emires y jeques de turno. Y mientras, nosotros atrasando una horita los relojes, o adelantándola en primavera.

No nos escandalicemos tampoco demasiado. Vivimos en España. Otro país que tampoco anda corto de horas de sol. Sin embargo, cada vez hay más gente que hace uso de un electrodoméstico tan prescindible como la secadora. A veces por motivos tan peregrinos como la vergüenza por subir a tender la ropa a una azotea con un barreño. Esto es lo que hay. Eso sí, las pilas y los envases, cada uno a su "contáiner", ¿eh?

Para colmo, el chico de RTVE, un muchacho de esta, la generación de españoles más preparada de la historia, aquella que está sustituyendo a históricos profesionales de la radio y televisión públicas, agradece, tan pancho, la circunstancia de que en el desierto no llueva. Pues no, hijo, no... probablemente, y a este paso, en Qatar no vuelve a llover hasta dentro de tres glaciaciones. ¡Qué bien! Por cierto, que en Almería casi tampoco llueve, chaval. Qué suerte, ¿no?

09 noviembre 2007

Cada nueve de noviembre

Hoy es nueve de noviembre. El día en que ella recibía de su "amor secreto" un ramito de violetas.

Es, sin lugar a dudas, el mejor momento para recordar esa canción y canturrearla en la cabeza. Para mí, también una oportunidad de expresar que prefiero mil veces la
versión de Manzanita que la de Cecilia. De la del primero existe una grabación con un grupo de cuerdas y una batería a dos por cuatro gloriosas.

Manzanita era un cabronazo de cuidado que justificaba el maltrato a las mujeres, por eso nunca puedo evitar poner media sonrisa al oír la estrofa que incluye la frase "tenía el hombre un poco de mal genio", que en sus labios adquiere un matiz de comprensión solidaria masculina de antropopiteco. Yo, como en tantos otros casos, me quedo con el artista y me parece estéril el debate acerca de su manera de ser.

Escuchada la interpretación gitana, la pobrecita Cecilia aparece ñoña y carente de pegada. Además, Manzanita se preocupó en corregir el insufrible laísmo de la versión de aquélla. Y eso que los andaluces pronunciamos peor...

Y ya sé que Manzanita no es andaluz, sino madrileño, pero bueno... ya me entienden...

08 noviembre 2007

David Thomas Broughton: la bofetada suave

La sociedad de la información factura sandeces en número superior a los hongos de La Rioja. Por modas o qué sé yo, se generalizan frases, tópicos o calificativos destinados a hacernos parecer cultos, proliferando así los necios y charlatanes que mezclan churras con merinas sin saber ni preocuparse de la naturaleza ni del fondo de lo que hablan.

Toda esta virulenta introducción, ¿con qué objeto? Pues con el de reivindicar el verdadero significado del término "
minimalismo". El minimalismo no es, necesariamente, cuando los elementos de una obra de arte se reducen a lo mínimo. Por ejemplo, la banda sonora de El Contrato del Dibujante, de Michael Nyman, es minimalista, y no tiene nada ni de pequeño, ni de humilde, ni de puro. Incluso un oyente no muy avezado podría concluir, sencillamente, que es "música clásica". Es grandilocuente, pretenciosa y hasta efectista y, si no me equivoco, está grabada con sintetizadores. ¿A que se debe entonces su carácter mínimo? A que el tema que se repite en toda la obra es siempre el mismo. Es ese y no otro el mínimo recurso, pero está explotado hasta convertir la obra en una especie de propuesta Neo-Barroca.

Un juego similar nos propuso el pasado martes en La Bomba David Thomas Broughton, singularísimo artista británico que muchos tardaremos en olvidar, sobre todo los que no nos habíamos acercado antes a su obra.

El músico de Leeds asombró por recordar verdades de perogrullo: En el principio fue el silencio. Ese silencio es quebrantado por la penetración, progresiva pero pausada, del sonido. En una primera fase aparece el elemento gutural, que se configura como pilar básico de sustentación; la voz de Broughton teje bucles de melodías de una tremenda emotividad. Su voz ha sido comparada con la de Odetta o Tim Buckley. Entiendo más la primera comparación que la segunda, pero a mí a quien me recuerda es al gran Antony, por su tono simultaneamente desgarrado y sutil, por esa bipolaridad que sólo nace en nuestros cerebros si nos sometemos a los efluvios de la garganta del neoyorquino. (No deja de resultar curioso que no he encontrado por ahí ninguna mención a este hecho. Será que ahora toca que Antony no mole. Tal como está el patio, me resulta de lo más contraproducente que la crítica se dedique a hacerse la interesante, pero en fin, con su pan se lo coman).

Una vez creado el entramado vocal, David Thomas Broughton suele elaborar la parte instrumental siguiendo el mismo proceso. Una frase se va repitiendo durante todo el tema y sobre ella se van superponiendo nuevas frases para así, una vez organizada toda la estructura, iniciar la canción en sí.

Y yo que pienso que en el plan de juego de este artista hay algo más... No sé si interpretarlo como una burla a las producciones desaforadas, como un cuestionamiento de la carestía de medios que algunos necesitan para llevar a cabo su música -y no sólo en el mainstream, ojo-, desde luego como una bofetada al virtuosismo, entendido éste como la manifestación artística cuya existencia está determinada únicamente para cubrir las necesidades de ego del emisor.

David Thomas Broughton roza la performance riéndose de los solos de guitarra heavies (¿se acuerdan de cuando Steve Vai era tan indiscutible como lo fue Raúl en la selección?), desparramado por el suelo con sus calcetines de rayas con un guitarrín diminuto y de plástico, golpeándose la cabeza con el instrumento buscando la pose facilona del divo atormentado, emulando la chabacanería del rock de estadio al mezclarse entre el público a cantar, y ocasionando la risa al guarecerse bajo el escenario y desaparecer por un momento para cantar "en off" llevando al límite la susodicha práctica tan popularizada por Bono, Mercury y tantos otros.

Con todo este espectáculo, el pelirrojo de Leeds no puede disimular su propia maestría, aquella que le lleva a crear sus estructuras con una simple botella de plástico golpeada contra un pie de micro, tal es su sentido del ritmo y de la melodía, creando un nuevo concepto de canon post moderno y haciéndonos soñar con que, aun ahora, la música popular puede encontrar caminos inéditos para diferenciarse del pesado lastre de su glorioso pasado. Un lujo.

Isaac Lobatón

07 noviembre 2007

Otro bodorrio es posible

Se fue octubre y los días se siguen acortando.

Echo de menos el otoño madrileño. Mucho. Esa ciudad puede llegar a ser bastante insoportable, pero, en otoño, al contrario que todas las demás, es cuando renace para luego morir en primavera.

Las muchachas comienzan a abrigarse, a ponerse los pañuelos y las pashminas y se vuelven a dejar el pelo suelto. Desaparecen las chanclas y todo el, cada año más detestable, calzado veraniego. Las camisetas horteras de los chicos se hacen más difíciles de ver, y se inicia el imperio del cuello vuelto, la bufanda, los abrigos largos...

En Recoletos y el Paseo del Prado, un denso manto de hojas decora el piso donde, encadenada, acostumbra a comparecer la sinvergüenza de Tita Cervera.

En general, Madrid se vuelve muy glamourosa. Creo que ya lo he comentado alguna vez, de hecho.

Después de cinco otoños en la capital, vivir mi estación favorita lejos de allí se me hace raro. Más, viéndome obligado a hacerlo en Cádiz, una de las ciudades más cutres y provincianas de España... Hace unos días llovía moderadamente, suficiente como para pasear por la calle soñando al compás de la lluvia y de la musiquilla orejera. En el i-pod, el Forever Changes, y en la cabeza la idea de que otro otoño era posible. Justo al acabar Andmoreagain, una bajuna de barrio estropea mi momento gritándole a un niño con un chupete que sólo quería jugar con un charco. Otro otoño (en Cádiz) no es posible.

Está claro que cada ciudad tiene lo suyo...

Este octubre he ido a dos bodas. Siempre he sido un defensor de algo tan obvio como que las bodas son la celebración del amor de los contrayentes. Una celebración que se desea compartir con familiares y amigos... a ser posible de la manera que los novios estimen más conveniente e ilusionante. El amor de la pareja se cimienta sobre algunos aspectos que están presentes en las bodas. Verbigracia, si algún día me caso, no permitiré que sirvan cualquier vino por el mero subterfugio de que lleve una etiqueta de La Rioja, pero un aspecto que retrata perfectamente a casi todas las parejas es la música.

La primera boda unió a una chica irlandesa con un muchacho de Cádiz. Lógicamente,
había invitados de muchos sitios. Los novios, de los que me consta que gozan de un gusto musical más que decente, le pidieron a la tipa que ponía la música en la sala que no abusara del reggaeton. Más que nada por la procedencia de los asistentes. Ella les respondió que odiaba el reggaeton y que trataría de ajustarse al hecho de la importante presencia irlandesa y estadounidense en la boda.

Pues bien, tendrían que haber visto a una legión de anglosajones sentados en las sillas, con cara de no entender nada, mientras por los altavoces desfilaba la banda sonora completa de los politonos de Corazón de tomate. Que si no es amor, que lo que tú sientes se llama obsesión, que si Mayonesa, tócale si puedes el coño a esa, que si King Africa, que si Manos Arriba-Abajo, que si no hay que llorar que la vida es un carnaval... Me pregunto si se puede llamar hija de puta a una tía así. Sólo me lo pregunto. No lo afirmo. Ni siquiera lo sugiero. Hay que decir que luego hubo momentos grandes, pero sólo gracias a que un grupo de irlandeses se dedicó a interpretar canciones tradicionales de su país, no desde luego gracias a la tipa que ponía los discos. Anécdota: En algún momento la miré y ella asintió orgullosa, pensando, creo, que todos lo estábamos flipando. Me horrorizó su seguridad.

La segunda boda en la que estuve fue muy diferente. Sonaron desde Yo la Tengo hasta Carlos Cano. Las únicas concesiónes que hizo el, a pesar de todo, sufrido Dj fueron pactadas con los novios (celebración del amor) y se limitaron a Shakira, Ska P, Niña Pastori y poco más. El público en seguida pilló de qué iba el rollo y se acercaba a pedir canciones de The Cure, The Smiths, Francisco Alegre, Ilegales, Los enemigos...

Los novios abrieron el baile con Dame estrellas y limones, de Family, mi canción preferida del misterioso dúo donostiarra, y el Dj decidió cerrarlo con el Chicago de Sufjan Stevens. Entre medias, Señor Chinarro, Ladytron, Camarón, Saint Etienne, La Costa Brava, Los Planetas, The Housemartins, The Pipettes, Suede, El Niño Gusano, Underworld, Pulp, Surfin Bichos, Ellos, El último de la fila, Los Chunguitos, Arctic Monkeys... o, mi favorita de esa noche, la versión que Pet Shop Boys ha llevado a cabo del Girls & Boys de Blur.

Sí, lo han adivinado. Fue Dj Juan el que sobrevivió a esa fiesta, demostrando que, a pesar de todo (el Cádiz profundo inclusive) otro banquete de bodas es posible.