28 enero 2009

La Aduana I - Contexto


Desde que llegué a Cádiz hace dos años, cada poco encuentro en la portada del Diario una mención a tres o cuatro columnas sobre el asunto del derribo de la Aduana. Hace año y medio o así decidí ir a un par de reuniones de la plataforma creada contra su desaparición; tras la primera de ellas, opté por comprometerme de una manera más o menos activa dentro de mis posibilidades. Empecé a recoger firmas -me aburrí prontísimo de dar la chapa a la gente- y decidí escribir un post -nunca lo llegué a hacer hasta hoy.

Lo hice porque comprobé que, cosa rara, el colectivo de personas que se manifestaban en contra del derribo de la vieja aduana no andaba politizado; se trataba de un grupo heterogéneo de intelectuales independientes que, sencillamente, trataban de buscar respuestas convincentes del municipio a un asunto que les inquietaba; interacción, diálogo y participación, vaya, esas cositas de las que sólo se habla en campañas electorales y cada vez que hay una edición de "Tengo una pregunta para Zp".

El post no lo escribí nunca porque, a medida que pasaba el tiempo, me iba invadiendo la pereza. Pereza porque en Cádiz, como en toda Andalucía, casi sólo existe el conmigo o el contra mí, porque la plataforma era tildada de anti-gaditana, porque desde la gaceta oficial se atacaba (y se ataca) de una manera pretendidamente sutil pero muy ordinaria a la postre, a todo el que osara cuestionar o, sencillamente, proponer alternativas a los pretenciosos planes urbanísticos del gobierno municipal. Pereza también porque, acostumbrado a la prepotencia del gobierno vitalicio del SOE en la junta, uno espera más flexibilidad por parte de aquellos que llevan años postulándose como alternativa y no una nueva imposición de pensamiento único.

A menudo, desde muchos sectores se tiende a tildar a los arquitectos de listillos; muchas personas los juzgan como gremio por la conducta de algunos profesionales que, es cierto, actuan con la soberbia del iluminado, del que desde una posición muy elevada no duda en imponer al cliente una solución a sus presuntas necesidades por más que aquélla no case con sus deseos.

Lo mejor para empezar es hacerlo por el principio, pero, como no sé identificarlo con exactitud, iniciaré esta serie de entradas aclarando un par de conceptos básicos; como que Cádiz, a pesar de contar con una sola estrella en la Guía Verde de Michelín -cosa que de pequeño me molestaba muchísimo- se caracteriza por la envidiable unidad estilística de la arquitectura de su casco histórico; esto es gracias, sobre todo, al predominio de un perfil al que, a grandes rasgos, se le puede colgar la etiqueta de Neoclásico.

Si se hace un recorrido imaginario de ida y vuelta por el perímetro del casco histórico, partiendo desde las Puertas de Tierra, podrá comprobarse lo que digo: las propias murallas, la Carcel Real, la zona superior de la Catedral Nueva, el antiguo Hospicio, el Centro de Arqueología Subacuática (antiguo Balneario de la Palma), los edificios de la Universidad (antiguos cuarteles), el antiguo Gobierno Militar (no acabo de tener claro lo que es en la actualidad ni lo que pretende ser), el Palacio Provincial de Diputación (antigua Aduana, he aquí parte de la cuestión), el Ayuntamiento, la Comandancia de Marina, la Aduana (el edificio que nos ocupa) y la Audiencia Provincial. A este conjunto de arquitectura civil hay que sumar el conformado por las propias viviendas, en total consonancia estética salvo contados y flagrantes casos, así como el de algunos edificios que, sin cumplir plenamente con un parámetro neoclásico pleno, como la Iglesia del Carmen, o sin cumplirlo en absoluto, como el Palacio de Congresos (antigua Fábrica de Tabacos) o la Escuela de Náutica (otro inmueble amenazado) se hallan perfectamente integrados en el perfil urbano. He optado por hablar del perímetro, pero podría deslizarme hacia el interior, aunque convendrán conmigo que ya es suficiente.

Para situarse, visitar el álbum que he creado en Picasa.