19 septiembre 2005

El brillo de la melancolía: Pasear por La Costa Brava


Las primeras veces que uno escucha a La Costa Brava se deja invadir por la sensación de que está disfrutando de un grupo simplemente divertido, superficial, frívolo, eso sí, con unas letras “irónicas”, muy trabajadas. Uno de tantos que ha entretenido nuestros días bajos desde que el indie es indie en nuestro país. Esa primera percepción es lógica, ya que suele darse en un entorno donde unos cuantos amigos se reúnen para tomar copas, discutir e informarse de las últimas novedades musicales

Puede darse el afortunado caso de que te quedes prendado de alguna de las melodías que acompañan esas letras “irónicas”. Entonces pides un disco prestado o, en el mejor de los casos, te lo compras, que caros, caros, no son.

Entonces es cuando empiezas a dudar de todo. Al principio, sí, ves un cuerpo uniforme, donde a unas melodías asentadas en la mejor tradición del pop (de Beach Boys a Los Brincos) se yuxtaponen unas letras inteligentes y punzantes, pero el valor de la ironía ya no se ve tan claro. Más bien impera el de un amargo realismo, realismo que ahonda, a veces, en las frustraciones más asumidas, más interiorizadas y, al mismo tiempo, en las más cotidianas.

Son cosas que ya se han dicho de ellos, pero al fin y al cabo uno no escribe aquí para forrarse: Amores de verano, amores de fines de semana, amores de un día, amores que se creen para siempre, amores quiméricos o, por variar, los esquemas mentales del que no sabe muy bien si sentirse sobrado o falto de fuerzas para afrontar los retos vitales.

La grandeza de LCB viene dada por el hecho de que la parte lírica es complementada por unas líneas melódicas fundamentales para la consolidación de la idea que, a mi entender, maneja el grupo como básica: la nostalgia no necesariamente ha de traducirse como afligida remembranza del pasado, sino que, antes al contrario, muchas veces se constituye como fruto de la angustiosa sensación de carencia que ocasiona lo inaprensible del presente.

Una vez asumida esta cruda pirueta estética, la disyuntiva de la que siempre tratamos de escapar, la constante pugna entre el disfrute de ese presente y las consecuencias ulteriores del mismo, nos veremos en las mejores condiciones para disfrutar del trabajo de LCB: Veremos pasar a nuestro lado a las pijas de nuestra ciudad sin que reparen lo más mínimo en nuestra presencia, pero felices del mero hecho de cruzarnos con ellas; nos llenará de vida el hecho de ser demasiado mayores como para asentar una relación que rozaría lo incestuoso; echaremos de menos a alguien que nos quería, pero que era demasiado bueno para nosotros; nos engañaremos con frases de autocomplacencia destinadas a creernos superiores a cualquier dificultad; nos invadirá la intuición del final de una carrera sentimental; el agradecimiento sincero a quien nos quiso sin que mediara para ello la naturaleza cognaticia del amor; soñaremos con que una estrella mediática se fije en nosotros y nos haga reyes, por un día o por unas horas...

Pero el mayor sueño es apurar al máximo el verano, entendido como ideal máximo de felicidad, hedonismo y despreocupación, y como algo que siempre está ahí, a nuestro alcance, aunque las ventanas y los ojos estén empañados, para afrontar firme y sobradamente la llegada inesperada del invierno.

Las circunstancias de la vida hacen que todos estos parámetros se den, incluso, en el propio plano físico del grupo: diferentes ciudades, dificultades para ensayar y para grabar, cinco discos en dos años...

LCB conforman por sí mismos un manual de pop, un paradigma del equilibrio entre lo efímero y lo permanente, entre lo utilitario y la excelencia, entre la concreta inmediatez y la inasible eternidad. Por eso no puedo seguir escribiendo, aunque me quedo corto, porque tendría que tirar de bibliografía, y entonces el discurso abultaría demasiado en un blog que, después de todo, sólo leen mis padres y cuatro amigos más.


Te imagino en traje de baño
sentada sobre una toalla
y me fabrico otro recuerdo perfecto


Isaac Lobatón

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muy meláncolico, tremendamente..

19 septiembre, 2005 16:31  
Anonymous Anónimo said...

La grandeza de la costa brava es su sencillez, fabulosa sencillez.Y "tras un balon siempre hay un niño" cierto.

19 septiembre, 2005 20:16  
Blogger Isaac said...

Gracias a todos. Son los primeros comments de mi blog.

Oye, Kesher, te advierto que este blog no pretende ser serio, y que en cualquier momento puedo hablar sobre la forma de separar la basura que tiene mi compañero de piso.

Gracias de nuevo.

20 septiembre, 2005 09:37  
Anonymous Anónimo said...

Al final siempre permanece ella, aunque se quiera romper su hechizo con la interrupción del que hace algo para olvidar. En ese preciso momento, necesario, en el que te y la abandonas para afrontar su pertinaz presencia como un pictura en la retina, como un grabado en la plancha al cual acudes constantemente para ver si es perfecto. Aún así, queda la redención por la huida, por la negación de lo que no está pero permanece ahí, impertérrito.
Eso es todo. No hay más, sólo su (pre)(au)sencia.

19 noviembre, 2005 02:06  

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