31 julio 2006

Días de FIB (y II)


Il Divo

Hay temas que valen un concierto, y conciertos que valen un festival, pero hay artistas que valen todo ello aún sin que la música suene. Morrissey se inclinó hacia el sector diestro del público con la mano izquierda sobre la parte contraria del pecho, y el brazo derecho, con la mano abierta y la palma hacia arriba, tendido hacia los asistentes; luego cerró el puño y recogió éste para darse dos golpecitos hacia el corazón. Repitió el gesto con la otra mitad de los presentes. Glamour.

Muy poco después de las nueve de la noche del sábado, reconocimos los acordes de Panic y, entonces, no nos quedó ninguna duda de que comenzaba algo grande. Morrissey había comparecido, sí, ataviado con una camisa que primero fue interpretada como mostaza, y luego como gualda. En realidad, en seguida, cuando, abrazado a los miembros de su banda (con camisetas rojas todos) saludó al auditorio, en un guiño a la bandera (Danger!!!) nacional.

El ex líder de Smiths eligió un comienzo muy contundente que le permitió meterse al público en el bolsillo desde el primer momento. Sin embargo, la entidad de la estrella permitió que su paso por Benicàssim no quedara reducido a un mero recopilatorio de éxitos del venerado grupo británico. Es la diferencia entre un concierto y un espectáculo como el que, por ejemplo, brindan los Rolling Stones cada vez que acometen una última gira. Otros dinosaurios también se caracterizan por esta manera contradictoria de afrontar el presente, esto es, mirando al pasado y renunciando a construir futuro. Nada les obliga por otra parte. Tuvieron su papel en la historia y fue importante. No hay por qué sacar otro disco más si el nuevo trabajo va a emborronar una trayectoria honorable.


Morrissey, sin renunciar desde luego a un pasado glorioso y capital en la historia de la música pop, pasó por el FIB dejando constancia de que, tanto You're the quarry como Ringleader of the tormentors, poseen la misma capacidad para emocionarnos que cualquiera de las maravillas que interpretó junto a los Smiths.

¡Ohhhhh! First of the gang to die... ¿Acaso no recuerda a The boy with the thorn in his side? Un comienzo impecable, con una frase lapidaria, como You have never been in love, unas guitarras sedosas, brillantes y redondas (¿qué haría Bernard Buttler, en una hipotética versión, con este tema?) un bajo saltarín, y un estribillo incontestable, donde el maestro hace un alarde de todos los recursos que le han caracterizado, narrándonos la historia con una dicción impecable, unos falsetes por los que no pasan los años, y la sensibilidad y la delicadeza utilizadas como recursos para afianzar las ideas en sus característicos fraseos. Maravilloso.

Clásicos como Girlfriend in a coma, otro de los inmortales temas de Smiths, junto al renacido How soon is now?, éste interpretado de manera majestuosa, convivieron pues con piezas como You have killed me o The youngest was the most loved, en un concierto que, eso sí, fue de más a menos, perdiendo algunos gramos de intensidad en su segunda mitad.

Morrissey cambió dos veces de camisa. Arrojó la primera de ellas al público, previo restriegue por axilas y entrepierna, y se colocó una bandera de España (danger!!!) a modo de pareo. Pidió disculpas por su plantón de hace dos años, disculpas aceptadas de manera automática dada la exhibición de poderío artístico realizada por el clásico de Manchester.

Bajó del escenario. Supongo que se ducharía. Se fue a Valencia y tomó un avión que lo devolvió a Roma.

The chemistry between us

Dado el alarde efectuado por Morrissey, cualquier artista que viniera después lo tenía complicado. Entre las víctimas inmediatas, se encontraban, a priori, Franz Ferdinand, cuya actuación de diciembre, en Madrid, había mostrado a un grupo totalmente sobrepasado por el éxito, con una sobreactuación y una tramoya algo desproporcionada a su verdadera talla.

La primera víctima, no obstante, fue inmediata, directa, y no lo fue por falta de carisma ni de calidad, sino por coincidencia horaria. Se trataba del afable Jay-Jay Johanson, quien, tras un show impecable, del que pudimos ver On the radio y poco más, recogía las mieles del triunfo incontestable en el FIB con un público absolutamente entregado en el escenario electrónico. Miembros de su banda hacían reverencias a la afición, a la vez que recogían, alucinados, el tributo de sus seguidores en cámaras digitales o de teléfono móvil. La próxima vez que vuelva, el sueco podría estrenar color verde. Jay-Jay intentó que le abrieran el micro para despedirse por última vez del enfervorecido auditorio, pero no se lo permitieron.

Existen grupos que pasan por el FIB sin pena ni gloria, como Oasis, con más pena que gloria, como Blur o Ian Brown, o, en el mejor de los casos, triunfando, como Morrissey o James, pero la química está reservada a unos pocos nombres que sienten algo especial al torear en esta plaza. Los casos clásicos quedan constituidos por las comparecencias de Los Planetas, The Chemical Brothers o Belle & Sebastian, quienes seguramente han sentido al tocar aquí sensaciones muy especiales. Sin embargo, a mi entender, los príncipes del FIB eran Suede, y el festival andaba huérfano sin ellos.

A la espera de que el bravo Jay-Jay vuelva al Festival dentro de pocas ediciones, esperemos que a la zona verde, el cetro de Brett Anderson lo ha recogido Alex Capranos.

Hace dos años, en 2004, Franz Ferdinand ocupaba uno de los huecos en el escenario principal. Desde el punto de vista organizativo y empresarial, el riesgo de entregar tanta responsabilidad a este grupo, en el año del décimo aniversario del FIB, constituyó uno de los grandes éxitos de la historia de Maraworld.

Como queda dicho, los "escoceses" se enfrentaban a la papeleta de tocar después, aunque no justo después, del inmenso Morrissey. Se puede decir, visto y disfrutado su concierto, que no sólo salieron ilesos, sino reforzados.

Capranos y los suyos decidieron, sabiamente, construir una línea simétrica, con dos partes dedicadas al salto colectivo, separadas, justo en el centro, por un grupo de canciones más lentas, entre las que se encontraban la bowiana Walk away y Eleanor put your boots on. Inteligente, pero única salida para un grupo que ha vuelto a poner sobre la mesa la vigencia del pop-rock como música apta para el baile. De otro modo, el público no habría soportado el ritmo de los de Glasgow.

Hay que tener en cuenta que, en el primer bloque, se encontraban pesos pesados como This boy, Do you wan to? y I'm your villain, tema éste muy apto para unos hooligans que aprovechaban la menor ocasión para hacer de las suyas.

De repente, los acordes de Take me out hicieron vibrar a los 35.000 presentes. Franz Ferdinand daban por finalizado el paréntesis melódico y el público tragaba saliva para afrontar con fuerzas el resto de minutos de baile y frenesí.

Luego, hubo tiempo para una magistral interpretación de la impagable Outsiders, alargada al mismo tiempo que la batería tomaba protagonismo con dos, y hasta tres ejecutantes, y empalmada finalmente al misil que a muchos, por encima de Take me out, nos hizo fijarnos en este grupo, This fire, tema que puso fin a un concierto en el que, por encima de todo, y como decíamos líneas antes, Franz Ferdinand se sentaron en el lugar que un día ocupó Suede en el reino de las emociones fiberas.

Debate sobre el valor del virtuosismo

Los últimos treinta años se han caracterizado, en parte, por el desdén de los músicos hacia la manera clásica de entender lo que era "tocar bien" un instrumento o "cantar bien". Es conocida una anécdota, de los albores de la movida, protagonizada por Nacho Canut, Ferni Presas, Edi Clavo y Jaime Urrutia. El, por entonces, bajista de Kaka de Luxe, había accedido, a través de un anuncio visto en la universidad, a una cita donde podría adquirir su bajo soñado, el Hofner que utilizaba Paul Mc Cartney. Al adquirir el instrumento, le preguntaba a Ferni, con su habitual laconismo: - Bueno, y esto, ¿cómo se toca? Tengo un concierto esta noche.

Sin llegar a estos extremos, es cierto que el pop se ha conformado habitualmente con unas estructuras aparentemente sencillas, con letras, también aparentemente, simples, de manera que, en el fondo, el público tiene tendencia a pensar que, con un poco de suerte, el hit del que está disfrutando lo podría haber compuesto uno mismo. Es una impresión semejante a la que muchos guardan ante determinadas obras plásticas del arte contemporáneo: "Eso lo hago yo".

Hemos hablado, y seguiremos abundando en ello, que el pop no es simple más que en apariencia, y que, tanto en artes plásticas como en música, es ello lo que constituye su grandeza como hecho artístico.

Llegados a este punto, me gustaría poner el acento sobre algo que me dio que pensar en el festival: el público está necesitado de músicos virtuosos. Tras décadas en las que se han alternado estilos como el punk, la electrónica, la música de usar y tirar y, siempre, eternamente y como trasfondo, el pop clásico de cuatro acordes, parece que los frívolos receptores necesitan, de tarde en tarde, una pequeña exhibición técnica para hacerles creer que todavía existen "músicos de verdad".

No deja de ser curioso.

El delirio que produce ver a Rufus Wainwright indefenso ante guitarra o piano, o la lujuriosa manera de exprimir el violín por parte de Yann Tiersen, provocan en el auditorio reacciones de absoluta estupefacción y aturdimiento colectivo. ¿Es que tiene más mérito el multiinstrumentista francés? ¿Estamos hablando de mérito, de "saber tocar de verdad"? ¿Por qué el público guarda silencio respetuosamente con algo que no es más que rock, aunque el instrumento protagonista sea un violín? ¿Es Yann Tiersen un virtuoso o un efectista?

De lo único que estoy seguro es de que Rufus fue otro de los grandes triunfadores de esta duodécima edición del FIB, entregado en un concierto sereno y cercano, a un público que, por otra parte, evidenció su nacionalidad con la pronunciación del happy birthday, dear raaifuuusss. Aún así, el clasicismo del canadiense, su voz cálida y envolvente, su técnica depurada en piano y guitarra, me dieron que pensar sobre esta idea que corroboré al día siguiente con Yann Tiersen.

Fin de fiesta

Reconozco que lo pensé: ¿Qué carajo pintan Madness en Benicàssim? ¡Hugh! M-80... Sin embargo, oír diez segundos de la intro de Our house en la prueba de sonido fueron suficientes para entregarme a ellos como, sin duda, se merecían. Magistrales y expertos, y con un humor inglés a toda prueba, los gentlemen de Camdem se sobrepusieron al calor para ofrecernos una retahíla de éxitos que se inició con One step beyond, insólita píldora de diversión por diversión. El reggae blanco de los británicos abrió el escenario verde en su última noche con un imponente sonido e impecables arreglos. El momento de Our house quedará grabado en mi memoria para siempre.

Los siguientes de la lista eran Depeche Mode, sin lugar a dudas los más esperados del día. La reciente gira europea había mostrado a unos depeche en la flor de la vida, perfectamente aptos y vigentes, mientras que Playing the angel resulta un disco digno, claramente necesario para algo más que para hacer rebosar unos bolsillos ya suficientemente llenos.

Sin llegar, de ninguna manera, al nivel de compenetración con el público, con el ambiente del festival, mostrado por Strokes, Morrissey o Franz Ferdinand, el veterano grupo presentó un directo incontestable, tanto en el plano técnico como emocional, con momentos gloriosos como Personal Jesus (donde el auditorio logró entonar, de hecho, algo parecido a Reach out and touch faith) World in my eyes, Walking in my shoes y Never let me down.


Algo había en la actitud del grupo sobre el escenario que lo alejaba del plano del festival. Una diferenciación escenográfica en el plano tangible. Una distancia anímica en lo intangible.

Dave Gaham correteaba hacia un lado y otro del estrado, mientras se ocupaba de destrozar lo que podría haber sido uno de los grandes momentos del FIB 2006. Uno de los momentos más esperados, el estribillo de Enjoy the silence, fue silenciado por Gaham, entregado a, junto a la subida a los hombros de adolescentes, la práctica más absurda del rock de estadio, como es el lanzamiento del pie de micro al público. Yo quería escuchar aquello de "All ever wanted, all ever needed..." de su garganta, y no de las difusas voces de un público cuyos cánticos no me aportan nada. Ni una vez, ni una sola vez en toda la extensión del clásico, tuvo la delicadeza ni la visión de regalarnos una interpretación del estribillo.

Tan frustrante como el cabezazo de Zidane a Materazzi. Tarjeta roja directa. Lo siento, pero...

Más tarde, decidí dar la cuarta oportunidad a Placebo. Ya que los había visto tres veces y no me habían gustado, intenté que, ya definitivamente maduros, me sedujeran en su cuarta comparecencia ante mi persona. Nada. Un concierto plano que dejó más que frío al público que poblaba en número muy abundante el escenario verde. Sosos y soporíferos, Placebo cerraron para mí el 2006, en cuanto a lo que se refería a Zona Heineken.

Suerte que pudimos resarcirnos del aburrimiento en la carpa Vueling, mientras pinchaba Homeboy. Decir, ya puestos, que Toxicosmos y Pin & Pon dj's también estuvieron más que correctos.

El año que viene... ¿más?

Isaac Lobatón