04 septiembre 2010

El nudismo y el inverso Síndrome de Stendhal

El verano está aún lejos de finalizar. En Cádiz sigue haciendo un calor pesadísimo y, por mi parte, soy de los que no desiste de ir a la playa hasta que resulta totalmente imposible, pero es septiembre y es momento de retomar la actividad bloguera.

El período de vacaciones sirve para retomar una vez más la reflexión de la utilidad real de determinadas profesiones. O, mejor dicho, de la demanda real de algunos oficios concretos, o de la actividad ligada a ellos, entre la sociedad. Un buen ejemplo de ello es el periodismo. Año tras año, comprobamos cómo la ausencia de noticias de calado lleva a la desesperación a los profesionales que no se encuentran disfrutando de sus dos o tres semanas de descanso. De este modo, nos encontramos los periódicos repletos de trivialidades y de noticias que, suponemos, algún redactor jefe habrá considerado "fresquitas, que la gente no quiere preocupaciones". La duda es si lo publicado el resto del año posee verdadera relevancia o si, sencillamente, no se trata de más que de aquello a lo que nos han acostumbrado; pero no quiero ir por ahí, sino más bien referirme al hecho de que, con el afán de rellenar huecos, muchas veces se dé voz o eco a personajes o asuntos que, de otra manera, jamás obtendrían presencia en los medios.

Este año hemos asistido de nuevo al absurdo debate sobre el nudismo en las playas de Cádiz. El pasado verano, comprobé perplejo cómo el asunto había llegado a todos los rincones de España. Te podías encontrar a alguien, pongamos, de Alicante que te preguntaba si habían prohibido el nudismo en el litoral gaditano. La respuesta era automática: "¿Es que en las playas de Alicante está permitido?".

No sé qué bicho les ha picado a esos colectivos de nudistas o naturistas, pero, hasta donde yo sé, el nudismo no está permitido en ninguna playa del país salvo habilitación expresa, tal como sucede, por ejemplo, entre el sector más al Sur de Bolonia y Punta Paloma. Aún así, en Cortadura se permitía tácitamente en la zona de Torregorda, aunque contraviniendo la norma de dicha habilitación expresa... hasta que se dejó de hacerlo. La reacción de los diferentes grupos y portavoces (siempre me pregunto cómo se decidirá quién es el portavoz, el secretario, etc, de este tipo de organizaciones) ha sido,
naturalmente, de órdago a la grande, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid para reivindicar el derecho a tomar el sol o a jugar a las palas con el nabo pendulón en bolas en todas las playas de la capital de provincia, so pena de ser declarada la más retrógrada y pía de España por y desde la autoridad conferida a esos portavoces.

Afortunadamente, este año la prensa ha optado por no hacerles tanto caso como durante buena parte de la anterior temporada, dicho lo cual, creo que el problema radica en que no somos capaces de salir del armario y afrontar este debate de un modo sincero. ¡Y es que es un error seguir considerando que las restricciones al nudismo se ajustan a imperativos morales ancestrales! Para mí -y para mucha gente muchísimo más prudente que yo- hace bastantes años que se convirtió en una necesidad de orden estético el evitar toparme con personas desnudas por la playa. Suficientes horteras, domingueros, chancletismo, piercinigsmo, uñonegrismo, sandevids, crocs, lorzas orgullosas y males de toda índole se padecen durante el verano como para añadirle un nuevo contenido a la cámara de los horrores en que la especulación y la mala gestión del turismo (y del turista) han convertido el antaño elegante paisanaje estival de Cádiz en un bestiario que resulta más bajuno cada agosto.

Seamos serios. ¿Por qué la norma general establece que se debe tomar el sol con traje de baño, aunque sea un mínimo trozo de tela como -cuánto daño, por cierto...- un microtanga? Pues porque como resultaría de lo más embarazoso y arbitrario, a la par que algo nazi controvertido, dilucidar qué cuerpo resulta molesto a las miradas y, por ende, al bienestar y la paz ajenas, se opta por una prohibición generalizada y a correr; pero reconozcámoslo de una vez: no hay nada de escándalo sexual-moral en todo esto, sino de escándalo estético. Que continúe así, que no veo el momento en que llegue el otoño y empiece a reparar mis dañadas retinas.

Etiquetas: