La BBC que no será
Como dejé de ver telediarios desde el momento en el que apareció Pablo Iglesias en escena -hace ya alrededor de nueve años; más o menos la época en la que también dejé de escribir en este blog- no sabía que se había jubilado Jesús Álvarez o, a decir de él, que lo habían jubilado.
Sé que muchas veces resulta muy cansina mi generación, siempre insistiendo en pringar a los que nos rodean con nuestra melaza nostálgica; pero mejor nostalgia que adanismo, ese omnipresente hermano mayor de la ignorancia supina. No en vano, los nacidos entre 1970 y 1980 estamos ahora en nuestro cénit; ni tan jóvenes ni tan viejos, como decía aquél; además, somos muchos; así que a los de las restantes décadas les queda un rato aguantando nuestra chapa; a unos más que a otros, claro.
Pero esto no va de nostalgia, sino de la certeza de una oportunidad perdida; lo frustrante es que ni tan siquiera era una oportunidad; se trataba de una realidad, de un legado que mantener. Hablaríamos más correctamente de una herencia dilapidada. Dicen que no se debe despreciar a las personas de cuna meneá si, pasados unos años, continúan siendo ricos. Parece que no es del todo sencillo mantener el patrimonio heredado cuando éste sobrepasa un piso de 120 metros cuadrados, un local comercial y un par de garajes.
Supongo que esta es la razón de que la inmensa riqueza que atesoraba RTVE se haya visto socavada de manera sorda pero constante desde el momento en el que Pilar Miró abandonó el ente público. Me ha resultado profundamente descorazonador leer los certeros análisis de Jesús Álvarez en esta entrevista; resultaría demasiado barato, ingrato y simplista tildar al histórico presentador de llorón o victimista por la denuncia que, durante la conversación, lleva a cabo al explicar que nadie se ha reunido con él ni le ha contestado al teléfono para escuchar sus proyectos, ya que sólamente apela a un valor que no debería ser discutido y al que cada vez se le da menos espacio: la educación.
Más allá de las formas que hayan rodeado a la despedida del veterano periodista, y también más allá de la oportunidad de los objetivos administrativos y contables que estén detrás de ella, resulta evidente que RTVE hace tiempo que renunció a cuidar el talento. Lo más revelador de la entrevista no es que a Jesús Álvarez no se le haya tratado con el deseable respeto tras 47 años de desempeño en la casa, sino la deriva externalizadora de la corporación pública y el desprecio por los grandísimos y experimentados profesionales que debieron de morir con los micrófonos de corbata puestos. Esto no es nuevo; ya ocurrió en 2006, cuando aquel infame ERE retiró de la circulación a una división de profesionales legendarios, también de los que hacían su trabajo detrás de las cámaras. El proceso, como se puso de relieve años después, no solucionó la sisífica deuda del ente público, pero sí sirvió para restarle a RTVE el debido prestigio y músculo que, por historia, presupuesto y misión empresarial, la debería colocar, sin titubeos, como faro y referente indiscutido de la comunicación, no sólo en nuestro país, sino en todo el ámbito hispanohablante.
Algunos nombres que nunca debieron desaparecer de las ondas o de las pantallas en esa ocasión: José Antonio Maldonado, Rosa María Calaf, Chema Rey, Pedro Erquicia, Ángel Gómez Fuentes, Juan Manuel Gozalo, Sebastián Álvaro, Agustín Remesal, Jesús Ordovás, Julio César Iglesias, Ramón Trecet. Todos aquellos que tuvieran, les refresco la memoria ahora que somos todos más talluditos: ¡más de 50 años! Una auténtica salvajada que afectó a más de 4.000 empleados. Y que impulsó, por cierto, el PSOE. Conviene no olvidar tampoco este simpático matiz.
Hablamos de recursos humanos. No me voy a meter en la producción de programas; no voy a dedicarme a cantar ahora las bondades de La clave y La edad de oro.
Lean la entrevista a Jesús Álvarez. En muy poco espacio señala, con serenidad y lucidez, demasiados males en un ente que lleva demasiados años siendo mal gestionado para desgracia de todos.
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