...y con un polito blanco
- ¿Subimos al escenario?
- ¡Sí! No hay nadie. Hay sitio. No... yo paso de subirme, picha.
- ... - Llevo naúticos. No voy a subirme ahí con naúticos.
- ¡Ufff! Por la cara...
El 8 y medio pasa por ser desde hace unos años el local de culto del movimiento indie madrileño. Como es de suponer, un lugar como este se caracteriza, entre otras cosas, por la angustiosa búsqueda de identidad en el vestuario de la que hacen gala sus visitantes. Esta identidad se persigue a través de dos vías:
A. El veto de toda prenda o complemento propio de cualquier tribu urbana con un carácter definido (los indies auténticos no lo tienen/tenían).
B. La asunción, contradictoria, de unas determinadas licencias (all-star, adidas...) más allá del inevitable pantalón vaquero admitido a la fuerza.
Por lo demás, realmente no es fácil, en lo que se refiere a chicos, encontrar dos camisetas iguales en el "Ocho y medio". Los pantalones deberán ser vaqueros forzosamente, a ser posible caídos y sin cinturón, claro. El calzado, adquirido en Fuencarral; no necesariamente barato desde luego, pero sí con ese punto de (falsa) transgresión de la que hace gala una de las puntas de lanza de la generación pos-pop-pos-moderna, y compuesto de zapatillas, a ser posible de colores y con un puntito retro.
La ventaja es que en el "8 y medio", a pesar de estos considerandos, nadie va a mirarte por el absurdo hecho de cómo vayas vestido, a diferencia de lo que le ocurriría a cualquiera de estos tiernos e inocentes indies si quisieran acceder (suponiendo que se les permitiera ese problemático acceso) a cualquier pub de los alrededores de la Avenida de Brasil. Yo no creo que llegue a una vez entre diez mil la ocasión en la que un pijo (imaginémoslo gordo, sudado, moreno, polo rojo, melena de rizos generosos y flequillo caído) de Ortega y Gasset con Lagasca se encontraría observado en ese ambiente. Eso sí, no nos engañemos: con un "Fumarel" no debemos pretender salir nunca (NUNCA) acompañados del "8 y medio"; roza el umbral de lo imposible.
Es la grandeza de Madrid, del verdadero Madrid... o de la idea que nos vendieron siempre de Madrid. Era, por poner un ejemplo, la auténtica esencia de la "movida", y el motor real de la misma: la mezcla desprejuiciada. O con un leve prejuicio que se caía como la cáscara de una avellana al entablar conversación con el gualtrapa o pijo de enfrente.
Vas por ahí sin llamar la atención... ¿Sin llamar la atención? Es viernes por la noche. Llevas un pantalón chino (clarete), un polo blanco (dos colores claros... ¡horror!) y naúticos, el calzado anti-noche, incluso bajo mi propio punto de vista. Entras, en efecto, en el "Ocho y medio" y, desde luego, no te parece que nadie te haya mirado. Aún así, llegado el momento, no estimas nada procedente subir al escenario a bailar con semejante indumentaria. Pero subes. Estás moviéndote ahí encima mientras por los platos del DJ desfila una tonelada de éxitos de calidad. Todo un montaje de tu mente aquella duda que asoló tu seguridad cuando hace unos minutos decidías si alcanzar el estrado o no.
Entonces alguien te pide tabaco y derrumba, en parte, el castillo de naipes: "Yo pensaba que tú no te ibas a enrollar, pero veo que tú te enrollas, tío". No importa. Soy enrollado. Lo sé. Aquí y en el (infame) "Tu mamá no lo sabe".
Isaac Lobatón