Strokes en la tercera fase
The Strokes se presentan ante crítica y seguidores con su tercer disco bajo el brazo, situación comprometida para cualquier grupo, pero más para uno cuyas características básicas siempre se antojaron como tendentes al agotamiento más que al infinito reciclaje (el futuro dirá lo que ocurre con Franz Ferdinand, con un destino similar, y ya prácticamente denostados por los mismos que los encumbraron hace poco, con sólo el segundo disco en el mercado... hay un sector de la crítica que es al rock lo que Jesús Gil a los entrenadores).
Los dos primeros trabajos de los cinco chicos de NYC ocasionaron la continua y fatigosa referencia de la crítica hacia la Velvet, Television o Blondie. Desde luego, el grupo bebía de estas fuentes, como de muchas otras, pero desde el principio, mostraron un gran potencial y capacidad para desarrollar un sonido propio. Creo haber pensado, tras escuchar Room on fire, que Strokes habrían logrado parecerse a sí mismos, lo cual yo creo que decía bastante de ellos, pero por otra parte no dejaba de ser un arma de doble filo.
Quiero decir que, de entregar un tercer trabajo que, de hecho, supusiera una tercera parte de la misma historia, todo el mundo se les habría echado encima y nadie habría disfrutado del savoire faire de una banda que, si realmente es lo que le apetece, tiene todo el derecho a permanecer repitiéndose mientras exista.
Sin embargo, yo diría que Strokes han caído en la trampa. No han hecho el disco que les pedía el cuerpo. Y eso se nota porque, en sus primeras impresiones del planeta Tierra, existen tres tipos de temas o, mejor dicho, dos:
- Canciones asociables al repertorio clásico de Strokes.
- Canciones de huída hacia adelante: Éstas se subdividen en dos, unas de una mediocridad alarmante; otras de calidad grandiosa.
¿Cómo sacar primeras impresiones de la Tierra? ¿Viendo cómo el planeta está amenazado por la proliferación de armas nucleares? ¿Desactivando esas armas nucleares? Y yo... ¿a dónde quiero llegar? Pues a un juicio muy atrevido, que es el siguiente: El sector feo, malo, del último disco de Strokes me recuerda a las pataletas que se dedican a ejercitar U2 últimamente. Sucede con el primer single, Juicebox, para mí de una manera tan evidente que apenas admitiría discusión; pero con un tema como Fear of Sleep, el quintento cae desgraciadamente en la épica de la mediocridad: amplificadores exprimidos, susurros a media voz antecediendo un estribillo donde el paulatino cambio de ritmo conduce a una melodía construida a base de sílabas estiradas como el chicle y una voz que, lejos de resultar lírica, uno interpreta como cercana al más falso de los tormentos, resultado que uno rápidamente asocia con la imagen de un estadio masificado y proclamas en favor de la paz mundial. ¡Hugh!
Porque, en general, la voz parece haber ganado protagonismo. Es cierto que las guitarras son más exhuberantes a veces (aunque no siempre de manera acertada, como acabamos de ver) pero yo creo que el disco se caracteriza, más que nunca, por la constante presencia del cada vez más virtuosista trabajo de Julian Casablancas. Inmediatamente después del descabalabro sufrido en Fear of sleep, disfrutamos sin embargo de uno de los mejores temas del disco (15 minutes), justamente útil para comprobar cómo el vocalista, lejos de alejarse de las luces, se hace merecido acreedor a ellas.
Es el desconcierto que ocasiona un disco que empieza con una amenaza: ¿Más de lo mismo? Y es que You only live once es representante de esa mitad del disco en el que Strokes han tirado de personalidad propia, un área no contaminada donde apenas es perceptible el trabajo del nuevo productor, ni tampoco la (¿inconsciente?) presión de la prensa y público. Es posible entonces que no constituya una casualidad el hecho de que Red light sea la canción encargada de cerrar el CD, un tema que vuelve a sacar los ritmos contundentes pero técnicos, la guitarra de arpegios cálidos y juguetones, y la voz atemperada que ha caracterizado al quintento de la Gran Manzana desde sus comienzos.
A mí no me importa que en temas como los mencionados caigan en la repetición. Es lo que mejor saben hacer, lo que llevan dentro, pero más allá de esas concesiones manieristas, a su público y a sí mismos, los mejores momentos que Strokes consiguen en su irregular tercer trabajo, vienen proporcionados por esas contadas huídas hacia adelante que sí han alcanzado un equilibrio, como Razor blade, la mencionada 15 minutes, o mi favorita, On the other side, con un comienzo que ofrece una melodía emocionalmente demoledora y un estribillo realmente enternecedor, entroncado con la tradición vocal más añeja del country (tramperos de Connecticuuuuuut).
Y una isla: Ask me anything o cómo pasar de ser Strokes a Magnetic Fields. Esto sí es lírica. Esto sí es un susurro honrado, y no una vulgar lamida de oreja.
Conclusiones:
Primera fase: Sorpresa, revolución musical y estética.
Segunda fase: Batacazo comercial. Primeros y atosigantes reclamos de un giro y una evolución más tangible.
Tercera fase: Objetivo prioritario: No aburrir. ¿Lo consiguen? Yo creo que sí. ¿El disco está a la altura de sus antecesores? Claramente, no, pero no deja de ser buenísimo, si obviamos dos o tres deslices.
Fran Fernández (otra vez): Los grupos no deberían tenerle miedo a la prensa.
Isaac Lobatón