22 septiembre 2005

Languidez edulcorada


Marlango presentaron el martes su segundo trabajo en el forum de la Fnac-Callao.

Son muchas las dudas que surgen tras volver a presenciar su directo, casi un año después -el 21 de octubre pasado, cuando en La Riviera dieron toda la sensación de tener un potencial enorme en disco, y una alarmante falta de aptitud para el vivo-.

La primera pregunta que me asalta es el por qué Marlango es calificado como "oscuro", cuando elaboran música perfecta para una tarde de otoño, una de tantas en las que te puedes encontrar relajadamente en una terraza de La Latina y, al atardecer, concluyes que hace frío, que con la chaquetilla de entretiempo no tienes suficiente y decides, bien entrar al café, bien cambiar de bar, mientras ves pasear a las chicas vestidas de otoño, con sus pañuelos anudados al cuello y, si tienes suerte, con gorras, abrigos intempestivos y hasta sombreros (qué grande es el otoño).

O para una tarde de finales de noviembre, donde en la gran ciudad aparezcan copos de nieve cohibidos por el gran champiñón de la polución; y, claro, para un fin de semana donde se esté disfrutando del crepitar del fuego en una chimenea de alguna casa rural.

Parece tópico, y probablemente ya lo haya leído en algún sitio, pero Marlango es como una de esas bolas con líquido, que se agitan al revés para que caiga purpurina hacia abajo envolviendo algún testigo monumental urbano, una puerta de Alcalá, un Sacre Coeur, la catedral de Colonia...

Yo creo que eso no es ser oscuro. Yo creo que eso es ser bello, en todo caso; hasta pompier si me apuran, pero nunca oscuro.

A ello hay que sumar un segundo factor. Leonor Watling, mal que le pese, carga con mucha más responsabilidad de la que, supongo, a ella misma le gustaría. Quiere decir que la imagen de Marlango se cimienta sobre una pose naïf, pura, aniñada, blanca (no oscura) que es, en gran medida, responsable de su éxito.

No quiero extenderme mucho, porque espero volver a verlos en otro concierto un poco más largo, valga la redundancia, pero creo que explotar su natural potencial de la manera en que lo vienen haciendo es matar la gallina de los huevos de oro. Esto es, si Leonor es virginal, ingenua y fresca, ¿por qué empeñarse a toda costa en hacer de sus conciertos un encuentro para amigos, donde el buen rollito no sea una circunstancia, sino una premisa? ¿Por qué hacer de la espontaneidad escénica no un valor, sino una norma de obligado cumplimiento? ¿Por qué ese esfuerzo continuo para demostrar la naturaleza auténtica y no relamida de su pose y de sus composiciones? Excusatio non petita...

Leonor nos gustá. ¿A quién no? Canta fantásticamente bien, y elabora letras bastante decentes. Lo que nos saca de quicio es esa actitud de afectada candidez que la acompaña en los escenarios (musicales): “Me da vergüenza estar aquí”; “En realidad canto muy mal, pero vosotros me veis con buenos ojos”. Y mira que algunas canciones de Marlango dan para algún ejercicio coreográfico de mujer fatal (¿no había estudiado también ballet clásico?), pero cada cual es libre de elegir la imagen que desea le acompañe en su carrera musical.

El segundo disco, tras un par de escuchas en el coche, parece estar a la altura del primero, lo cual ya es mucho. Es muchísimo. Lo que uno no alcanza a comprender es esa promesa que leí en algún sitio: "Seremos más duros"... pero si no hace falta... cada uno es como es. Y Marlango no son duros, son unos pie tiernos. Maravillosos, sí, pero pie tiernos, con muchos hervores por delante para pasar a la historia y llegar a ser algo más que un grupo que saca discos hermosísimos, que ya es mucho. Es muchísimo.

Isaac Lobatón