22 julio 2005

...y con un polito blanco


- ¿Subimos al escenario?
- ¡Sí! No hay nadie. Hay sitio. No... yo paso de subirme, picha.
- ... - Llevo naúticos. No voy a subirme ahí con naúticos.
- ¡Ufff! Por la cara...

El 8 y medio pasa por ser desde hace unos años el local de culto del movimiento indie madrileño. Como es de suponer, un lugar como este se caracteriza, entre otras cosas, por la angustiosa búsqueda de identidad en el vestuario de la que hacen gala sus visitantes. Esta identidad se persigue a través de dos vías:
A. El veto de toda prenda o complemento propio de cualquier tribu urbana con un carácter definido (los indies auténticos no lo tienen/tenían).
B. La asunción, contradictoria, de unas determinadas licencias (all-star, adidas...) más allá del inevitable pantalón vaquero admitido a la fuerza.
Por lo demás, realmente no es fácil, en lo que se refiere a chicos, encontrar dos camisetas iguales en el "Ocho y medio". Los pantalones deberán ser vaqueros forzosamente, a ser posible caídos y sin cinturón, claro. El calzado, adquirido en Fuencarral; no necesariamente barato desde luego, pero sí con ese punto de (falsa) transgresión de la que hace gala una de las puntas de lanza de la generación pos-pop-pos-moderna, y compuesto de zapatillas, a ser posible de colores y con un puntito retro.
La ventaja es que en el "8 y medio", a pesar de estos considerandos, nadie va a mirarte por el absurdo hecho de cómo vayas vestido, a diferencia de lo que le ocurriría a cualquiera de estos tiernos e inocentes indies si quisieran acceder (suponiendo que se les permitiera ese problemático acceso) a cualquier pub de los alrededores de la Avenida de Brasil. Yo no creo que llegue a una vez entre diez mil la ocasión en la que un pijo (imaginémoslo gordo, sudado, moreno, polo rojo, melena de rizos generosos y flequillo caído) de Ortega y Gasset con Lagasca se encontraría observado en ese ambiente. Eso sí, no nos engañemos: con un "Fumarel" no debemos pretender salir nunca (NUNCA) acompañados del "8 y medio"; roza el umbral de lo imposible.
Es la grandeza de Madrid, del verdadero Madrid... o de la idea que nos vendieron siempre de Madrid. Era, por poner un ejemplo, la auténtica esencia de la "movida", y el motor real de la misma: la mezcla desprejuiciada. O con un leve prejuicio que se caía como la cáscara de una avellana al entablar conversación con el gualtrapa o pijo de enfrente.
Vas por ahí sin llamar la atención... ¿Sin llamar la atención? Es viernes por la noche. Llevas un pantalón chino (clarete), un polo blanco (dos colores claros... ¡horror!) y naúticos, el calzado anti-noche, incluso bajo mi propio punto de vista. Entras, en efecto, en el "Ocho y medio" y, desde luego, no te parece que nadie te haya mirado. Aún así, llegado el momento, no estimas nada procedente subir al escenario a bailar con semejante indumentaria. Pero subes. Estás moviéndote ahí encima mientras por los platos del DJ desfila una tonelada de éxitos de calidad. Todo un montaje de tu mente aquella duda que asoló tu seguridad cuando hace unos minutos decidías si alcanzar el estrado o no.
Entonces alguien te pide tabaco y derrumba, en parte, el castillo de naipes: "Yo pensaba que tú no te ibas a enrollar, pero veo que tú te enrollas, tío". No importa. Soy enrollado. Lo sé. Aquí y en el (infame) "Tu mamá no lo sabe".

Isaac Lobatón

Me pudro por ti


El pop-rock ha encontrado desde siempre una temática recurrente en el tratamiento de la pérdida del diálogo en la pareja, muy especialmente en esa pareja con la que se convive, a través de bellas y dramáticas canciones. Sabina dijo hace ya tiempo que la mayor infidelidad, y la manera más evidente de disfrutar del sexo sin amor, del polvo por el polvo, de la prostitución a fin de cuentas, es la repetición continuada del acto sexual con una pareja que supere los tres años de existencia.
Antonio Luque, Señor Chinarro, no se aventura a tanto, pero nos ofrece en su último disco una certera y penosa escena de costumbrismo de mediodía con una intensa carga de pathos. Empezando por el principio, donde el protagonista de la historia se inquieta cuando, probablemente, se ve reflejado en los dos cadáveres que se dispone a cocinar, frescos pero muertos al fin y al cabo.
Hace tiempo que él y ella dejaron de hablar más de lo estrictamente necesario; no conocemos el culpable; sólo una única versión de los hechos, según la cual se diría que Luque cocina aquello que su señora detesta, evitando toda pregunta, porque cualquier cruce de palabras desembocará en bronca.
Existen momentos de violencia contenida. La furia la pagará el tomate, así como el plato donde son arrojados los cuchillos, tras haber descuartizado minuciosamente el besugo, causando un estruendo que casi percibimos en el reproductor.
Lo que sigue luego no es nada menos que la más lúcida traslación al pop de la rutina televisiva familiar, en la que día a día las conciencias limpias, en permanente lucha con el incesante maremoto del cotilleo, tratan de ver documentales de La 2, sin importar el tema que traten.
Lo triste es que la telebasura arranca (por fin) un intercambio de palabras más o menos pacífico en la pareja. Al fin y al cabo, gracias a ella son conscientes de que existen personajes aún más indignos que ellos.
Lo patético se encuentra en el hecho de que hablar del tiempo (weather) siempre es una escapatoria, y no sólo para sobrellevar el encuentro con el vecino de rellano.
Lo intolerable es que el aburrimiento da lugar al sueño, y éste a la huída, a la salida de emergencia de una situación estúpidamente incómoda.
Finalmente, nos queda la pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto tomar decisiones necesarias para nuestra propia supervivencia?
He aquí la letra. Simple y certera.

Dos besugos
Dos besugos me asustan cuando abro la nevera.
La venganza es un plato que me voy a servir yo.
Se acabó la charla, todo acaba.
Sólo quedará el calor, qué calor.
Ahí están los tomates, los haremos picadillo.
Adivino en tus gestos de tu sangre un nuevo hervor.
Se acabó la charla, todo acaba.
Sólo quedará el calor, qué calor.
Qué montón de espinas, tiro al plato los cuchillos.
La tele tiene la palabra y no tengo el mando yo.
Tres segundos de memoria tienen estos peces según la 2.
Tú quieres corazón.
Vengan chulos y putas.
Mira las calles desiertas.
El diálogo se anima, el tema es el calor.
Pulso el botón rojo y duermo.
Justo en tres segundos, como tú.

Isaac Lobatón