He ganado...
Pues bueno... de las diez crónicas finalistas han elegido la mía. Así pues, soy el ganador del concurso de redacción musical de Heineken. Me voy al Festival de Benicàssim con todos los gastos pagados, que está muy bien, desde luego, pero sobre todo a escribir sobre ello, que es lo que interesa.
Tengo que daros las gracias a todos los que os molestasteis en votar, a los que votasteis varias veces, a los que, incluso, habéis leido una o las dos crónicas sin saber ni de quién coño hablaba, a los jefes que me han permitido ir a festivales y a conciertos sin demasiadas trabas y, perdón por hacer distinciones, a todos aquellos que sé que entrais en el blog sin hacer ruido y me habéis animado a empezar a escribir, a seguir escribiendo y a, si puedo, acabar mis días haciéndolo.
Si sigo, acabaré por caer en cursilerías, por lo que lo vamos a dejar así.
¡Muchímas gracias de nuevo! ¡Va por ustedes!
Copio y pego el texto sobre el concierto de Rufus Wainwright de la semana pasada en La Riviera, el gol de la victoria:
Fon Román y Rufus Wainwright en La Riviera: Las delgadas líneas
El cartel ofrece un duelo estimulante. Dos maneras de afrontar las emociones; de reinterpretar la herencia de la música popular del siglo pasado. Jóvenes, sí, pero con una carrera afianzada y marchamo de veteranía. El desnudo y purista Micah P. Hinson enfrentado a la exhuberancia de un Rufus Wainwright que lleva camino de megaestrella –propósito que nunca ha ocultado. El ying y el yang de la música popular. Apolo y Dionisos. Talento asociado a belleza confrontado a talento aliado con las fuerzas de la naturaleza.
No lo veremos. Un accidente doméstico en Austin, Texas, da al traste con la resultona idea de la organización. Micah P. Hinson no cruza el charco y en los corrillos se palpa la inquietud de los aficionados por su maltrecha espalda.
El programa se queda, pues, cojo. Fon Román sustituye a Hinson, en lo que constituirá una papeleta no ya dura, sino imposible. Su disco en solitario le ha proporcionado el favor de un sector de la crítica, pero en directo suena sólo pretencioso y, como gran parte de la carrera de Los Piratas, rebuscado, con la experimentación como origen, medio y fin, sin hilar una melodía convincente ni aunar ésta con el criterio propio para obtener algún resultado tangible. Fon Román fracasará estrepitosamente en su apresurado intento de hacer olvidar la ausencia del geniecillo tejano.
No importa. Sobre el escenario comparecerá en pocos minutos el artista que, a fuerza de ambición ha puesto de acuerdo a todos; ambición por exprimir todo su talento, y ambición por aprovechar toda idea que surja de su superdotado cerebro. La irrupción de Rufus Wainwright provoca aullidos de emoción mientras Release the Stars, la canción que da título a su último trabajo, abre su recital madrileño.
Rufus el virtuoso, el perfeccionista, el matemático. El mismo que, sin ningún temor de Dios, es capaz de contratar los servicios de todo un Neil Tennant como productor para luego no dejarle mover un dedo. Rufus Wainwright, el neoclásico, el romántico, el –siempre- barroco, el virtuosa y equilibradamente ecléctico. Ser mirado, contemplado, admirado, es su estado ideal. Transita de la guitarra al piano y de éste al pie de micro, alardeando, sin querer, de la perfección técnica que caracteriza toda su obra. La obra de un músico mayor que se mueve como un funámbulo sobre la delgada línea que delimita el talento inusitado de la pedantería y la cursilería.
Pero partamos de una base: Rufus cansa, sí. Es indudable. El problema sobrevendría si ese cansancio lo originaran la afectación o el artificio. Bien distinta es la realidad cuando el agotamiento viene dado por el empuje incontrolable de una creatividad que, por el momento, no conoce límites y que ha colocado al hijo mayor del clan Wainwright como el máximo referente de la canción de autor norteamericana en este inicio de siglo. Esto es, somos nosotros los problemáticos, no su música.
Su presencia en el escenario es arrolladora. Aunque, como hoy, se haya vestido de niño travieso, ataviado con un peto y unos calcetines blancos hasta las rodillas, casi como un personaje de Mark Twain o de Enid Blyton. Un crooner disfrazado de arrapiezo. Si Dean Martin levantara la cabeza…
Un aspecto que lleva a la unanimidad en la obra de Wainwright es el hecho de que sus discos se presentan como un producto perfectamente acabado, a veces más que acabado. La consecuencia es que sus directos ganan gracias a que pierden parte del peso que contendría un traslado estricto del estudio al escenario. Además, el canadiense sabe ganarse a su público, aparte de su inexcusable actitud queer, utiliza recursos tan sencillos como hablar de la “decadente elegancia del hotel Palace” o de su visita matutina al Museo del Prado.
Hemos hablado de una delgada línea, pero en realidad hay varias. La delgada línea que separa el momento cumbre de Slideshow de la épica; la que delimita la mera complacencia del derecho a recurrir a un repertorio excelso; o la que marca la frontera entre el ridículo y el divismo puro, innato y espontáneo… Rufus Wainwright, travestido de Judy Garland, quiere enfatizar que desea ser algo más que una estrella del pop, que es algo más que una estrella del pop. Descúbranse.
Tengo que daros las gracias a todos los que os molestasteis en votar, a los que votasteis varias veces, a los que, incluso, habéis leido una o las dos crónicas sin saber ni de quién coño hablaba, a los jefes que me han permitido ir a festivales y a conciertos sin demasiadas trabas y, perdón por hacer distinciones, a todos aquellos que sé que entrais en el blog sin hacer ruido y me habéis animado a empezar a escribir, a seguir escribiendo y a, si puedo, acabar mis días haciéndolo.
Si sigo, acabaré por caer en cursilerías, por lo que lo vamos a dejar así.
¡Muchímas gracias de nuevo! ¡Va por ustedes!
Copio y pego el texto sobre el concierto de Rufus Wainwright de la semana pasada en La Riviera, el gol de la victoria:
Fon Román y Rufus Wainwright en La Riviera: Las delgadas líneas
El cartel ofrece un duelo estimulante. Dos maneras de afrontar las emociones; de reinterpretar la herencia de la música popular del siglo pasado. Jóvenes, sí, pero con una carrera afianzada y marchamo de veteranía. El desnudo y purista Micah P. Hinson enfrentado a la exhuberancia de un Rufus Wainwright que lleva camino de megaestrella –propósito que nunca ha ocultado. El ying y el yang de la música popular. Apolo y Dionisos. Talento asociado a belleza confrontado a talento aliado con las fuerzas de la naturaleza.
No lo veremos. Un accidente doméstico en Austin, Texas, da al traste con la resultona idea de la organización. Micah P. Hinson no cruza el charco y en los corrillos se palpa la inquietud de los aficionados por su maltrecha espalda.
El programa se queda, pues, cojo. Fon Román sustituye a Hinson, en lo que constituirá una papeleta no ya dura, sino imposible. Su disco en solitario le ha proporcionado el favor de un sector de la crítica, pero en directo suena sólo pretencioso y, como gran parte de la carrera de Los Piratas, rebuscado, con la experimentación como origen, medio y fin, sin hilar una melodía convincente ni aunar ésta con el criterio propio para obtener algún resultado tangible. Fon Román fracasará estrepitosamente en su apresurado intento de hacer olvidar la ausencia del geniecillo tejano.
No importa. Sobre el escenario comparecerá en pocos minutos el artista que, a fuerza de ambición ha puesto de acuerdo a todos; ambición por exprimir todo su talento, y ambición por aprovechar toda idea que surja de su superdotado cerebro. La irrupción de Rufus Wainwright provoca aullidos de emoción mientras Release the Stars, la canción que da título a su último trabajo, abre su recital madrileño.
Rufus el virtuoso, el perfeccionista, el matemático. El mismo que, sin ningún temor de Dios, es capaz de contratar los servicios de todo un Neil Tennant como productor para luego no dejarle mover un dedo. Rufus Wainwright, el neoclásico, el romántico, el –siempre- barroco, el virtuosa y equilibradamente ecléctico. Ser mirado, contemplado, admirado, es su estado ideal. Transita de la guitarra al piano y de éste al pie de micro, alardeando, sin querer, de la perfección técnica que caracteriza toda su obra. La obra de un músico mayor que se mueve como un funámbulo sobre la delgada línea que delimita el talento inusitado de la pedantería y la cursilería.
Pero partamos de una base: Rufus cansa, sí. Es indudable. El problema sobrevendría si ese cansancio lo originaran la afectación o el artificio. Bien distinta es la realidad cuando el agotamiento viene dado por el empuje incontrolable de una creatividad que, por el momento, no conoce límites y que ha colocado al hijo mayor del clan Wainwright como el máximo referente de la canción de autor norteamericana en este inicio de siglo. Esto es, somos nosotros los problemáticos, no su música.
Su presencia en el escenario es arrolladora. Aunque, como hoy, se haya vestido de niño travieso, ataviado con un peto y unos calcetines blancos hasta las rodillas, casi como un personaje de Mark Twain o de Enid Blyton. Un crooner disfrazado de arrapiezo. Si Dean Martin levantara la cabeza…
Un aspecto que lleva a la unanimidad en la obra de Wainwright es el hecho de que sus discos se presentan como un producto perfectamente acabado, a veces más que acabado. La consecuencia es que sus directos ganan gracias a que pierden parte del peso que contendría un traslado estricto del estudio al escenario. Además, el canadiense sabe ganarse a su público, aparte de su inexcusable actitud queer, utiliza recursos tan sencillos como hablar de la “decadente elegancia del hotel Palace” o de su visita matutina al Museo del Prado.
Hemos hablado de una delgada línea, pero en realidad hay varias. La delgada línea que separa el momento cumbre de Slideshow de la épica; la que delimita la mera complacencia del derecho a recurrir a un repertorio excelso; o la que marca la frontera entre el ridículo y el divismo puro, innato y espontáneo… Rufus Wainwright, travestido de Judy Garland, quiere enfatizar que desea ser algo más que una estrella del pop, que es algo más que una estrella del pop. Descúbranse.
8 Comments:
Una enhorabuena firmada!!!
No podía ser de otra manera, picha (sin menospreciar al resto, claro)
Que, escribes muy bien hombre! Sigue así, que muchos te seguimos y te apoyamos!!!
En nada nos vemos por allí.
Un abrazo.
J. COPILOTO
JOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOODER MCFLY. HAS SALIDO GANADOR.
BUENO DESPUES DE PARAFRASEAR "REGRESO AL FUTURO", SOLAMENTE DECIRTE ENHORABUENA:
¡¡¡¡¡ENHORABUENA!!!!!
SALUDOS.
Pues muchísimas felicidades!!!! por la parte que me toca (que fue algún voto) estoy contento... ya nos contarás...
Felicidades figura!!!!
Enhorabuena caballero!!, yo soy de aquellos que te leen pero que no conocen, ni tiene ni idea de los grupos y artistas sobre los que escribes. Soy miembro del grupo de los silenciosos, de los que entramos en tu blog solo para leerte, y siempre merece la pena.
Muchas gracias a todos. Espero (uf!) estar a la altura. Es mucha tela lo que viene encima.
a mi Fon Roman no me gusta mucho...
Pues estoy totalmente de acuerdo. No entiendo a ese muchacho.
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