La muerte, incluso
Este fin de semana ha muerto Juan Antonio Ramírez. Entiendo que no sea suficientemente importante como para que los periódicos se hayan hecho eco de su fallecimiento un domingo. En fin, tampoco se puede esperar más.
Yo estudié en Sevilla y a mí no me dio clase, pero a algunos amigos míos de la Autónoma, sí, y yo me moría de envidia. Cierto es que Fernando Martín, mi profesor de Arte Contemporáneo, al que casi todos odiaban menos yo y cuatro más -por lo que, por supuesto, nos sentíamos superiores al resto-, nos lo había vendido muy bien, pero lo cierto es que me encantó la única vez que asistí a una charla de Juan Antonio Ramírez, una conferencia sobre lo suyo, el Dadaísmo, Duchamp... Las cositas... Eran otros momentos. Todavía uno quería ser culto, leer todo lo posible y no contribuir a hacer descender el Arte hasta profundidades vulgares porque el Arte, como bien dice en la entrevista que hay detrás de la foto, no puede intentar ser rentable -ni divertido- a toda costa, simplemente ser.
Años más tarde lo vi en la fnac, con su cara de susto y sus gruesas y redondas gafas de pasta naranja, y pensé en decirle algo, pero claro, lo único que hice fue ir corriendo a un compañero que, el pobrecito mío, no sabía hacer la o con un canuto y a todo lo que llegó fue a fingir solidaridad de fan.
Antes de ello, había leído "Duchamp, el amor y la muerte, incluso", la mejor manera que se conocía en ese momento -ignoro si ha sido sustituida por otra- de acercarse a esa figura, absolutamente central, pero no lo suficientemente centrada, del siglo XX. Esa obra, por cierto, estuvo mucho tiempo descatalogada, pero ahora aparece en la web de Siruela junto a La metáfora de la colmena, otro enriquecedor ensayo del mismo autor, que este sí, procuro tener siempre a la vista como fetiche de mi carrera que es.
Un gran respiro para la banalidad y la superficialidad, que ya se ven en semifinales.
Yo estudié en Sevilla y a mí no me dio clase, pero a algunos amigos míos de la Autónoma, sí, y yo me moría de envidia. Cierto es que Fernando Martín, mi profesor de Arte Contemporáneo, al que casi todos odiaban menos yo y cuatro más -por lo que, por supuesto, nos sentíamos superiores al resto-, nos lo había vendido muy bien, pero lo cierto es que me encantó la única vez que asistí a una charla de Juan Antonio Ramírez, una conferencia sobre lo suyo, el Dadaísmo, Duchamp... Las cositas... Eran otros momentos. Todavía uno quería ser culto, leer todo lo posible y no contribuir a hacer descender el Arte hasta profundidades vulgares porque el Arte, como bien dice en la entrevista que hay detrás de la foto, no puede intentar ser rentable -ni divertido- a toda costa, simplemente ser.
Años más tarde lo vi en la fnac, con su cara de susto y sus gruesas y redondas gafas de pasta naranja, y pensé en decirle algo, pero claro, lo único que hice fue ir corriendo a un compañero que, el pobrecito mío, no sabía hacer la o con un canuto y a todo lo que llegó fue a fingir solidaridad de fan.
Antes de ello, había leído "Duchamp, el amor y la muerte, incluso", la mejor manera que se conocía en ese momento -ignoro si ha sido sustituida por otra- de acercarse a esa figura, absolutamente central, pero no lo suficientemente centrada, del siglo XX. Esa obra, por cierto, estuvo mucho tiempo descatalogada, pero ahora aparece en la web de Siruela junto a La metáfora de la colmena, otro enriquecedor ensayo del mismo autor, que este sí, procuro tener siempre a la vista como fetiche de mi carrera que es.
Un gran respiro para la banalidad y la superficialidad, que ya se ven en semifinales.
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