Primavera Sound (I)
Es muy pulcro. ¿No te parece?
Me gusta el tranvía. Aunque ensucie la atmósfera, no lo vemos y resulta limpio, acogedor, rápido, eficaz. No tardo ni diez minutos en desplazarme desde la casa de mis anfitriones hasta el fórum.
Una vez allí, lo capto rápidamente. Brisa marina de un Mediterráneo a un paso, luz, cemento, diafanidad... limpieza, en definitiva. Espacios muy abiertos para tránsitos cómodos de un escenario a otro. No habrá polvo, no habrá empujones ni mareas humanas, ni pasillos estrechos por los que querrá pasar todo el mundo en un momento dado. Con un libro de estilo diferente, el Primavera va invadiendo el espacio que, aun ahora, sigue ocupando el FIB; un FIB que este año ya ha anunciado una nueva ampliación y un aumento del número de asistentes. Un FIB que se ha convertido, para muchos, en un exceso inaguantable que linda demasiado cerca de la frivolidad, ya que la magnitud del certamen dota de tal protagonismo a la masa que empequeñece necesariamente al artista, a este paso un convidado de piedra.
Desde el primer contacto con el Primavera, se intuye una perfecta organización. Además de la tradicional pulserita-resort, se entrega una tarjeta con código de barras. Bien. La feria del disco discurre en una ancha avenida donde decido no detenerme mucho para disfrutar de una visita panorámica.
Es jueves y son casi las diez, pero no he podido llegar antes. A esas horas ya lamento haberme perdido a nombres como Herman Düne, programado para las ocho, y Dirty three, a las siete si no recuerdo mal. Lo bueno es que tengo tiempo de sobra para llegar a donde tocan Slint y hacerme con un sitio decente. Así que hablo por teléfono, cuento mis buenas impresiones, paso por el escenario "Estrella", el principal, cuando primero detecto, luego percibo y finalmente oigo, los armónicos de guitarra de "Breadcrumb trail", el tema que abre "Spiderland".
- "Mira, en el escenario de Slint están poniéndolos para ambientar... pero suena a directo, pero no puede ser... queda una hora... ¡Están Slint! ¡Pero bueno...! ¡Adiós!".
Cuelgo el teléfono y me voy corriendo.
Slint: Sonrisas y lágrimas
La primera vez que escuché a Slint me reí muchísimo. Cuando tengo por delante a un intérprete o grupo con un talento tan sobrado, yo reacciono así, en lo que no creo más que un reflejo de que me siento superado. Como cuando veía a Zidane hacer la roulette. Siento que me están vacilando, que no es posible. O como cuando actúa Juan Tamariz. Me engañan una y otra vez, pero me encanta.
El concierto está empezando y rememoro esas sensaciones. El auditorio escucha serena y respetuosamente; una constante durante los tres días. Walford, Mc Mahon y Pajo, entregados a lo suyo. El rostro de Pajo se ha endurecido con los años. Ahora muestra una rotunda severidad. Se parece a Nadal. Quizá tenga en común con él la certeza de que le dieron muchas papeletas para hacer historia. Para ser historia. La banda entera segrega quitina junto a un público que muestra una comunión y complicidad fuera de lo común, plenamente consciente del fenómeno ante el que se encuentra.
Se suceden, una tras otra, las seis piezas que conforman Spiderland. Seis maneras de demostrar que, a veces, podemos encontrarnos con grupos a los que cuesta encontrar raíces, si es que alguna vez las tuvieron. Yo no encuentro yacimientos de música negra por ninguna parte. Tampoco de folk, no desde luego de ese que tiende un puente entre el country y la tradición celta. En directo estoy aun más seguro de que estamos ante la música de los blancos de la América profunda, esa suerte de entelequia tan llamativamente morbosa para el ciudadano europeo. El sitio que imaginamos siempre como un inmenso erial, casi tanto en lo paisajístico como en lo cultural, pero sobre todo, en lo social; pensamos en campos en barbecho, en cultivos de trigo, en cabañas habitadas por personajes introvertidos y lentos de movimientos que pasan días y semanas sin hablar con nadie.
Probablemente, pocas de esas memeces urdidas por nuestra prepotente mente post fenicia sean ciertas, pero de haber existido en algún momento, el hoy trío de Tennesse representa todo ese ambiente de una manera casi física y tangible. Y aunque este disco, Spiderland, date de 1990, es tal su personalidad y su diferenciación que su vigencia es indiscutible. Sin poder afirmarlo de una manera rotunda -estas cosas son muy relativas, a pesar de todo- es uno de esos trabajos que te conducen a la conclusión de que, sin ellos, no habría sido lo mismo.
Guitarras desnudas, arpegios cristalinos, desaforados cambios de tiempo, batería dominante, limpia y contundente, la voz lúgubre que envuelve historias (ojo) no siempre oscuras, como el que interpreta los momentos de felicidad como pequeños fraudes vitales... Los instrumentos en Slint no tienen jerarquía; aunque esto suene a tópico destinado a quedar bien (como cuando en los conciertos de antes se pedían aplausos para el portero) esta vez es cierto, pero no por nada, sino porque estos muchachos funcionan como un grupo de escapados en una etapa llana del Tour. Si alguno trata de irse, el resto acelera y lo alcanza sin problemas. Es un equilibrio contradictorio este, pues entran en juego competitividad y solidaridad.
Más que bien quedaría uno etiquetando a Slint como un grupo de rock deconstructivista, pero yo creo que no es exacto. En primer lugar, porque yo no estoy seguro de que Slint sea un grupo rock por el mero hecho de que cuenten con guitarra, bajo y batería -al menos por lo que respecta a "Spiderland"- y, en segundo lugar, porque lo que creo es que no deconstruyen, sino que construyen a partir de 0'1, desde el mínimo -que tampoco es lo mismo que ser minimalista.
Todo esto se vino abajo con el último tema, el único que no pertenecía a "Spiderland". Dos acordes, un juego eterno de construcción (siento repetirme). Esta vez, Slint ejercen de hormigas, y no de arañas. Grano a grano de arena, el grupo discurre por un ámbito que va resultando más familiar conforme pasan los segundos; cimientos y cemento que permiten que el tema crezca a lo largo y a lo ancho. Hacia el minuto doce, no sé muy bien cómo, mi cabeza se abstrae y, dentro de ella, retumba una voz negra ("soul man, soul man") acompañada de un cuarteto de metales. De vuelta a la realidad, me quedo con la sensación de que Slint me ha vuelto a torear mientras compruebo que la composición todavía no ha explotado y mis ojos se humedecen ante el esqueleto estructural de lo que podría ser cualquier estándar clásico norteamericano, pero interpretado con el espíritu propio de una jam session, así ha sido como se ha desarrollado y finalizado el tema en cuestión. ¿Jazz? ¿Simple psicodelia? ¿Free jazz, incluso? Demasiadas preguntas. Ninguna respuesta.
Meridiano de Greenwich
El concierto ha terminado. Cuando están casi acabando, veo aparecer gente que cree que acaban de empezar. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. En fin...
Después de esto -pienso- puede que Alexander Tucker sea lo mejor para acabar el día. Con rotundidad, no me apetece soportar a Smashing Pumpkins, pero tampoco a White Stripes. Ante tal demostración, no toleraría nada que se aproximase ni un kilómetro a la impostura.
Cuando llego al escenario ATP, aquello no es Alexander Tucker. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. Al acabar, una simpática pareja me dice que, en efecto, estos eran Comet on fire y que se ha producido un adelanto generalizado de una hora. Amablemente, me pasan un horario actualizado, pero yo ya había decidido irme a casa tranquilamente, previo paso por la feria del disco. Un poco indignado por el desajuste horario, emprendo el camino. Dos fallos -pienso- porque la página web del Primavera es manifiestamente mejorable. Por el camino veo a unos españoles pelín insustanciales, Ghouls'n'Ghosts. No llegaron en buen momento a mi vida.
(Continuará)
Me gusta el tranvía. Aunque ensucie la atmósfera, no lo vemos y resulta limpio, acogedor, rápido, eficaz. No tardo ni diez minutos en desplazarme desde la casa de mis anfitriones hasta el fórum.
Una vez allí, lo capto rápidamente. Brisa marina de un Mediterráneo a un paso, luz, cemento, diafanidad... limpieza, en definitiva. Espacios muy abiertos para tránsitos cómodos de un escenario a otro. No habrá polvo, no habrá empujones ni mareas humanas, ni pasillos estrechos por los que querrá pasar todo el mundo en un momento dado. Con un libro de estilo diferente, el Primavera va invadiendo el espacio que, aun ahora, sigue ocupando el FIB; un FIB que este año ya ha anunciado una nueva ampliación y un aumento del número de asistentes. Un FIB que se ha convertido, para muchos, en un exceso inaguantable que linda demasiado cerca de la frivolidad, ya que la magnitud del certamen dota de tal protagonismo a la masa que empequeñece necesariamente al artista, a este paso un convidado de piedra.
Desde el primer contacto con el Primavera, se intuye una perfecta organización. Además de la tradicional pulserita-resort, se entrega una tarjeta con código de barras. Bien. La feria del disco discurre en una ancha avenida donde decido no detenerme mucho para disfrutar de una visita panorámica.
Es jueves y son casi las diez, pero no he podido llegar antes. A esas horas ya lamento haberme perdido a nombres como Herman Düne, programado para las ocho, y Dirty three, a las siete si no recuerdo mal. Lo bueno es que tengo tiempo de sobra para llegar a donde tocan Slint y hacerme con un sitio decente. Así que hablo por teléfono, cuento mis buenas impresiones, paso por el escenario "Estrella", el principal, cuando primero detecto, luego percibo y finalmente oigo, los armónicos de guitarra de "Breadcrumb trail", el tema que abre "Spiderland".
- "Mira, en el escenario de Slint están poniéndolos para ambientar... pero suena a directo, pero no puede ser... queda una hora... ¡Están Slint! ¡Pero bueno...! ¡Adiós!".
Cuelgo el teléfono y me voy corriendo.
Slint: Sonrisas y lágrimas
La primera vez que escuché a Slint me reí muchísimo. Cuando tengo por delante a un intérprete o grupo con un talento tan sobrado, yo reacciono así, en lo que no creo más que un reflejo de que me siento superado. Como cuando veía a Zidane hacer la roulette. Siento que me están vacilando, que no es posible. O como cuando actúa Juan Tamariz. Me engañan una y otra vez, pero me encanta.
El concierto está empezando y rememoro esas sensaciones. El auditorio escucha serena y respetuosamente; una constante durante los tres días. Walford, Mc Mahon y Pajo, entregados a lo suyo. El rostro de Pajo se ha endurecido con los años. Ahora muestra una rotunda severidad. Se parece a Nadal. Quizá tenga en común con él la certeza de que le dieron muchas papeletas para hacer historia. Para ser historia. La banda entera segrega quitina junto a un público que muestra una comunión y complicidad fuera de lo común, plenamente consciente del fenómeno ante el que se encuentra.
Se suceden, una tras otra, las seis piezas que conforman Spiderland. Seis maneras de demostrar que, a veces, podemos encontrarnos con grupos a los que cuesta encontrar raíces, si es que alguna vez las tuvieron. Yo no encuentro yacimientos de música negra por ninguna parte. Tampoco de folk, no desde luego de ese que tiende un puente entre el country y la tradición celta. En directo estoy aun más seguro de que estamos ante la música de los blancos de la América profunda, esa suerte de entelequia tan llamativamente morbosa para el ciudadano europeo. El sitio que imaginamos siempre como un inmenso erial, casi tanto en lo paisajístico como en lo cultural, pero sobre todo, en lo social; pensamos en campos en barbecho, en cultivos de trigo, en cabañas habitadas por personajes introvertidos y lentos de movimientos que pasan días y semanas sin hablar con nadie.
Probablemente, pocas de esas memeces urdidas por nuestra prepotente mente post fenicia sean ciertas, pero de haber existido en algún momento, el hoy trío de Tennesse representa todo ese ambiente de una manera casi física y tangible. Y aunque este disco, Spiderland, date de 1990, es tal su personalidad y su diferenciación que su vigencia es indiscutible. Sin poder afirmarlo de una manera rotunda -estas cosas son muy relativas, a pesar de todo- es uno de esos trabajos que te conducen a la conclusión de que, sin ellos, no habría sido lo mismo.
Guitarras desnudas, arpegios cristalinos, desaforados cambios de tiempo, batería dominante, limpia y contundente, la voz lúgubre que envuelve historias (ojo) no siempre oscuras, como el que interpreta los momentos de felicidad como pequeños fraudes vitales... Los instrumentos en Slint no tienen jerarquía; aunque esto suene a tópico destinado a quedar bien (como cuando en los conciertos de antes se pedían aplausos para el portero) esta vez es cierto, pero no por nada, sino porque estos muchachos funcionan como un grupo de escapados en una etapa llana del Tour. Si alguno trata de irse, el resto acelera y lo alcanza sin problemas. Es un equilibrio contradictorio este, pues entran en juego competitividad y solidaridad.
Más que bien quedaría uno etiquetando a Slint como un grupo de rock deconstructivista, pero yo creo que no es exacto. En primer lugar, porque yo no estoy seguro de que Slint sea un grupo rock por el mero hecho de que cuenten con guitarra, bajo y batería -al menos por lo que respecta a "Spiderland"- y, en segundo lugar, porque lo que creo es que no deconstruyen, sino que construyen a partir de 0'1, desde el mínimo -que tampoco es lo mismo que ser minimalista.
Todo esto se vino abajo con el último tema, el único que no pertenecía a "Spiderland". Dos acordes, un juego eterno de construcción (siento repetirme). Esta vez, Slint ejercen de hormigas, y no de arañas. Grano a grano de arena, el grupo discurre por un ámbito que va resultando más familiar conforme pasan los segundos; cimientos y cemento que permiten que el tema crezca a lo largo y a lo ancho. Hacia el minuto doce, no sé muy bien cómo, mi cabeza se abstrae y, dentro de ella, retumba una voz negra ("soul man, soul man") acompañada de un cuarteto de metales. De vuelta a la realidad, me quedo con la sensación de que Slint me ha vuelto a torear mientras compruebo que la composición todavía no ha explotado y mis ojos se humedecen ante el esqueleto estructural de lo que podría ser cualquier estándar clásico norteamericano, pero interpretado con el espíritu propio de una jam session, así ha sido como se ha desarrollado y finalizado el tema en cuestión. ¿Jazz? ¿Simple psicodelia? ¿Free jazz, incluso? Demasiadas preguntas. Ninguna respuesta.
Meridiano de Greenwich
El concierto ha terminado. Cuando están casi acabando, veo aparecer gente que cree que acaban de empezar. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. En fin...
Después de esto -pienso- puede que Alexander Tucker sea lo mejor para acabar el día. Con rotundidad, no me apetece soportar a Smashing Pumpkins, pero tampoco a White Stripes. Ante tal demostración, no toleraría nada que se aproximase ni un kilómetro a la impostura.
Cuando llego al escenario ATP, aquello no es Alexander Tucker. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. Al acabar, una simpática pareja me dice que, en efecto, estos eran Comet on fire y que se ha producido un adelanto generalizado de una hora. Amablemente, me pasan un horario actualizado, pero yo ya había decidido irme a casa tranquilamente, previo paso por la feria del disco. Un poco indignado por el desajuste horario, emprendo el camino. Dos fallos -pienso- porque la página web del Primavera es manifiestamente mejorable. Por el camino veo a unos españoles pelín insustanciales, Ghouls'n'Ghosts. No llegaron en buen momento a mi vida.
(Continuará)
Isaac Lobatón
3 Comments:
uuuuuuuuuuuuuf, menuda crónica... adoro a Slint, y me encanta Spiderland, pero en solitario David Pajo también me encanta, su Whatever, Mortal me dejó off ya hace tiempo, que sigan como quieran, pero dentro de la música... una lástima lo de los horarios, más de uno habrá derrochado entrada sin disfrutar...
saludos cordiales
Gracias por la recomendación. A veces a uno le da pereza probar las cosas que sabe que le van a gustar... ya sabes... otro gancho.
Joder pues yo ultimamente no doy una con los conciertos... como casi siempre estoy en mi mundo a veces me paso mucho tiempo buscando cosas de musica y conciertos en internet y no miro los conciertos del Teatro Cervantes de Malaga... y me los pierdo por gilipollas, como nunca me espero que traigan buenos conciertos al teatro y siempre los hacen en la Sala gades... pues me he perdido este año a Nick Cave y a Patrick Wolf y hace un par de semanas Violent Femmes, pero a estos ultimos no los conocia mucho pero bueno... el caso es que el 15 tengo un examen y me ire pitando para mi pueblo (Martos) para ver al Sr chinarro, que ya estoy deseando...
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