09 junio 2006

De copas y camisetas


[En unos días trataremos de ponernos al día con los temas que han marcado la actualidad, la musical y la otra]

Cuando escribo estas líneas, resta poco más de media hora para el inicio de la Copa del Mundo.
Será que me hago mayor, pero este año lo estoy viviendo de una manera mucho más relajada. En el armario, no obstante, espera su estreno una camiseta de España, réplica de la adidas del mundial 82, que me compré hace dos años, una vez que Nuno Gomes ya nos había eliminado de la Eurocopa de Portugal.

Siempre he sido un fetichista de las equipaciones de España. Bueno, de España y de todos los equipos. Es algo que, supongo, nos caracteriza a los hombres, así a grosso modo. Las que más nos suelen gustar son las de nuestra infancia, cuando del diseño puro que sólo contenía los colores representativos de cada equipo, se pasó a una intervención, tímida en un principio, de la casa fabricante de cada zamarra.

Así, la camiseta más bonita que ha tenido España es, sin lugar a dudas, la que vistió entre 1982 y 1984, la que protagonizó momentos antagónicos de la historia de la selección, como nuestro mundial y la goleada a Malta. El pantalón era de un azul muy claro, muy pastel, semejante al que visten ahora los chicos de Luis, y los números y el logo de adidas iban en blanco, no en amarillo, que me parece un contraste brusco, hortera y chillón (hace unos años en el F.C.B. por motivos de antimadridismo sacado de madre, también se sustituyó el blanco de los dorsales por ese amarillo-dorado-tunning).

La camiseta de España ha pasado por momentos terribles, tendiendo en las últimas citas, por fortuna y aunque nunca será lo mismo, al modelo clásico de adidas, con rayitas con los colores nacionales en las mangas.

Siempre me llamó la atención que las dos selecciones que yo considero más serias, Brasil e Italia, no padecían de grandes injerencias de los diseñadores sobre el clasicismo de sus elásticas. Tampoco Alemania, salvo esa infame bandera que llevaron cruzada un poquito más arriba de los pezones entre finales del 88 y principios de los 90. Me refiero, sobre todo, a un facor capital: el color, no a cuestiones de talle o de longitud de la calzona. Nosotros pasamos del rojo pasión al granate con una facilidad pasmosa. No me parece serio, pero no importa, aunque diría que no deja de ser sintomático.

El peso de la camiseta, el respeto y la intimidación que suscite en los rivales, no se obtiene manteniendo a lo largo de los años y de las citas mundialísticas y europeas una determinada tonalidad, pero sí un determinado tono, alcanzando una cierta cota, de resultados y/o de juego, que construyan una historia, una tradición que defender.

La personalidad y la presencia que pueden llegar a transmitir al adversario unos determinados colores es un hecho más que conocido, por poner un ejemplo, para los aficionados del Real Madrid; el ejemplo más recurrente, la final de Champions de hace pocos años contra el Valencia. Ganó el mejor, pero no el que mejor fútbol había desarrollado en los meses precedentes y, ni mucho menos el equipo más fiable; era un Madrid que navegaba sin rumbo ni proyecto, y que arribó a aquel título merced a un formidable número de casualidades; la principal, encontrarse a un equipo en la final lo suficientemente inexperto como para no practicar su verdadero fútbol ante la escuadra de Di Stefano, Gento, Santillana, Butragueño y Raúl.

Dicen que la selección argentina siguió con expectación el enfrentamiento de cuartos de final de Méjico 86 entre España y Bélgica. Desde luego, desde el momento en que Eloy falló el quinto penalty de la tanda, los celestes se vieron en la final. Puede que aquel partido fuera más importante para nuestra historia de lo que se piensa. Una oportunidad irrepetible. Nada demuestra que aquella Argentina fuera mejor que la España de Miguel Muñoz, un equipo que practicaba un fútbol valiente, alegre y de toque, pero que, proveniente de una deplorable tradición, en cuartos de final sintió vértigo. Diferente hubiera sido un enfrentamiento en semifinales con Argentina.

El infortunio de aquel equipo puede que haya pesado decisivamente en el resto de eliminaciones que ha sufrido España en cuartos de final. Hasta que el equipo no llegue a una finalísima, nadie confiará en que pueda hacerlo. Suena a perogrullo, pero es el principal obstáculo: cuando, cada dos años, nos enfrentamos a una cita internacional, los jugadores tienen la responsabilidad de hacer lo que nadie ha hecho, que no es otra cosa que estar a la altura de su categoría, ni más ni menos.

Puede que esta vez lo consigan... las cosas buenas, dicen, vienen cuando uno menos se lo espera, no las elegimos nosotros. Yo, de momento, no he decidido si veré el mundial en Quatro, con el infame Hipólito, o en la Sexta, con un narrador mareante que es incapaz de callar un minuto, y al que no creo que se imponga ni el mismísimo Valdano, o quitarle el volumen a la tele y ponerle voz al partido con mi propia imaginación, soñando que mi añorado José Ángel de la Casa pone voz de nuevo a, simplemente, un resultado acorde a la categoría de los jugadores que nos representan.

¡Suerte para todos y a disfrutar!


Isaac Lobatón

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Le agradecería que me indicara, si es posible, cómo puedo conseguir una camiseta de España 82.

Mi email es educarocab@hotmail.com

Muchas gracias.
Saludos,

25 octubre, 2007 17:28  

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