26 octubre 2007

Corrección crítica

Estas dos semanas he estado cubriendo eventualmente el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz. Digo eventualmente porque mi presencia en un evento que no domino para nada es debida a la baja de una compañera aquejada de una lumbalgia. Yo, que tengo hernia discal, no puedo no solidarizarme con ella.

El caso es que, como queda dicho, uno sabe de teatro bien poco, por lo que se ha acercado al par de obras que hasta ahora ha tenido que cronicar desde un punto de vista bastante inocente y espontáneo, que es lo mejor que se puede hacer en estos casos... y en todos...

El miércoles me tocó seguir a uno de los buques insignias de esta edición del FIT, la compañía La Zaranda, de Jerez. Una especie de "camarones" del teatro, me dijo alguien que sabe algo más de esto. Esto es, una compañía que, hablando de temas muy locales, muy andaluces, se ha convertido en universal y goza de prestigio mundial.

Bien. La ignorancia tiene un factor positivo, y es que a uno no le acaba de impresionar este tipo de informaciones porque no deja de sentirse ajeno al mundillo.


Aun así, asumo el hecho de escribir de esta obra como una gran responsabilidad y me inquieto un poco.

Una vez vista la función, todo resulta más llevadero de lo que cabría esperar y, cuando me doy cuenta, ya he consumido el espacio asignado. Veo que no me da para comentar algo que me llamó poderosamente la atención: Siendo, como es, una obra de teatro "serio", escenificada por una compañía respetadísima, una tragicomedia que abunda en el concepto de podredumbre moral de la sociedad actual, yo encuentro, dentro del abanico de influencias que muestra el grupo sobre las tablas, una muy local, la del cuarteto carnavalesco. Me conformo con lo que ya he escrito y no pienso más en el tema. Cuelgo la crónica al final para quien le pueda interesar.

Más tarde me encuentro con un compañero, alguien que también sabe algo más que yo de todo esto. Le comento algunas de las impresiones que me causó la obra, pero cuando me refiero al influjo carnavalesco, abre unos ojos como platos y suspira aliviado: "¡Menos mal que no lo has escrito! ¡Si no, mañana tenemos a todo el establishment revuelto!". Y aquí es donde yo quería llegar.

He escrito de teatro sin ningún complejo. Siendo consciente de mis limitaciones, pero sin ningún interés por quedar ni mal ni bien, puesto que no es mi terreno y será difícil que lo vuelva a hacer, y ello probablemente me haya permitido tener la mente mucho más abierta y fresca que cuando escribo de música.


Me apena. No es que escribir por encargo desluzca el resultado por el hecho de que sea una obligación. Demasiado simplista. Lo que verdaderamente ocurre es que cuando vamos firmando con regularidad, vamos creando una personalidad (algunos, un personaje) en la sombra a la que, de manera instintiva, se tiende a ser fiel, a no traicionar, funcionando ésta como un programa informático en segundo plano del que salta una ventana cuando detecta alguna anomalía en el PC.

Esa personalidad está conformada por una especie de nota media obtenida, principalmente, con dos factores: nuestro propio historial, es decir, los temas que hemos tratado, cómo los hayamos afrontado, pero también lo que queremos llegar a ser, la idea que tengamos de cómo nos gustaría que fuera nuestro futuro de, en este caso, crítico/periodista musical, nuestras aspiraciones y anhelos y los modelos a los que nos gustaría tender a parecernos.

Ese pasado y ese futuro conforman una intrincada tela de araña que atenaza la frescura y la libertad de movimientos de los inicios.

Si una persona se quiere dedicar a una actividad de este tipo al ciento por ciento, al principio será el porvenir el que le provoque el tembleque de la muñeca. Cuando la persona es experta, será su propio bagaje su mayor lastre, el ser fiel a sí mismo, el miedo a cambiar de opinión o matizarla -un auténtico mal de nuestro tiempo, impropio de una sociedad democrática por otra parte. Para explicarlo de manera gráfica, imaginen un muñeco andando por una línea recta, donde el pasado queda en el extremo izquierdo y el futuro en el derecho. A medida que ande, irá despojándose del miedo al futuro, pero tendrá a su espalda un enorme peso del pasado.

Me gustaría recuperar la tranquilidad de cuando empecé con este blog hace dos años... ¿Quizá debería seguir escribiendo de teatro...?

REALIDAD Y DESTINO: EL RUIDO CON LA BOCA

Puntuación
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LOS QUE RÍEN LOS ÚLTIMOS
Compañía: La Zaranda (Teatro Inestable de Andalucía la Baja). Dirección: Paco de La Zaranda. Espacio escénico: Paco de La Zaranda. Textos e iluminación: Eusebio Calonge. Intérpretes: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Voz jefe de pista: José Pedro Carrión. Fotografía: Gutiérrez Tamayo. Cartel: Gustavo Ferrari. Lugar y día: Gran Teatro Falla. Miércoles, 24 de octubre de 2007.

Los cómicos. Singular y casi extinta estirpe de artistas cuya idiosincrasia muchos conocimos gracias a "El viaje a ninguna parte". Si en la histórica película se situaba la decadencia de esa forma de vida hacia la posguerra civil, ¿qué ojos pondría Don Arturo Galván, el personaje encarnado por Fernán-Gómez, al mirar cara a cara hoy a los responsables de programar nuestros ratos de ocio si, la sola presencia de Solís, el peliculero, le llevaba a perder el control sobre sí mismo?

Como coartada para llevar a cabo su propio breviario de podredumbre, La Zaranda utiliza el vehículo más a mano con el que cuenta. El ocaso de una manera de entender el humor, el espectáculo, el entretenimiento, así como la irreversible pérdida de la inocencia y la intolerable sustitución de estímulos cognitivos por impulsivos. “Ya no hay niños que sepan reírse... Sólo hacen ruido con la boca” –proclaman quejosamente los Hermanos Zarandini.

Por el escenario se pasean los fantasmas de Charlie Rivel o Marcel Marceau, cuyas carreras tuvieron la fortuna de desarrollarse en una sociedad más receptiva con la sutileza que con el efectismo obsceno y alienante. La obra de La Zaranda es, de hecho, un compendio de clasicismo. Prueba de ello es el acopio de roles que hace cada miembro del trío: el presunto sensato, por Enrique Bustos, el veterano y resignado guardián de la memoria, de Gaspar Campuzano, y el donaire, tan certeramente personificado en la piel de Francisco Sánchez.

El espectáculo ofreció escenas para retener en la memoria por su plasticidad, a veces plena de ensoñación, como cuando los hermanos emprenden el viaje en motocarro tras varios intentos por arrancar éste, una imagen que entronca con la vanguardia dadá y surrealista.

"La descomposición preside las leyes de la vida: más cercanos a nuestro polvo que lo están al suyo los objetos inanimados, sucumbimos ante ellos y corremos hacia nuestro destino bajo la mirada de las estrellas aparentemente indestructibles." La cita, de E. M. Cioran, encierra toda la angustia concentrada en una áspera hora y media de teatro, cuando los Zandarini no sólo se percatan de que jamás podrán escapar de la basura, sino también de que ésta sobrevivirá mucho tiempo a ellos y a lo que su humilde obra y la de cinco generaciones atrás haya podido aportar al mundo.

18 octubre 2007

Repiénsatelo...

... en verde, por supuesto. Voy a seguir colaborando con Heineken de vez en cuando. Les enviaré críticas de discos que no pidan hacer "los mayores". A lo mejor, también de algún concierto que haya por aquí por el Sur. No es por nada, pero la página debería convertirse en una referencia dentro de la prensa musical. La acaban de reformar y creo en su nueva etapa trata de construirse sobre el rigor y la pluralidad, cualidades que antes ya existían pero que, al menos para mí, pasaron desapercibidas por ignorancia. Yo creía que era una web promocional, donde sólo hacían regalos, sorteos, y las críticas eran copia y pega de las hojas de promoción. Pues no. Nunca fue así. No se lo pierdan de nuevo.

De momento, hemos empezado con el segundo disco de Facto Delafé y las Flores Azules que, como dice Guillermo, viven en su propio mundo teletubbie, pero qué se le va a hacer. Son encantadores, ¿no? Para los que estén interesados en este disco, me gustaría abundar en algunos aspectos.

Yo creo que FDFA hacen pop, y no hip-hop. El hecho de rapear en lugar de cantar, no significa nada. Es como si yo me compro una tabla de surf y un traje de neopreno y por ello voy diciendo que soy surfero, soñador y que comprendo la filosofía de la ola.

A mitad del disco, es inevitable que uno empiece a sonreir con la manera de afrontar la vida de este grupo. Están muy cerca de la banalidad, la miran y juegan con ella, pero no la llegan a tocar. Tienen que tener cuidado. No es bueno que los comparen con Pastora.

Su segunda entrega está a la altura, pero un directo de derecha como Mar, el poder del mar, ay, amigo... eso sucede demasiadas pocas veces. Y por eso la música es grande.

El último tema del disco me encanta. Esa rueda de agradecimientos, a muchos les podrá parecer fuera de lugar y, seguramente, dentro de un tiempo la obviaré cuando escuche el disco, pero a mí me parece que es la guinda al pastel, y nunca mejor dicho...

Bueno, ¡feliz escucha! Qué tontería... será feliz seguro.

09 octubre 2007

La nueva Radio 3 (I)

Desde que volví al trabajo me sorprendo, casi todos los días entre las doce del mediodía y la una y media, con una especie de sentimiento de culpabilidad porque no he puesto la radio. Y el caso es que hay una explicación: no me engancha la nueva parrilla de Radio 3. Pienso que será cuestión de acostumbrarse, pero de momento no cuento con las suficientes ganas como para añadir una dosis de esfuerzo a un movimiento que hace dos meses era automático y placentero.

No madrugo lo suficiente como para escuchar
Música Es Tres, único programa de la mañana que conserva la frescura de siempre, así que siempre me he incorporado al colectivo de oyentes hacia las diez, con el Siglo 21 de Tomás Fernando Flores, caracterizado entre otras cosas por sus bruscas oscilaciones. Tan pronto podemos encontrarnos una mañana ante el programa de nuestra vida como aburrirnos soberanamente con propuestas de, pongamos, artistas alternativos electrónicos lituanos.

Es el hueco del
Bulevar de José María Rey el que sigue vacío. Éste llegó a constituir un caso insólito en radio 3, al tratarse de un programa que podía ser escuchado en cualquier oficina sin mayores discusiones. Actualidad y dinamismo eran sus virtudes; autocomplacencia y exceso de atención a medianías hype sus defectos; pero el Bulevar era imprescindible para avanzar en ese complicado trecho que comprende la vuelta del desayuno y la salida al almuerzo. Cuando te dabas cuenta, ya estabas plantado en la una de la tarde y, si te apetecía, podías escuchar un ratito de Discópolis, ese espacio versátil donde el atrevimiento de José Miguel López te puede llevar en un mismo programa a pasar de Fairport Convention a Värttinä.

No pongo en duda el buen hacer de Diego Manrique. Por otra parte, un hombre de su experiencia no tiene por qué cambiar ni modificar en absoluto aspecto alguno de un libro de estilo que le ha llevado a ganarse la admiración y el respeto, tanto de músicos como de compañeros de profesión. Sencillamente, su espacio natural se encontraba a las seis de la tarde, y no a las doce de la mañana.

Me parece un error fácilmente evitable su situación en esta franja horaria, un fallo tan evidente que uno se pregunta si no habrá alguna intención subrepticia por parte de estos nuevos gestores de la radio pública. Yo no estoy conectando la radio por la mañana porque me apena cogerle manía a Diego Manrique. No se lo merece. Ahora bien, lo que no estoy dispuesto a escuchar son sus clásicas declaraciones de principios, tales como "
Ignoramos las consignas de las discográficas".

Como he afirmado líneas arriba, tal postura me parece muy loable, pero quizá no debería ignorar tanto a las discográficas... porque, amparado en tan atractiva coletilla, a veces da la sensación de que el verdadero ignorado es el mundo que le rodea y, por ende, el oyente.

Lo peor es que El Ambigú enlaza con Bienvenidos al Paraíso, y eso sí que es demasiado para mi cándida alma pop...

03 octubre 2007

El diárico: Las nuevas tecnologías

Termino ya con la serie de crónicas que escribí para el diario con motivo de la sección de documental musical presente este año en el festival de Alcances.

El último día fue un poco aburrido, al menos para mí. La temática de las nuevas tendencias a mí no me interesa demasiado. Aun así, la primera de las películas emitidas, dedicada a la sala berlinesa Tresor -en funcionamiento desde 1991-, resultó ser apasionante. Así es cuando detrás de un proyecto de este tipo hay tanto entusiasmo y tanta honradez. Recordaba un poco a Rock-Ola, ya que Tresor es uno de esos sitios donde se reune gente de todo tipo, sin distinción de raza, tribu urbana ni clase social. No sé por qué este tipo de fenómenos siempre se dan en locales de cierta naturaleza decadente, pero el hecho es que así sucede. Una vez más, los intereses económicos se van a llevar por delante un mito. Un edificio de oficinas ocupará el actual emplazamiento del solar donde se ubica Tresor. La lacónica frase de su principal promotor me dio vueltas en la cabeza varios días: "... oficinas... más oficinas... ¿Para qué quieren más oficinas? Hay decenas de edificios de oficinas en Berlin. Todos vacíos...". Lo decía con más pena que rabia. Una pena contagiosa.

Después proyectaron una cinta centrada en el festival de monegros. Afortunadamente, sólo duró cuarenta minutos, lo suficiente para captar el ritmo trepidante de la cita y para no cansarme demasiado...

Me gustaría añadir que, si en el largometraje está claro que, a poco que se apagan los fuegos artificiales de las promociones, vemos cómo el nivel medio de las películas españolas no anda precisamente en su mejor momento, en el género del documental sucede algo parecido, si bien no tan evidente. Sólo tengo la sensación de que las producciones extranjeras me resultaron más ligeras, mucho más amenas y dinámicas, y también más útiles.

Y un aspecto para el que no tuve espacio en el Diario. Como conté hace unos días, estaba programada la proyección de una selección de La Edad de Oro. Misteriosamente, se cayó del cartel. Y digo misteriosamente porque este programa se ha puesto a la venta hasta en los quioscos, pero la excusa aducida fue que TVE no facilitó copias por estimar el ente público que no disponía de cintas de calidad suficiente. Raro. Pues eso...


El antro rey

Tresor. No es un perfume. Más bien, todo lo contrario. Hablamos de lo que comúnmente se conoce como garito, como antro. Un espacio oscuro con una historia aun más oscura detrás. Un originario archivo del ejército alemán durante los años de la II Vergüenza Mundial transformado en local de culto para los amantes de la música electrónica y las nuevas tendencias y, quizá más importante, santo y seña del entendimiento entre los jóvenes y reunificados berlineses. Hoy, amenazados por el desarrollismo que no cesa, sus promotores tratan de mantener viva la llama de un emblema fundamental en el desarrollo de la cultura de club.

Monegros. Es un desierto aragonés, pero desde ya este nombre se asocia al festival que allá se celebra, una cita cuyo vértigo y ritmo frenético han sido perfectamente plasmados en una cinta de cuarenta escasos pero certeros minutos centrada en la edición de 2006.

Riqueza sin oro


Pese a sufrir el varapalo inicial de la (misteriosa) caída de La Edad de Oro, el cartel del Baluarte de la Candelaria ha brindado un variopinto y opíparo menú musical donde han tenido cabidas las formas más diversas de la música popular, de la electrónica al flamenco. La coherencia de la programación de los conciertos para con las emisiones previas también hay que valorarla con un notable alto. Para recordar: el público del jueves soñando que Neil Young resistía a la tormenta sobre el escenario. Para olvidar: Vaquerizo y sus delirios de grandeza.