08 febrero 2007

¡Esto es carnaval! ¡Y éste es subnormal!

Los carnavales de Tenerife, en los que no he tenido nunca el (dis) gusto de estar, siempre me parecieron ridículos comparados con los de Cádiz, la ciudad donde nací, crecí y he vuelto ahora, aun sin ser un fanático de éstos.


De todos modos, creo que las grandes fiestas de las ciudades han ido perdiendo su verdadera esencia gracias a nosotros, los jóvenes, quienes hemos pasado del motivo por el cual bebíamos para ir directamente al grano, a beber, a emborracharnos.

Para la mayor parte de la población comprendida entre los catorce y los treinta y cinco años, tanto da estar en los Sanfermines, las Fallas de Valencia, el Descenso del Sella, o los propios carnavales de Cádiz. Bueno, sí, puede variar un poco la indumentaria o la hora del día en que se beba, pero no mucho más.

Ya que estoy en mi blog, no me voy a cortar a la hora de decir que, no obstante, gracias a esta generalizada actitud de la generación a la que pertenezco, me aburren la mayoría de estas fiestas y al final, o me voy con los mayores -quienes suelen tener siempre, por ortodoxía respecto a la fiesta, un plan más interesante- o me voy a mi casa, porque para estar bebiendo en una esquina sin parar ya se me pasó la edad, pero no ahora, sino hace muchos años.

De ahí a pensar en prohibirlas va un trecho, claro está, pero no exagero cuando utilizo la palabra "prohibir":

Un juez canario ha decidido suspender cautelarmente las fiestas del carnaval de Tenerife porque el ruido molesta a los vecinos.

Es la noticia más difícil de comentar que me he encontrado en mi vida. No sé qué más se puede añadir ante subnormalidad semejante. Subnormalidad por parte de los vecinos, desde luego. Subnormalidad por parte del juez, quien trata de medir el ruido ocasionado por las fiestas tinerfeñas con los parámetros cotidianos de decibelios.

¿Alguien se imagina que se diera lo mismo en Pamplona, en Valencia, en Sevilla durante la Feria de Abril (aunque aquí ya están poniendo coto a las cacas de caballo; todo es contagioso) o en Benicàssim durante las fechas del festival?

Tampoco es la primera vez que un conjunto de vecinos rompe con la idiosincrasia propia de un lugar. En Cádiz, una ciudad costera con un clima estival envidiable, los vecinos del Paseo Marítimo han conseguido este año hacer de una sola calle un lugar con un sistema normativo distinto al del resto de la ciudad; mientras los bares de copas son castigados con ordenanzas municipales casi vejatorias, a pocos metros más de diez mil "jóvenes" arman todos los días un escándalo tremendo con los botellones.

(Y es que yo creo que no hay peor mal que una asociación de vecinos. Bueno, sí... una asociación de padres. O, peor aún, una asociación de asociaciones de padres, que existen; se llaman FLAPAS, creo, y son, junto a hordas de psicólogos iluminados y maestros de E.G.B. resentidos, los responsables de que el sistema educativo se haya transformado en el mayor despropósito de la historia de la democracia. Después están las asociaciones de usuarios, gracias a las cuales subieron, primero, los párkings subterráneos, y ahora las tarifas de los móviles. ¡Qué chicos! Son tan listos... A ver qué es lo próximo que se les ocurre).

En otra ocasión, visioné asombrado en un telediario la denuncia de una comunidad de propietarios (otros que tal bailan) contra un convento del que molestaban los cánticos. Cosas del estado laico (1), supongo: Si somos laicos nos molestan los cánticos místicos, es lógico; superlógico, incluso.

Y eso sí, somos laicos, pero prohibimos de todo. Estoy hasta las narices de la ministra de sanidad, Elena Salgado.

¿Por qué los partidos no dejan de hablar de territorialidad, autodeterminación y ostias y se dedican a hablar de nuestra, cada vez más complicada, vida cotidiana? ¿Dónde están los pensadores e intelectuales "de izquierdas" cuando se trata de decir algo un poco menos previsible que un "no a la guerra"?

Me considero una víctima del sistema. Dejé de fumar el ocho de enero de 2006, visto que iba a ser cada vez más difícil, una especie de desafío que no estaba dispuesto a llevar a cabo para transfomar un placer en reto. Dejé de ocupar las plazas de fumadores en restaurantes, convertidas, ahora sí, en fumaderos insoportables. Dejé de hacer la sobremesa que me apetecía porque uno o varios de mis compañeros de mesa querían ir "a un sitio donde se pueda fumar". Dejé de tomar una caña en la puerta de la cervecería porque la policía local venía y multaba a los propietarios del bar. Dejé de tomarme una copa en la calle en las noches de verano en mi bar favorito mientras los niños de quince años lo hacían en vasos de plástico. Dejé de coger el coche al ir a cenar y a tomar una copa luego porque me convertía en un potencial asesino.

Podría seguir hasta el infinito.

No quiero que beber vino sea como meterse una raya de farlopa.

No quiero dejar de hacer lo que me dé la gana, siempre respetando los derechos de mi prójimo.

No quiero que prohiban las corridas de toros. Ni tampoco la suerte suprema.

No quiero dejar de llamar subnormal a quien crea que lo merece.

No quiero que se carguen las tertulias en torno al vino.

No quiero que prohiban la tamborrada de San Sebastián, ni la de Calanda.

No quiero que prohiban las palabrotas que utilizan las agrupaciones del carnaval de Cádiz, aunque a veces yo mismo piense que sobren. Puestos a prohibir, insultan mucho más Federico Jiménez o Jorge Javier Vázquez.

No quiero que hagan con el vino lo mismo que con el tabaco.

No quiero que nadie me mire raro cuando diga negro, maricón o sudaca (según en qué contextos, claro está) porque no soy ni racista ni homófobo. Antes al contrario, quiero tener derecho a calificar de subnormal y de paranoico al que, en un momento dado, me malinterprete.

No quiero dejar de hacer la vida que he hecho hasta ahora, la vida propia de un país mediterráneo, donde el savoir vivre ha constituido, hasta el momento, un bien de transmisión genética.

No quiero dejar de beber vino.

No pienso dejar de hacer ninguna de estas cosas. Y si no, me iré del país.


Tantos años oyendo hablar de la invasión de la corrección política, de la manera estúpida, hipócrita y bipolar de discurrir de los yanquis... y resulta que prentendemos alcanzarlos con botas de siete leguas. Y precisamente ahora, que gobierna un partido presuntamente acorde a los valores de "la vieja Europa".

Pero... ¿quieren dejar de hablar de terrorismo de una vez? ¿Es que nadie va a hacerme caso?

(1) Un estado es laico cuando prescinde de cualquier confesion religiosa, y aconfesional cuando no existe ninguna religión oficial del estado o, en la práctica, cuando el poder terrenal y el celestial están separados, sin que ello deba suponer una marginacion de las personas que practiquen cualquier religión, incluida la católica -que yo no practico-. España, en contra de una creencia cada vez más extendida, está definida como estado aconfesional, no laico. Dentro del grupo de reformas constitucionales que se barajan para el final de esta legislatura no está contemplado el cambio de definición del Estado en este sentido.

Iosu Pongo, firma invitada
Dedicado a Groucho.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

y a ésto añado yo: -¡¡y dos huevos duros!!-

vaya catarsis, juan...peor que las mías

Johny Ramone

09 febrero, 2007 01:04  
Blogger Isaac said...

El ministerio de sanidad ha aplazado esta tarde el desarrollo de la Ley Antialcohol.
La ministra, quien debe tener perdido el contacto con la realidad desde sabe Dios cuándo, dice que lamenta que se haya convertido en tema de confrontación social (legítima de todo punto) y electoral. Esto último la define, de verdad: si piensa que ha habido más ruido por su estúpida ley que por De Juana o el 11-M, es que realmente no sé en qué mundo vive esta mujer.

20 febrero, 2007 19:54  

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