13 diciembre 2011

Eguiguren, el último héroe cansado

Eguiguren tiene la mirada extraviada. Responde con toda la serenidad de la que es capaz, pero sin apenas poder disimular su pereza. Eguiguren, se intuye, no comprende cómo, a estas alturas, hay que explicar determinadas cosas; porque él sabe de qué hablan los vascos todos los días, a todas horas. Eguiguren sabe que esa gente que se ha pasado años negándole el saludo y que ahora lo invita a un zurito es la misma de antes pero con un nuevo concepto de la legitimidad, quizá la clave de todo. Eguiguren no trata de justificarlos, sino de explicarnos que, por más que nos chirríe, muchos vascos se cayeron del caballo y vieron la luz el día del atentado en la T4 y no antes. Explica en qué consiste la legitimidad a quien quiera oírlo sin recelos ni prejuicios. Sin el miedo a despeñarse políticamente del que ya se ha vaciado y lo ha dado todo por su país, por sus ideas, por la libertad. Sin miedo, a sus 57 años, a un futuro incierto: - "Yo era profesor de Derecho Constitucional y ahora... ¡pues no tengo oficio ni beneficio, la verdad!".

Eguiguren, a pesar de haber dado la cara durante todo el partido, nunca levantará la Copa de Europa ni será el objeto de la admiración de los aficionados. Ni su rostro, ni su lenguaje corporal, ni su exhausta mirada, ni su atormentado rictus dan fe del mérito de un hombre que, pese a certificar con sus palabras que los buenos han ganado, comprueba frustrado que él y la mayoría de los suyos han perdido; que esa victoria, fruto del esfuerzo de varias generaciones, apenas podrán saborearla tras un interminable período donde los traumas y las pesadillas se adhirieron a cerebros e instintos. Juventud, sueños, vida al fin y al cabo, incautada por más de cuarenta años de psicopatía embebida, para más inri, en la más absoluta sandez dialéctica. Directo al hospital el histórico 20 de octubre con un presumible ataque de ansiedad, Eguiguren interpretaría cualquier celebración por su parte -y sólo por la suya- del comunicado de ETA como una frivolidad. ¿Qué otra reacción sino la rabia, la frustración, el vahío, cabría ante algo tan lógico, tan necesario y tan inevitable y que, sin embargo, se hizo esperar tozuda y cruelmente, dejando por el camino centenares de vidas sesgadas?

Eguiguren deja caer que sólo los vascos pueden entender la naturaleza y significado del pacto de gobierno con el PP, y con él muchas cosas. Amargamente desliza la incomprensión y zancadillas, quién sabe si involuntarias pero de un alto grado de inconsciencia, de la que a menudo es objeto ese modelo de diálogo y colaboración desde Ferraz y Génova, desde Madrid.

Eguiguren no niega la importancia del papel de todas las fuerzas del orden. Está, una vez más, cansado, pues por acercarse a sus verdugos a decirles que así no iban a ninguna parte, se le ha tachado de proetarra desde la caverna; esa que lo mismo llama a la movilización constante durante la primera etapa de Zapatero, que aplaude las conductas más macarras de Mourinho al tiempo que ridiculiza la excelencia del juego rival y la deportividad de su responsable, o que incluso se atreve a cuestionar la neutralidad del Rey.

Eguiguren afirma que la nueva etapa es la más sencilla. Se le pregunta en qué consiste esa nueva etapa y, sí, ahí se complica y no acierta a definir cuáles son las características de esta nueva fase, marcada por la mayúscula presencia de la izquierda abertzale en las instituciones.

Eguiguren debe intuir, pero está cansado de explicar lo obvio, que los diputados de Amaiur pronto comprenderán el sencillo funcionamiento de esas instituciones. Que cualquier paleto sin conocimiento de la historia reciente de nuestro país puede liderar una fuerza política de notable relieve. Que los maleducados no ven mermados sus derechos de voz ni de voto en las Cámaras. Que los resentidos también tienen su sitio. ¡Ah, el resentimiento! Ese pátina tan española que, sólo en el lenguaje, se desliza desde el venial "te lo dije" hasta el cruel "¡Pues me alegro! ¡Que se joda!" y que, sin ningún pudor, ocupa escaños y protagonismo en los noticiarios. Que la torpeza de nuestros políticos puede llegar a alimentar el nacionalismo radical hasta en Galicia. Grandeza y miseria de la democracia.

Eguiguren confía en que los chicos de Amaiur no sean tan rematadamente tontos como para ignorar que cualquier idiota con suerte o cualquier mamarracho con delirios de grandeza puede llegar a ser presidente del Gobierno con mayoría más o menos holgada. También, pero esto sí es un verdadero logro, que el hijo de un vaquero dirija el país durante cuatro legislaturas con notable solvencia.

Eguiguren, zarandeado, zaherido, sojuzgado y ninguneado como un Gattuso de la política, ha cumplido con su deber público y ahora cuenta en un libro cómo y por qué. Sin miedo a explicar, sin miedo a informar, sin miedo a que los ciudadanos, a los que sirvió todos estos años, conozcan la verdad.
La entrevista que el lunes pasado concedió en La Noche en 24h es, sin embargo, algo más: el retrato estremecedor de cualquier luchador extenuado por la presión bidireccional del compromiso con su objetivo y las traiciones y el doble lenguaje de todos, los propios y los extraños.

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