29 septiembre 2008

El pastorcillo y el lobo

Estoy esperando hace tiempo que Juan se deje de motos y de inclinaciones materialistas y retome el cultivo del espíritu y, con él, su tesis. A la espera de tener una idea clara sobre el tema, y con todo lo que me ha contado durante estos años, creo haber extraído la humilde conclusión de que una buena parte de nuestro razonamiento se sustenta sobre una dialéctica romántica.

Categorizar o jerarquizar son mecanismos que ponemos en funcionamiento de una manera casi instintiva muchas más veces de lo que nos damos cuenta. Lo que no deja de ser curioso es que el mundo actual se alimente de una manera tan asfixiante del Romanticismo: modelos de comportamiento, cánones físicos, listas con lo mejor y lo peor del año, etc.

Supongo que todo el mundo, de una manera más o menos palpable, se ve influido por la sistematización que nos rodea, por las frases lapidarias que se emiten desde el mundo de la crítica, la intelectualidad y el pensamiento, o desde cualquier revista o espacio de radio o televisión.

Si alguna vez puedo elaborar mi propio monstruo (me refiero a un hijo) trataré, sin que se me note mucho, de que no sea fan incondicional de ningún grupo. Es una pérdida de tiempo. Y las perdidas de tiempo conllevan, entre otras cosas, pérdida de conocimiento. Es mucho más satisfactorio ser fan condicional de muchos grupos. La adolescencia y la post adolescencia son etapas propicias para enredarse buscando al "mejor". Y está claro que eso no existe. No me quiero ni acordar de los tiempos en los que yo despreciaba a Blur, con mi lógica disuelta en el veneno de esa absurda promoción tan propia de las islas británicas. Es una vergüenza que confieso aquí y que ya nunca podré negar.

Todo esto da para mucho. Y para eso está la tesis de Juan. O estará. Ahora no me quiero equivocar más. No tengo intenciones de seguir hablando de oídas del asunto y meter la pata.

Sólo añadiré que me gusta Carlos Boyero. Me parece un crítico independiente, valiente a la par que pasota. Creo que está de vuelta. Que siempre lo ha estado. Mucha gente prefería el tono incendiario y demagogo de Carlos Pumares. Yo nunca lo soporté.

Carlos Boyero me ha hecho reflexionar este sábado sobre si, verdaderamente, la vida real nos puede ofrecer un ejemplo físico y tangible de "lo mejor". Acostumbrados a oír continuamente frases tan contundentes como "el más grande", "la más grande", etc, etc, etc, descorazona un poco que, llegado el momento de usarlas con propiedad, estén desgastadas por una utilización inadecuada. Porque yo creo que esta vez sí estamos ante una personalidad muy grande.

Cuando era pequeño y vi a Paul Newman en El Buscavidas, pensé que también existían hombres guapos. Bueno, en realidad lo que pensé fue que el único hombre guapo que existía era Paul Newman. Yo seguí creyendo, hasta la pubertad o así, que sólo las mujeres eran bellas y que ellas elegían a los hombres en función de algo que ya de mayor entendería. Después quise haber sido Cary Grant o, hasta que se cayó del caballo, Cristopher Reeve; incluso el punto guarrete de Keanu Reeves me pareció envidiable alguna vez.

El sábado, sin embargo, volví a pensar que no, que sólo había habido un hombre guapo en toda la historia. Romanticismo. ¿Lo ven?

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ultimamente lucho contra mi lado romántico- aunque mi subconsciente como represalia se lanza a la cursileria más absoluta- y echo la culpa a mi educación, llena de mitos, héroes y causas perdidas.he leído el post y me he visto reflejada en todo- o casi todo- lo que aquí expones como síntomas de un mal menor (espero q no sea muy grave, así que espero que la tesis de tu amigo juan salga pronto y lleve tratamiento. porque yo me estoy quitando, solo me chuto de vez en cuando y para colmo soy seguidora de Carlos Boyero de sus tiempos de Diario 16. Así q seguiré esperando las noticias q cuelgues en el post sobre esa tesis y me mantendré hasta entonces con un pronóstico reservado.
Gracias.
Un beso,
eva

30 septiembre, 2008 19:08  

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