31 diciembre 2009

La cabina

Dentro de la cabina de pasajeros de un vuelo hacia EEUU, uno no pondría la mano en el fuego por asegurar la nacionalidad de nadie, salvo casos muy flagrantes, como el de dos pelirrojos obesos, con gorra y tenis él, con sandalias y patucos fucsia ella, y con pinta de supervivientes de Woodstock. Se dan unos minutos de transición neuronal durante los cuales no aciertas a decir ni “sorry“ ni “usted perdone“.

De todos modos, yo tengo un truco infalible para distinguir a los españoles, que no a los hispanoablantes. Son los que, al recorrer mi pasillo derecho en dirección a la cola del avión, no pueden evitar girar la cabeza por un nanosegundo para echar un vistazo a la Torroja, que viaja con su hija y su pareja dos filas más adelante. Entre ellas, una pelirroja de piel clara, que -a esas alturas lo encuentro evidente- se ha casado con un estadounidense, gordita, muy mona, que me recuerda a una ex-amiga mía, hispanoamericana también, y que pasea a un bebé en brazos.

La Torroja ha quedado muy bien. La veo mona y me parece una chavalilla cualquiera con su flequillo juguetón y sus mechas. Además, el novio, o marido, o lo que sea se ve más joven que ella y se enrolla con la niña. La niña no se parece a nadie, pero yo dentro de tres años me enteraré de que es adoptada o algo así.

Que la Torroja vaya dos filas por delante de mi asiento es un asunto que da para dos lecturas, las dos igual de maniqueas: O yo estoy forrao, o la vieja estrella es una tacaña. Así voy meditando parte del viaje, preguntándome por qué no ha cogido un vuelo directo, por qué se somete a una penosa escala y por qué, al menos, no viaja en preferente. Luego reparo en que ella no hizo tanta pasta como los hermanos Cano; también hago propósito de investigar quién compuso el hit ese de "Duele el amor" o como se llamara, porque creo que, en proporción, he oído más veces esa insoportable cantinela que "Hoy no me puedo levantar", pero paso, no lo voy a hacer. Allá ella con su clase turista.

Una americana rubia o pelirroja que inicia su post adolescencia arroja un bolso blanco pesado sobre mis pies. Doy un respingo, abro los ojos y la miro, pero ella pasa. Es la clásica americana que ha elegido ser gorda. Cuando abre la bandeja para poner sus cosas, yo acabo de hacer lo mismo y la he deslizado hacia mí por los raíles. Ella no puede acercársela. Disimula orgullosamente y se pone a jugar con el i-Phone hasta que una azafata nos entrega los papeles para el control de pasaportes.

La americana pelirroja o rubia pide un boli y la azafata se excusa; entonces, la post-adolescente rebusca en su bolso, a ver si, de casualidad, encuentra alguno. No sólo no está definido el color de su pelo, sino que no acierto a comprender si es vaga, rara o más tacaña que la Torroja cuando saca un estuche lleno de, al menos, dieciséis rotuladores de punta fina. Me quedo como a la expectativa, claro, porque yo también he de rellenar mi papelito, pero la chica coge el negro, cierra la cremallera del estuche y lo guarda sin tan siquiera mirarme.

Le caigo mal. Cuando nos pasan cosas así de pequeños, las madres o abuelas nos dan la explicación: "Eso es que le gustas". Será eso. Le gustaré. Es mucho más divertido pensar que le gusto que cogerle ojeriza y crear una situación aún más incómoda.

Esto me lleva a meditar sobre la cantidad de sexo que puede llegar a flotar en una concentración semejante de personas, donde los codos chocan mientras se trocea un filete y los olores de mis guisantes y los de la rubia-pelirroja se fusionan inevitablemente; un entorno donde nunca faltan muchachos que fantasean con la posibilidad de enamorarse -no es mi caso- de la compañera de butaca, qué casualidad, hombre, que nos ha tocado juntos. Sí, un avión de largo recorrido es un lugar muy sexual, definitivamente; aunque mis conjeturas son sólo teóricas, porque yo no encuentro nada que me remueva mínimamente la libido.

La post-adolescente ha terminado, pero yo estoy en guardia porque sé que no me va a ofrecer el rotulador. En efecto, la paro a tiempo, cuando se está agachando a guardarlo. Alarga el brazo sin mirarme y yo le doy las gracias sonriendo, a ver si lo pilla. Luego no lo guarda, sino que saca un bloc de dibujo, el resto de los rotuladores y se pone a retocar su colección de dibujos de dinosaurios. El mundo existe, sí.

El viaje ha avanzado y, definitivamente, la costra de mierda que llevaba en la palma de la mano desde Barajas, fruto, si no me equivoco, de un café de esos repugnantes que ponen ahora por cuatro euros, se ha quedado para siempre. Reconozco que no he sido capaz de pedirle paso a mi vecina para poder visitar el baño, con lo cual cabe la posibilidad de que haya alimentado accidentalmente un círculo vicioso: le daba asco mi mano marrón, ergo yo; como el aspecto no ha parado de empeorar, todo se ha hecho más difícil. Aún así, sigo pensando que se ha enamorado de mí.

Al aterrizar en Filadelfia, oiré cómo la Torroja dice: "¡A correr, venga!". Definitivamente, tienen enlace. La veré una vez más, fuertemente reprendida por un agente por dividirse la familia en dos colas separadas. Me hace gracia, pero es algo que le puede pasar a cualquiera y pienso en la perversa y alevosa mente humana, en cómo cualquier paisano que pasara por allí se encargaría luego, no sólo de contar, sino de amplificar los hechos, de decir que la Torroja montó un pollo, que lloró, se tiró del pelo, se puso en huelga de hambre y Willy Toledo apareció para decirle que aguantara, y de que hubo que reducirla entre varios negros. Nada de eso ocurrió, por si acaso les llegara... feedback...

Bastante antes, cuando estaba ensimismado mirando un mar de nubes de esas que te mueres por tocar, había notado un dedito en el hombro -tic, tic- porque mi amiga no podía abrir el paquete de saladitos que nos acababan de dar. Primero me desprecia; ahora me pide ayuda. Está claro y no, no me importa ayudar a una muchacha que, definitivamente, está enamorada de mí. Escondiendo mi mano izquierda todo lo que puedo, se lo abro. Es lo mínimo.


29 diciembre 2009

Tentari se borra

Voy a escribir algo. Más que nada para ir empujando hacia abajo la anterior entrada del jefe indio que, me parece, me ha puesto a ojos de la tentaripeople como un jipi barato.

También quiero aclarar que este año no habrá listas. Ni tampoco discos, claro... Desde luego, no la haré de la década porque no soy lo suficientemente sinvergüenza como para sentirme capaz de ello; porque sí soy consciente de que muchas veces he estado despegado de lo que pasaba ahí fuera, en una escena que, a rachas, me repugna; porque pocas listas de la década me están gustando y eso me pone de mal humor; porque, por el anterior motivo, me he dado cuenta de que, por mucho que intente disimular, sigo siendo tonto; porque ustedes no lo son; porque existe una tendencia: cada vez menos cuerpos y mentes manifiestan hambre de crítica; porque eso no implica que a la gente no le interese la opinión, sino que amigos o incipientes parejas de esas que todavía ilusionan compartirán un vídeo en facebook y así rellenarán el hueco de la opinión "profesional"; porque no acabo de considerar conveniente ni teóricamente justo esto último, pero si hay un concepto (sobre) valorado en este post-postmoderno mundo es el de la justicia poética; porque, aunque cada uno tiene su propio concepto de justicia poética, a mí cada vez me da más pánico asomarme a comprender en qué se fundamenta el de cada cual; porque me desvío y ya no estoy hablando de música.

Por motivos parecidos no habrá lista de 2009. La verdad es que he andado desconectado por momentos, no he asistido a más que a un festival y, aunque gracias a gente encantadora, no perdí el contacto del todo con las novedades más fulgurantes, siempre me quedó la sensación de que éstas me llegaban un poco de segunda mano. Sí, sé que es ridículo porque siempre ocurre así, pero creo que me habrán entendido.

Me gustaría, no obstante y aunque será difícil, encontrar un momento, antes de que acabe el año, para nombrar una serie de discos que me han gustado, así, de corrido. De 2009 y de la década. Si hay algo que para mí no ha cambiado es que me sigo sintiendo en deuda con quien me proporciona emociones, diversión y/o placer con la música; con todos esos grupos o autores cuyas canciones hacen las veces de poste kilométrico-sensorial en la vida. Grupos con una sola canción, con un solo disco, con sonados altibajos o con una trayectoria larga y coherente. ¿Eso importa?

P.S. Por cierto, para el que quiera listas, mi amigo y maestro,
Salvador Catalán, ha llevado a cabo una recopilación de todas, o la mayoría, en su blog, Soundgrammar.

21 diciembre 2009

Mi lado hippy

Es muy largo, pero merece la pena. Viene a colación del discurso de JL R. Zapatero sobre el viento -qué hombre, qué visionario que es...- y tal. Copiado y pegado con todas las reservas, pero total... si tienes que escoger entre publicar la verdad y la leyenda, escoge la leyenda, sobre todo si es bella. Al fin y al cabo, desde que Guardiola es empleado del Barça, ha quedado demostrado que la belleza es posible en nuestros días...

"El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros.

Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

Gran Jefe Seattle."

01 diciembre 2009

Mirador POP - Hidrogenesse

Estos días estaré en el blog de Mirador POP...