Tarde de domingo
Aunque sea lunes, parece domingo por la tarde. Es mi último día aquí y, como siempre que te vas de algún sitio donde has estado a gusto, es un bajonazo. He salido a comer y me he vuelto a casa porque, la verdad, no me apetecía meterme en ningún sitio y en la calle hacía demasiado frío.
Luego vamos a la ópera a ver a Plácido Domingo, que ver a Plácido Domingo en NY es algo así como ver a... a... mmmmm...¿a Franz Ferdinand en el FIB? O a Messi en el Barcelona. El caso es que pensaba descansar bastante rato, pero NY me ha obsequiado con un capítulo de vida cotidiana que no esperaba.
Llegando a la primera parada de Brooklyn, el metro se ha detenido; al principio, parecía que no sería nada, luego, que iría para largo. El tren ha avanzado un poquito en un par de ocasiones, lo suficiente como para meter la cabeza del convoy en el andén de Borough Hall e invitarnos a todos aquellos que quisiéramos cambiar a las líneas 2 y 3 u otras a recorrer los vagones uno por uno -habrán sido como ocho o diez- hasta llegar al último donde ya podríamos bajar. Y eso hemos hecho la mayoría, atravesando esas puertas que dan tanto miedo y que separan los vagones.
Luego me he dado cuenta de que lo que dice mi novia es verdad, que su barrio es muy negro. Con tanta concentración de personas que se habían visto salpicadas por la avería, pude comprobar que cabecitas blancas como la mía había una por cada cien. ¡Qué cosas! Ahora entiendo lo que decía Andrés Montes de cómo se sentía cuando era pequeño en Madrid.
En fin, a ver si ya en España les cuento algo del concierto de Levon Helm y Okkervil River, porque esto ya toca a su fin.
Luego vamos a la ópera a ver a Plácido Domingo, que ver a Plácido Domingo en NY es algo así como ver a... a... mmmmm...¿a Franz Ferdinand en el FIB? O a Messi en el Barcelona. El caso es que pensaba descansar bastante rato, pero NY me ha obsequiado con un capítulo de vida cotidiana que no esperaba.
Llegando a la primera parada de Brooklyn, el metro se ha detenido; al principio, parecía que no sería nada, luego, que iría para largo. El tren ha avanzado un poquito en un par de ocasiones, lo suficiente como para meter la cabeza del convoy en el andén de Borough Hall e invitarnos a todos aquellos que quisiéramos cambiar a las líneas 2 y 3 u otras a recorrer los vagones uno por uno -habrán sido como ocho o diez- hasta llegar al último donde ya podríamos bajar. Y eso hemos hecho la mayoría, atravesando esas puertas que dan tanto miedo y que separan los vagones.
Luego me he dado cuenta de que lo que dice mi novia es verdad, que su barrio es muy negro. Con tanta concentración de personas que se habían visto salpicadas por la avería, pude comprobar que cabecitas blancas como la mía había una por cada cien. ¡Qué cosas! Ahora entiendo lo que decía Andrés Montes de cómo se sentía cuando era pequeño en Madrid.
En fin, a ver si ya en España les cuento algo del concierto de Levon Helm y Okkervil River, porque esto ya toca a su fin.
2 Comments:
Snif.Lamento q se haya acabado tan pronto y no solo por ud, sino por los q te leemos. Las crónicas neoyorquinas han sido deliciosas.
Que tenga un buen viaje, sir.
Abrazos
if
coincido. geniales las crónicas. por el placer de su lectura y por su contribución a acabar de convencerme de que no pasa de este 2010 mi viaje pendiente.
Aguardando con avidez la del concierto Helm-Okkervil !!!
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