26 marzo 2008

Mi abuelo


Eran las tres y media de la madrugada cuando sonó el teléfono. Me desperté sobresaltado porque sabía lo que significaba la llamada, y con cierto sentimiento de culpabilidad, pues yo andaba soñando que estaba con Guille Arenas en el Primavera Sound, viendo a The Shaky Hands.
- ... soy un frívolo -pensé.

A mí, cuando me da por alguien, me da. Y la primera persona por la que me dio en mi vida fue él. El resto del mundo, para ser sinceros, me dio prácticamente igual durante los primeros años de mi infancia. Me paseaba como un mico por su cabeza, dándole besos sin parar mientras lo llamaba papá, porque por edad andaba más cerca de ser su sexto hijo que su primer nieto.

La suerte que tuve fue que el sentimiento era mutuo. Yo era su protegido. Una vaca sagrada. Siempre estaba dispuesto a hacer lo que se me ocurriera con tal de verme feliz, aunque tratando de equilibrar mis continuos caprichos con sus enseñanzas, como siempre que me empeñaba en "ayudarlo" con sus chapucillas hurgando en sus herramientas. ¡Cuántas herramientas! ¡Todas ordenadas! Los alicates rojos, los verdes, más alargados, los morados, para extraer clavos, el destornillador verde limón de estrella, el gato...

Cuando guardaba el coche en el garaje, me dejaba conducirlo. Empujaba  y yo giraba como podía el seco volante seco del 850. Así fue cómo desde muy pequeño hice prácticas de aparcamiento.

Una vez que fuimos al campo con mucha gente, algo que en Cádiz no se estila demasiado, yo me lo pasé en grande, así que pregunté cómo se llamaba aquel lugar. -"¿Este campo? ¡El Campo del Sur" - fue la respuesta en broma de alguien. Pues bien, estuve una tarde completa dándole el coñazo para que me llevara allí. Desesperada, mi abuela rogó que lo hiciera y, claro, fuimos al Campo del Sur, pero al verdadero, al que no es más que un Paseo Marítimo de Cádiz que fue bautizado con ese nombre debido a las huertas que proliferaban por allá hace bastantes décadas.

Anécdotas, recuerdos... y tiempo perdido... Tantas cosas por aprender, tantas preguntas por hacer, tantas historias por oír... En Madrid vivía atormentado ante la idea de permanecer en trabajos de medio pelo perdiéndome sus últimos años. En Cádiz, tantas prisas por llegar a casa para mirar las bajadas del soulseek, tender, destender, quitar el lavavajillas... Supongo que la vida sigue, sí, pero desde antes aun.

Me hubiera gustado que me explicara cómo funciona un sextante, aunque no habría entendido nada de nada, pues siempre he sido un acomplejado letroso al que le costaba trabajo resolver hasta los problemas "Rubio": 

- ¡Eso se hace con la regla de tres, criatura! 
- La señorita no nos deja usarla porque todavía no la ha explicado. Piensa otra forma.
- Pero, ¡¿qué manera tienen de enseñar hoy?!

Y él pensaba otra solución... Igual que hasta que tenía fuerzas para acometerlos, hablaba de la presunta dificultad de los sudokus en tono burlesco.

Quizá, el mejor episodio que ilustra su carácter abierto lo protagonizó cuando él, un marino de alta graduación, se hizo cargo de la casa a los sesenta y cinco años porque mi abuela empezó a dar clases en un instituto.

Fue la época donde me volví puntual, al menos durante unos años. Llegaba del colegio, y, oh, sopresa, ¡la comida estaba lista! Riquísimos y variados platos culminados con plátanos machados con naranja o, a veces, mezclando la fruta de canarias con unas cucharadas de Cola-Cao, una ocurrencia suya a la que estuve enganchado hasta que me saturó. Luego, la toma de la lección vespertina, que visualizo al sol, en la terraza; cuadro a cuadro, párrafo a párrafo: los climas, la flora, la fauna, El Empecinado, el sistema nervioso... Por no hablar de esas veces que se colaba en el patio de colegio vestido de uniforme con el utópico propósito de mediar en las broncas de niños de siete años.

Creo que una de las cosas de las que más me arrepiento en la vida es de haber tirado al suelo una hucha clásica de cerámica que él había pintado una tarde con la vista de África que se veía desde mi casa de Tarifa. Total, para -lo recuerdo- tres mil cuatrocientas sesenta y siete estúpidas pesetas... Su carácter delicado y sensible se manifestaba en pequeñas pasiones como la pintura -que, ojalá, hubiera practicado más- o los animales, sobre todo los animales.

En Barbate me construyó un estanque para los patitos donde yo pasaba todo el rato, y ya en el piso de Cádiz se limitó a colocar bebederos para los gorriones que llegaban a la terraza -y no cds para ahuyentarlos, como se dedica a hacer ahora mucha gente que debe creer que el ser humano no ensucia-. Hoy mismo, dos tórtolas acudían puntualmente a su cita con él y sus migas de pan. 

O esos días siguientes a la entrega al estanque del Parque Genovés de mi pato Idéfix, cuando él se colaba para llamarlo y darle de su propia mano su tomate y su lechuga.

Sus dos últimos amores eran Balbo y Cleo, dos encantadores gatos que, pese a que ya no vivían en su casa, él adoraba, hablándoles como a hijos... o como a nietos...

No sabía que escribiría tanto... un recuerdo lleva a otro... los belenes, los partidos de fútbol, de tenis, el escaléxtric y las escobillas de sus coches...

Siempre pensé que, cuando él no estuviera, no me atrevería a ser malo nunca más. No por miedo, sino por vergüenza, por faltar a su ejemplo. Lo intentaré, claro, aunque sea un propósito algo infantil. Y eso que siempre he pensado que, cuando perdemos a nuestros abuelos, alguien nos pide que devolvamos el carné de niño para siempre.

14 Comments:

Blogger . said...

Es muy entrañable lo que cuentas... La infancia entera llena de momentos imposibles de olvidar te pasa en un instante por la cabeza en situaciones tan tristes como estas...

Un abrazo grande

27 marzo, 2008 00:37  
Blogger ninive drake said...

Creo que él y yo nos hubiéramos llevado bien, si lo hubiera conocido y el espacio-tiempo lo hubiera permitido te lo habría robado un poquito, los míos murieron pronto, y por buenazos, me quedaron 2 abuelas gruñonas y demás adjetivos que por respeto a que ya no están no comentaré, pero vamos, lo bueno se me fue con ellos, los mejores regalos, los mejores viajes, las mejores anécdotas y los mejores tiempos muertos jugando con los botones de una caja de metal, al cinquet con alubias blancas o merendar agua-limón en las rodillas de mi abuelo, eso nunca lo intentaron mis abuelas, no las culpo ya, pero no guardan tantos cajones en la memoria...
tu abuelo era una persona reconfortante, por lo que cuentas, y una delicia de virtudes: paciencia, sabiduría, bondad... parecen tópicos, pero la vida es mucho más fácil y bonita con gente así...
lo siento por estos momentos que estás pasando Isaac, pero te quedan recuerdos imborrables que desgraciadamente los demás envidiamos y quisiéramos como propios, quédate con eso, como si fueras el niño que tiene el mejor regalos de reyes y los demás tenemos restos de hermanos mayores, has tenido mucha suerte de tenerle, mucha, mucha suerte.

un besazo y un abrazo

27 marzo, 2008 00:38  
Blogger evamaring said...

Yo retrasé esa misma llamada durante años y aún así cundo llegó me quedé sin palabras durante mucho tiempo.Tienes razón, se devuelve el carnet de niño.Yo lo entregué cuando murió mi abuela, con la que (se que va a sonar a pirada) todavía hablo por la casa.Mi abuela me ponía vino con gaseosa cuando comía en su casa, se pintaba los labios de rouge y llevaba la contabilidad del negocio de mi abuelo, la farmacia.Era una mujer atípica y llena de ternura de la que aprendí lo mejor q hoy tengo.Por eso sé muy bien lo q sientes y te envío un abrazo enorme. No sé por qué razón entre algunos abuelos/as y nietos/as se crea un vínculo tan especial, distinto del resto, pero tengo la certeza de que por muchos años que pasen y aunque desaparezcan de nuestra rutina ellos no se acaban.Isaac,de verdad,esto no se acaba. De alguna manera él sigue acompañándote a descubrir el auténtico campo del sur (y no hablo de creencias religiosas ni de apariciones místicas, sino de otro sentimiento q no sé definir) así que no dejes de poner colacao en los plátanos. Un beso enorme.

27 marzo, 2008 07:40  
Anonymous Anónimo said...

Lo siento mucho, Isaac.
Un abrazo fuerte, fuerte.

27 marzo, 2008 09:55  
Anonymous Anónimo said...

Lo siento mucho, de verdad.
También sé perfectamente de lo que hablas... Y ¿sabes? habéis tenido suerte de poder disfrutaros tanto tiempo. Eso ya no te lo quita nadie.

Mi abuelito se marchó hace demasiado tiempo y no he vuelto a encontrar jamás a nadie que me diera la mano y me paseara por la vida como él.

Un abrazo

27 marzo, 2008 11:52  
Anonymous Anónimo said...

Un beso gigantescamente grande y nunca jamás devuelvas el carné de niño, él nunca lo hizo.

27 marzo, 2008 22:36  
Blogger Isaac said...

Gracias a todos. Han sido treinta años de nieto. Es mucho y me siento muy afortunado.
También del presente por cosas como esta.

27 marzo, 2008 22:37  
Anonymous Anónimo said...

Isaac pasaba por aqui y antes de que te vuelva a ver por ahí no quiero dejar de ofrecerte mi apoyo en este momento triste, un abrazo

Antonio

28 marzo, 2008 20:51  
Blogger Isaac said...

Muchas gracias!

Pero, ¿qué Antonio eres concretamente?

28 marzo, 2008 21:34  
Anonymous Anónimo said...

Todos tenemos pedacitos de esos recuerdos.
La frivolidad es una cualidad del ser humano, y tan útil como la que más.
Gracias, un beso.

28 marzo, 2008 23:13  
Anonymous Anónimo said...

Hay un dicho popular que dice:
"Dios me libre del dia de las alabanzas".
Esto parece demostrar que siempre se exagera.
Como toda regla tiene su excepción, en este caso incluso no alcanza la realidad.

28 marzo, 2008 23:30  
Anonymous Anónimo said...

Anímate.
Queda entre nosotros cuanto otros nos dan y crece en lo que dejaron, siempre es mucho y nos permite seguir sintiéndolos cerca.

29 marzo, 2008 19:37  
Anonymous Anónimo said...

Lo siento mucho Isaac. A mi me encantaba tu abuelo. Sabes que? Gracias a el me empezo a gustar el gazpacho, lo hacia como nadie.
Quillo, un abrazo y un besaso enorme de la Sola.

29 marzo, 2008 20:39  
Blogger kikeconk said...

Un fuerte abrazo

29 marzo, 2008 22:58  

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