31 julio 2006

Días de FIB (y II)


Il Divo

Hay temas que valen un concierto, y conciertos que valen un festival, pero hay artistas que valen todo ello aún sin que la música suene. Morrissey se inclinó hacia el sector diestro del público con la mano izquierda sobre la parte contraria del pecho, y el brazo derecho, con la mano abierta y la palma hacia arriba, tendido hacia los asistentes; luego cerró el puño y recogió éste para darse dos golpecitos hacia el corazón. Repitió el gesto con la otra mitad de los presentes. Glamour.

Muy poco después de las nueve de la noche del sábado, reconocimos los acordes de Panic y, entonces, no nos quedó ninguna duda de que comenzaba algo grande. Morrissey había comparecido, sí, ataviado con una camisa que primero fue interpretada como mostaza, y luego como gualda. En realidad, en seguida, cuando, abrazado a los miembros de su banda (con camisetas rojas todos) saludó al auditorio, en un guiño a la bandera (Danger!!!) nacional.

El ex líder de Smiths eligió un comienzo muy contundente que le permitió meterse al público en el bolsillo desde el primer momento. Sin embargo, la entidad de la estrella permitió que su paso por Benicàssim no quedara reducido a un mero recopilatorio de éxitos del venerado grupo británico. Es la diferencia entre un concierto y un espectáculo como el que, por ejemplo, brindan los Rolling Stones cada vez que acometen una última gira. Otros dinosaurios también se caracterizan por esta manera contradictoria de afrontar el presente, esto es, mirando al pasado y renunciando a construir futuro. Nada les obliga por otra parte. Tuvieron su papel en la historia y fue importante. No hay por qué sacar otro disco más si el nuevo trabajo va a emborronar una trayectoria honorable.


Morrissey, sin renunciar desde luego a un pasado glorioso y capital en la historia de la música pop, pasó por el FIB dejando constancia de que, tanto You're the quarry como Ringleader of the tormentors, poseen la misma capacidad para emocionarnos que cualquiera de las maravillas que interpretó junto a los Smiths.

¡Ohhhhh! First of the gang to die... ¿Acaso no recuerda a The boy with the thorn in his side? Un comienzo impecable, con una frase lapidaria, como You have never been in love, unas guitarras sedosas, brillantes y redondas (¿qué haría Bernard Buttler, en una hipotética versión, con este tema?) un bajo saltarín, y un estribillo incontestable, donde el maestro hace un alarde de todos los recursos que le han caracterizado, narrándonos la historia con una dicción impecable, unos falsetes por los que no pasan los años, y la sensibilidad y la delicadeza utilizadas como recursos para afianzar las ideas en sus característicos fraseos. Maravilloso.

Clásicos como Girlfriend in a coma, otro de los inmortales temas de Smiths, junto al renacido How soon is now?, éste interpretado de manera majestuosa, convivieron pues con piezas como You have killed me o The youngest was the most loved, en un concierto que, eso sí, fue de más a menos, perdiendo algunos gramos de intensidad en su segunda mitad.

Morrissey cambió dos veces de camisa. Arrojó la primera de ellas al público, previo restriegue por axilas y entrepierna, y se colocó una bandera de España (danger!!!) a modo de pareo. Pidió disculpas por su plantón de hace dos años, disculpas aceptadas de manera automática dada la exhibición de poderío artístico realizada por el clásico de Manchester.

Bajó del escenario. Supongo que se ducharía. Se fue a Valencia y tomó un avión que lo devolvió a Roma.

The chemistry between us

Dado el alarde efectuado por Morrissey, cualquier artista que viniera después lo tenía complicado. Entre las víctimas inmediatas, se encontraban, a priori, Franz Ferdinand, cuya actuación de diciembre, en Madrid, había mostrado a un grupo totalmente sobrepasado por el éxito, con una sobreactuación y una tramoya algo desproporcionada a su verdadera talla.

La primera víctima, no obstante, fue inmediata, directa, y no lo fue por falta de carisma ni de calidad, sino por coincidencia horaria. Se trataba del afable Jay-Jay Johanson, quien, tras un show impecable, del que pudimos ver On the radio y poco más, recogía las mieles del triunfo incontestable en el FIB con un público absolutamente entregado en el escenario electrónico. Miembros de su banda hacían reverencias a la afición, a la vez que recogían, alucinados, el tributo de sus seguidores en cámaras digitales o de teléfono móvil. La próxima vez que vuelva, el sueco podría estrenar color verde. Jay-Jay intentó que le abrieran el micro para despedirse por última vez del enfervorecido auditorio, pero no se lo permitieron.

Existen grupos que pasan por el FIB sin pena ni gloria, como Oasis, con más pena que gloria, como Blur o Ian Brown, o, en el mejor de los casos, triunfando, como Morrissey o James, pero la química está reservada a unos pocos nombres que sienten algo especial al torear en esta plaza. Los casos clásicos quedan constituidos por las comparecencias de Los Planetas, The Chemical Brothers o Belle & Sebastian, quienes seguramente han sentido al tocar aquí sensaciones muy especiales. Sin embargo, a mi entender, los príncipes del FIB eran Suede, y el festival andaba huérfano sin ellos.

A la espera de que el bravo Jay-Jay vuelva al Festival dentro de pocas ediciones, esperemos que a la zona verde, el cetro de Brett Anderson lo ha recogido Alex Capranos.

Hace dos años, en 2004, Franz Ferdinand ocupaba uno de los huecos en el escenario principal. Desde el punto de vista organizativo y empresarial, el riesgo de entregar tanta responsabilidad a este grupo, en el año del décimo aniversario del FIB, constituyó uno de los grandes éxitos de la historia de Maraworld.

Como queda dicho, los "escoceses" se enfrentaban a la papeleta de tocar después, aunque no justo después, del inmenso Morrissey. Se puede decir, visto y disfrutado su concierto, que no sólo salieron ilesos, sino reforzados.

Capranos y los suyos decidieron, sabiamente, construir una línea simétrica, con dos partes dedicadas al salto colectivo, separadas, justo en el centro, por un grupo de canciones más lentas, entre las que se encontraban la bowiana Walk away y Eleanor put your boots on. Inteligente, pero única salida para un grupo que ha vuelto a poner sobre la mesa la vigencia del pop-rock como música apta para el baile. De otro modo, el público no habría soportado el ritmo de los de Glasgow.

Hay que tener en cuenta que, en el primer bloque, se encontraban pesos pesados como This boy, Do you wan to? y I'm your villain, tema éste muy apto para unos hooligans que aprovechaban la menor ocasión para hacer de las suyas.

De repente, los acordes de Take me out hicieron vibrar a los 35.000 presentes. Franz Ferdinand daban por finalizado el paréntesis melódico y el público tragaba saliva para afrontar con fuerzas el resto de minutos de baile y frenesí.

Luego, hubo tiempo para una magistral interpretación de la impagable Outsiders, alargada al mismo tiempo que la batería tomaba protagonismo con dos, y hasta tres ejecutantes, y empalmada finalmente al misil que a muchos, por encima de Take me out, nos hizo fijarnos en este grupo, This fire, tema que puso fin a un concierto en el que, por encima de todo, y como decíamos líneas antes, Franz Ferdinand se sentaron en el lugar que un día ocupó Suede en el reino de las emociones fiberas.

Debate sobre el valor del virtuosismo

Los últimos treinta años se han caracterizado, en parte, por el desdén de los músicos hacia la manera clásica de entender lo que era "tocar bien" un instrumento o "cantar bien". Es conocida una anécdota, de los albores de la movida, protagonizada por Nacho Canut, Ferni Presas, Edi Clavo y Jaime Urrutia. El, por entonces, bajista de Kaka de Luxe, había accedido, a través de un anuncio visto en la universidad, a una cita donde podría adquirir su bajo soñado, el Hofner que utilizaba Paul Mc Cartney. Al adquirir el instrumento, le preguntaba a Ferni, con su habitual laconismo: - Bueno, y esto, ¿cómo se toca? Tengo un concierto esta noche.

Sin llegar a estos extremos, es cierto que el pop se ha conformado habitualmente con unas estructuras aparentemente sencillas, con letras, también aparentemente, simples, de manera que, en el fondo, el público tiene tendencia a pensar que, con un poco de suerte, el hit del que está disfrutando lo podría haber compuesto uno mismo. Es una impresión semejante a la que muchos guardan ante determinadas obras plásticas del arte contemporáneo: "Eso lo hago yo".

Hemos hablado, y seguiremos abundando en ello, que el pop no es simple más que en apariencia, y que, tanto en artes plásticas como en música, es ello lo que constituye su grandeza como hecho artístico.

Llegados a este punto, me gustaría poner el acento sobre algo que me dio que pensar en el festival: el público está necesitado de músicos virtuosos. Tras décadas en las que se han alternado estilos como el punk, la electrónica, la música de usar y tirar y, siempre, eternamente y como trasfondo, el pop clásico de cuatro acordes, parece que los frívolos receptores necesitan, de tarde en tarde, una pequeña exhibición técnica para hacerles creer que todavía existen "músicos de verdad".

No deja de ser curioso.

El delirio que produce ver a Rufus Wainwright indefenso ante guitarra o piano, o la lujuriosa manera de exprimir el violín por parte de Yann Tiersen, provocan en el auditorio reacciones de absoluta estupefacción y aturdimiento colectivo. ¿Es que tiene más mérito el multiinstrumentista francés? ¿Estamos hablando de mérito, de "saber tocar de verdad"? ¿Por qué el público guarda silencio respetuosamente con algo que no es más que rock, aunque el instrumento protagonista sea un violín? ¿Es Yann Tiersen un virtuoso o un efectista?

De lo único que estoy seguro es de que Rufus fue otro de los grandes triunfadores de esta duodécima edición del FIB, entregado en un concierto sereno y cercano, a un público que, por otra parte, evidenció su nacionalidad con la pronunciación del happy birthday, dear raaifuuusss. Aún así, el clasicismo del canadiense, su voz cálida y envolvente, su técnica depurada en piano y guitarra, me dieron que pensar sobre esta idea que corroboré al día siguiente con Yann Tiersen.

Fin de fiesta

Reconozco que lo pensé: ¿Qué carajo pintan Madness en Benicàssim? ¡Hugh! M-80... Sin embargo, oír diez segundos de la intro de Our house en la prueba de sonido fueron suficientes para entregarme a ellos como, sin duda, se merecían. Magistrales y expertos, y con un humor inglés a toda prueba, los gentlemen de Camdem se sobrepusieron al calor para ofrecernos una retahíla de éxitos que se inició con One step beyond, insólita píldora de diversión por diversión. El reggae blanco de los británicos abrió el escenario verde en su última noche con un imponente sonido e impecables arreglos. El momento de Our house quedará grabado en mi memoria para siempre.

Los siguientes de la lista eran Depeche Mode, sin lugar a dudas los más esperados del día. La reciente gira europea había mostrado a unos depeche en la flor de la vida, perfectamente aptos y vigentes, mientras que Playing the angel resulta un disco digno, claramente necesario para algo más que para hacer rebosar unos bolsillos ya suficientemente llenos.

Sin llegar, de ninguna manera, al nivel de compenetración con el público, con el ambiente del festival, mostrado por Strokes, Morrissey o Franz Ferdinand, el veterano grupo presentó un directo incontestable, tanto en el plano técnico como emocional, con momentos gloriosos como Personal Jesus (donde el auditorio logró entonar, de hecho, algo parecido a Reach out and touch faith) World in my eyes, Walking in my shoes y Never let me down.


Algo había en la actitud del grupo sobre el escenario que lo alejaba del plano del festival. Una diferenciación escenográfica en el plano tangible. Una distancia anímica en lo intangible.

Dave Gaham correteaba hacia un lado y otro del estrado, mientras se ocupaba de destrozar lo que podría haber sido uno de los grandes momentos del FIB 2006. Uno de los momentos más esperados, el estribillo de Enjoy the silence, fue silenciado por Gaham, entregado a, junto a la subida a los hombros de adolescentes, la práctica más absurda del rock de estadio, como es el lanzamiento del pie de micro al público. Yo quería escuchar aquello de "All ever wanted, all ever needed..." de su garganta, y no de las difusas voces de un público cuyos cánticos no me aportan nada. Ni una vez, ni una sola vez en toda la extensión del clásico, tuvo la delicadeza ni la visión de regalarnos una interpretación del estribillo.

Tan frustrante como el cabezazo de Zidane a Materazzi. Tarjeta roja directa. Lo siento, pero...

Más tarde, decidí dar la cuarta oportunidad a Placebo. Ya que los había visto tres veces y no me habían gustado, intenté que, ya definitivamente maduros, me sedujeran en su cuarta comparecencia ante mi persona. Nada. Un concierto plano que dejó más que frío al público que poblaba en número muy abundante el escenario verde. Sosos y soporíferos, Placebo cerraron para mí el 2006, en cuanto a lo que se refería a Zona Heineken.

Suerte que pudimos resarcirnos del aburrimiento en la carpa Vueling, mientras pinchaba Homeboy. Decir, ya puestos, que Toxicosmos y Pin & Pon dj's también estuvieron más que correctos.

El año que viene... ¿más?

Isaac Lobatón





27 julio 2006

Días de FIB (I)


Pasado reciente... o no tanto

Ocurre siempre que vuelves de allí. Una nostalgia tremenda por las, aún inmediatas, emociones vividas y los buenos momentos proporcionados por los músicos, mientras que la muñeca sigue protestando por el roce de la pulsera, aún habiendo prescindido ya de ésta, y en la cabeza conviven, en forma de flashes, momentos muy puntuales de la edición correspondiente.

Echo la vista atrás y recuerdo a Tim Booth interpretando She's a star, o a Flaming Lips y su tremendo gong, o The Beta Band, cuyo vocalista se movía exactamente igual que Noel Gallagher, o la mirada iluminada de Thom Yorke... No es fácil asociar tal año a cual grupo, aunque es claro que, en 2006, el Festival Internacional de Benicàssim ha entrado ya en la dinámica de la gran empresa, y que su carácter independiente ya no es el único ni el más importante rasgo que lo caracteriza. Digo esto porque, hoy, resultaría difícil imaginar a Australian Blonde, La Habitación Roja o Cooper en el Escenario Verde y, sin embargo, ello fue así no hace mucho tiempo. No voy a entrar a valorar si es mejor o peor ahora; es diferente, eso seguro. Además de esta referencia, la total profesionalización del FIB, la edición de 2006 quedará, para mí, invariablemente asociada a la imagen de Morrissey.

Otra constante de la vuelta de un festival, viene siempre dada por el hecho de que uno se pregunta cómo no pudo estar en tres sitios al mismo tiempo. La experiencia va mitigando esa frustración, la que ocasionó el viernes el descarte de Dominique A, cuyo recital quedó emparedado entre Echo & The Bunnymen y The Strokes.

No obstante, el viernes siempre es un día anárquico, donde se recorre el recinto analizando las mejoras y novedades introducidas por la organización, y las tiendas con camisetas de Naranjito o Heidi, tan propias de la generación busca-mitos que hemos conformado los nacidos en la década de los setenta.

El dilema británico

Así que, desperezándonos aún, el concierto de Babyshambles, el primero del que disfrutamos, sirvió para comprobar dos cosas: Una, que realmente Pete Doherty comparece a veces sobre los escenarios para ofrecer rock enérgico a la par que fresco, con ingredientes propios de la mejor tradición de las islas... pero que Libertines nos gustaban más. Dos, que la presencia de público del Reino Unido iba a ser una constante en la duodécima edición del FIB, y, quizá, su característica más importante en el terreno social.

El FIB siempre fue un remanso de paz. El público se caracterizaba porque, cualquier individuo, era capaz de darse media vuelta, apresuradamente, para pedir perdón, al menor roce, al más leve pisotón. Sin ser demasiado negativos, se puede afirmar con seguridad que esto ya no es estrictamente así. Las grandes concentraciones de público, el calor, y la irritante actitud de buena parte de los ingleses, han causado, a mi entender, una crispación latente entre los fibers.

Desde el primer día pudimos ver que, en efecto, algo había cambiado. Especialmente, en el concierto de Pixies, banda que, por otra parte, ni me va ni me viene, dicho sea de paso. Prefiero mil veces cuando canta Kim Deal, y me quedo con The Breeders. Qué sé yo. Cosas que tiene uno.

Pero hablaba de la participación del público extranjero, concretamente del británico, que enrareció considerablemente el ambiente del recinto tal como yo lo recordaba, hasta tal punto que, si se vuelve a repetir esa presencia masiva de personas procedentes del Reino Unido, me plantearé seriamente volver. Y es que los ingleses son como ese amigo que todos tuvimos en la adolescencia que, en el uno a uno era un gran tipo, leal, interesante, amante de la buena música y buen cine, y en pandilla se transformaba en un imbécil que meaba en vasos y cosas de ese estilo. Esto es, los ingleses son estupendos por separado, pero insoportables en manada.

Eficiencia neoyorquina

Decían que uno de los grandes objetivos del cambio de fechas, era posibilitar el acceso a grupos que, en agosto, ya se encontraban comprometidos con otros festivales o eventos. Para reforzar este argumento, The Strokes fue, prácticamente, el primer nombre fuerte que se anunció.

Tardaron tres discos en llegar a la Costa del Azahar, por lo que se les esperaba con fruición, pero los muchachos de la Gran Manzana contaban, a priori, con un importante problema: recientemente abrazaron la mediocridad en forma de tercer disco. Sin embargo, ello no fue óbice para que ofrecieran un concierto magnífico, con un sonido impecable y una elección de canciones poco discutible. Hace unos meses, dije que su tercer trabajo no era tan malo. Sigo pensando igual, pero matizo: al lado de Is this it? constituye una medianía insignificante.

La claridad de ideas y contundencia de clásicos como Hard to explain o Last nite no se vislumbra ni de lejos en First impressions of Earth. Digo todo esto, aunque no toca, porque, meritoriamente, este hecho apenas se notó en directo. Antes al contrario, Hammond y Valensi nos deleitaron con sus perezosos y "garrapateros" riffs, mientras que Julian Casablancas dejó muy alto el listón al resto de vocalistas del festival, demostrando al mismo tiempo una gran capacidad escénica. Un concierto casi perfecto, que lo podía haber sido si no hubiera mediado el desprecio al Room on fire, un disco que merece algo más que la solitaria (y genial) Reptilia, y la consiguiente puesta en valor de calamidades como Juice Box.

Viendo a Strokes, uno acabó de creerse definitivamente (y mira que me he resistido) el cacareado pique con Franz Ferdinand, por el trono de ese fronterizo reino entre los 40 Principales y el mundillo independiente. De existir la disputa, los americanos salieron el viernes con una puntuación muy alta, con un espectáculo que superaba en algún cuerpo el ofrecido por los escoceses meses atrás en Madrid.

Sí daba la sensación de que, desde luego, los artistas querían estar a la altura de su responsabilidad. Esta impresión que me dieron los Strokes, la corroboro con la perspectiva que dan los tres días, comprobando que, de Pete Doherty a Martin Gore, la profesionalidad y la entrega fueron notas dominantes de todos los grupos que pasaron por este FIB 2006.


Locales menguantes

La internacionalización del cartel del FIB, conlleva que los pocos representantes españoles hayan de ser cazados al vuelo. Entre las coincidencias y su colocación tempranera en el cartel, no pudimos disfrutar de muchos. El primero que vimos fue Garzón, quienes, al margen de las consideraciones políticas sobre las que Josu se muere por escribir, demostraron que, al menos musicalmente, no son unos niñatos, con el clásico pop fresco y colorido de melodías sencillas y de letras aún más sencillas... algunas demasiado.

Mientras, El Columpio Asesino, ganadores de la segunda edición del Proyecto Demo, ofrecieron un repertorio muy sólido, maduro y ecléctico, con elementos procedentes, tanto del dance-rock imperante, como de la electrónica o del funky. Francamente, una de las mejores impresiones del festival.

Siempre es reconfortante que te recuerden que la experimentación, la fusión, no están necesariamente asociadas a la estafa y al mercadeo. Ocurre con El columpio, y también con 12Twelve, cuyo último disco ha cruzado la frontera del post rock para investigar los caminos del jazz. Lo poco que escuchamos nos dejó con ganas de más. Babyshambles no eran mejores.

(Continuará)

20 julio 2006

La insidia que no cesa


Como siempre, nos quedamos solos. Cuando se trata de censurar públicamente y en voz alta lo que cualquier ciudadano, con un mínimo de anchura en la frente y componente de humanidad, hace en privado o interiormente, el presidente es arrinconado por aquel sector, bien de la política, bien de otros círculos, que sólo entiende el lenguaje del "conmigo o contra mí".

Antisemita (*). Una palabra utilizada como arma arrojadiza desde hace sesenta años, la mayor parte de las veces de manera capciosa e improcedente. Un término que arroja, siempre que se pronuncia de esta manera, una connotación muy grave, cual es acusar al receptor de la ofensa de desear la desaparición, como mínimo, del estado israelí y, si se puede, del pueblo israelita.

Porque si no, ¿por qué se utiliza un vocablo con un significado tan determinado?

Ya sabemos que vivimos en la cultura del titular, donde, a fuerza de no profundizar en los conceptos, se acaba cayendo en la banalización de los significados. Aún así, resulta del todo inadmisible que un presidente de gobierno de un estado democrático sea calificado con este adjetivo, por el mero hecho de apoyar la cínica postura que, entre otros, defiende el inefable George Bush Jr.: el estado de Israel tiene derecho a defenderse.

¿Imaginarían que ETA secuestrara a dos gendarmes franceses y el estado galo respondiera bombardeando el País Vasco? No es lo mismo, lo sé, pero es parecido.

A defenderse, ¿de quién? ¿El secuestro de, no lo olvidemos, dos profesionales de las armas justifica el asesinato de decenas de inocentes y el éxodo de otros miles de ciudadanos? ¿No ha quedado ya suficientemente demostrado por la historia que el terrorismo (ninguna otra disciplina practica Hezbolá) es una salida que la mayoría de la población, a la que los asesinos dicen representar, no apoya?

Israel prevarica. La retención de sus dos militares no constituye más que una coartada que está devolviendo a Líbano a un escenario que ya creíamos olvidado hace veinte años. Estos días, los telediarios parecen confeccionados con imágenes de archivo. Es una pena. Tirar por tierra en una semana el camino recorrido en tanto tiempo y con tantos esfuerzos, es algo que seguramente pagará Israel, que verá claramente mermados sus apoyos diplomáticos en los próximos meses.

Mientras, la ONU, como casi siempre, se mira el ombligo. Creen que pueden existir crímenes de guerra. Y Solana se reúne con el primer ministro israelí. Annan y Solana... siempre deambulando por Oriente Medio sin ningún resultado tangible. Son como un baño en el Mar Muerto. Por mucho que lo intenten no se mojan y quedan siempre como flotando.


Mientras el estado de las cosas no mejore, dejemos, por favor, al presidente del gobierno expresar lo que todos sabemos: La respuesta de Israel es desproporcionada e injusta.


(*) antisemita

1. adj. Enemigo de la raza hebrea, de su cultura o de su influencia. Apl. a pers., u. t. c. s.

Mauricio Hachuel, destacado miembro de la comunidad hebrea en España, tildó ayer de antisemitas las declaraciones de Rodríguez Zapatero.

Iosu Pongo, firma invitada

17 julio 2006

Amo a Laura. Amo la inteligencia

El mundial pasó. Se quedaron cosas en el tintero, como mi reconocimiento a la labor de Andrés Montes: Aunque, en igualdad de condiciones, Cuatro triplicara en audiencia a La Sexta, de las retransmisiones de esta copa del mundo se recordarán para siempre las excentricidades orales de Andrés Montes junto a la bonhomía de Julio Salinas, y no la machacona verborrea de Julio Maldonado, ni la chirriante voz de Carlos Martínez, ni los irrelevantes comentarios de Maradona. Un fenómeno como la expresión "tiqui-taca", no se conocía desde la eclosión de Chiquito de la Calzada, y eso es un logro a tener en cuenta.

Para el recuerdo puede que queden las tradicionales narraciones de José Ángel de la Casa, el hombre que mejor ve el fútbol mientras se está produciendo, según acertada definición de otro personaje nada moderno, José Luis Garci. El veterano periodista de RTVE puede verse afectado por la regulación de empleo que está agitando al ente en estos meses. Aunque las prejubilaciones son voluntarias, Dios sabe el ambiente que reinará en ese lugar, con las presiones de los sindicatos y demás mierda, resignadamente aceptada en los entes públicos.



El verano, por otro lado, (y, justo aquí, volvemos a la normalidad) está siendo pródigo en fenómenos musicales. Hoy me voy a detener en uno muy concreto. Felizmente, y no era tarea fácil, Happiness venció al Koala. Este último, al que no voy a dedicar muchas líneas, se vio beneficiado por el hecho de que, aún ahora, cierto tipo de público es capaz de consumir música confeccionada únicamente con humor de sal gorda; si a ello se añade el hecho de que la cadena de Milikito, listo donde los haya, escoge una variación del potencial hit como banda sonora del mundial, el éxito estaba servido en bandeja. El fracaso de la selección española, dejó al garrulo sin el galardón de autor de la canción del verano. Mi mayor sorpresa fue, sin embargo, encontrármelo una tarde en Los Conciertos de Radio 3, preguntándome qué podía haber escrito Rafa Cervera para la presentación de semejante tipo.

El éxito de Amo a Laura ha pillado por sorpresa a muchos. Aquella amplísima mayoría de público que vive ajeno a la ingente, variada y cualitativa producción del pop independiente en España, se ha visto agitada por una canción fresca, sencilla y pegadiza como la melaza. Unas veces por (necio) desdén, otras por desconocimiento, culpable o inocente, el caso es que una gran parte de la población consumidora de música pop, se está perdiendo muchas pequeñas joyas como esta cuña audiovisual, fabricada por Guille Milkyway para MTV.

En plena celebración del Año Internacional de la Familia Cristiana, y en una sociedad más segmentada que nunca entre modernos, izquierdosos, fachas, neocatecumenales y demás componentes ornitológicos, Milkyway ofrece una pieza de una pureza conceptual impecable.

Vayamos por partes:

- Denotación: Cuatro jóvenes, dos chicas y dos chicos, vestidos de manera muy clásica y muy pulcra, ensalzan las virtudes de la castidad. Ello les proporciona grandes satisfacciones vitales y una auténtica seguridad sobre la pureza de sus sentimientos.

- Connotación: Cuatro pijos del opus, dos chicas y dos chicos, claramente reprimidos por una educación y una familia retrógradas, claman por una manera de llevar las relaciones de pareja de manera hipócrita y alejada de la realidad. Mueven a la risa. Los actores están dirigidos por y para la burla. Sus proclamas están tan demodés, que ni se contempla la posibilidad de que hablen en serio.

Es claro que casi la totalidad de las personas con las que he hablado han optado por la opción connotativa. Es lógico. Yo también. Aún así, leídas unas declaraciones del autor del tema, creo necesario reseñar que la mayoría de nosotros somos tan estúpidos como los personajes interpretados de una manera denotativa:

"Parece mentira que algo tan universal como la promiscuidad o el sexo antes del matrimonio siga siendo algo cool. Creo que España sigue siendo un país muy pueril en este sentido".

Guille nos ha hecho caer en la trampa. ¿Quién no ha pensado, viendo el video clip, algo así como "menudos pardillos, yo no soy como ellos"? Modelando las diferentes variantes hermenéuticas, Guille ha retorcido los conceptos para pintar otra realidad, la de aquella sociedad que, aún hoy, no ha relativizado la importancia del sexo, sobre todo en lo que se refiere a su vertiente de prestigio social. Milkyway ha conseguido un milagroso equilibrio: que, en millones de conversaciones, los españoles confesemos, de manera indirecta aunque vehemente, que no estamos a favor de la forma de vida que proponen el cuarteto Happiness y la asociación
Por una juventud sin mácula.

Fantástico. Pocas veces el pop logra estar tan a la altura de su ideal estético. Pintar una realidad, aparentemente banal, como una lata de comida precocinada. Utilizar para ello colores vivos, puros, brillantes, de manera que esa realidad, bastante desagradable, pase por atractiva. Presentarnos la obra terminada para engañarnos y hacernos creer que esa realidad nos gusta.

Ocurrió con las latas de sopa; o con Marilyn, el ángel caído bajo la sobredosis de barbitúricos. Hicieron que nos gustara esa realidad. Es la diferencia entre el Pop de verdad y el Pop manierista protagonizado por Antonio de Felipe o, incluso, Mel Ramos, donde los artistas se limitan a construir pop sobre el pop, rozando, en un ejercicio sublime, el ideal estético del propio movimiento, pero sin aportar nada nuevo. Pues bien, Guille Milkyway ha estado en esta ocasión a la altura de Warhol.

De otro lado, la melodía es maravillosa en su sencillez y clasicismo melódico, especialmente la parte del puente, cuando los cuatro personajes realizan el juego de manos.

Conclusión: Hay que respetar el Pop. Como la conjugación del verbo cavar, puede que a alguno no le guste, pero eso no le resta un ápice de profundidad. Y echar un vistazo de vez en cuando a lo que pasa por el mundo independiente de nuestro país.

Isaac Lobatón



10 julio 2006

Se va. La mano se va.

Varios años en el Real Madrid oyendo hablar del espíritu de Juanito, y a Zidane no se le ocurre otra cosa que escenificar lo peor del tópico, justo el día menos indicado.


Siempre andamos a vueltas con la mano de Dios, aquel chascarrillo irónico e improvisado de Maradona, en uno de los pocos giros dialécticos brillantes que se le recuerdan, para justificar aquel famoso gol ilegal, pero esta noche yo tenía previsto hablar de otra mano, una mano mucho más majestuosa y, tal como yo la recuerdo, menos tramposa:


Eurocopa de Naciones de Holanda y Bélgica de 2000. Semifinales. El árbitro pita un penalti en contra de Portugal. La falta no admite discusión, pese a lo cual, los portugueses hacen gala de su habitual histrionismo para mostrar su desacuerdo con el dictamen del trencilla. Figo acaba expulsado; se marcha histérico, con la camiseta en la mano. Zidane transforma sin problemas. Recorre la línea de fondo y luego la de banda, hasta llegar al banquillo francés, siempre con la mano derecha abierta y levantada. Una mano inmensa que ocupaba toda la pantalla. Nunca olvidaré aquella imagen.
Todo el poderío
y grandeza que desprendía ese gesto.

La mano como instrumento creador, como elemento ejecutor. La mano del rey, de-l dios. Sólo le faltaba el cetro.

La actitud del bailarín francés
contrastaba con la de Figo, ofuscado e iracundo.


Esta noche, Francia y el mundo han contemplado con pena y resignación la cara más cruel del deporte de alta competición. Porque es cruel que el mejor fútbolista de los últimos años se marche llorando a los vestuarios tras haber dejado a su equipo en inferioridad numérica, por caer, como un juvenil, en la provocación de un contrario.

Materazzi ha sido, sin lugar a dudas, el hombre del partido. Ha estado presente en el gol francés, protagonizando la falta que dio lugar al penalti más magistralmente transformado en la historia de las finales mundialistas; cabeceó implacablemente el córner de Pirlo para equilibrar el tanteo; más tarde, en la prórroga, tiró de oficio para sacar de sus casillas a Zidane y propiciar que éste recuperara una práctica olvidada durante bastante tiempo: el cabezazo al contrario.

Antes, Vieira se había retirado con un tirón muscular, lo que no se tradujo en un especial varapalo anímico para los galos, pero la agresión de Zidane, cercanos ya los penaltis, hizo que el éxito francés en la suerte decisiva se antojara complicado, sobre todo desde el punto de vista psicológico.

En la primera parte, Italia volvía a demostrar que ha conformado la mejor selección azzurra de los últimos años, permaneciendo la mayor parte del tiempo en el campo de los hombres de Domenech, tanto con empate como con el marcador en contra. Y, aunque la mayor parte de las ocasiones italianas llegaban generadas por jugadas a balón parado, la sensación de peligro era constante. Hasta insólita, tratándose de Francia. El partido, no obstante, contaba con muchas fases de esas que no gustan a los entrenadores, con carreras anárquicas de los jugadores a uno y otro campo, generalmente abortadas por las respectivas defensas, las dos mejores del campeonato como ha vuelto a quedar demostrado hoy.

La segunda parte vio emerger un poco el carácter del equipo francés. Zidane, Ribery y Malouda trataban de crear peligro para las llegadas de Henry, un fantástico delantero que, sin embargo, en este mundial no se ha caracterizado por su poder de definición, ni siquiera por su habilidad para el desmarque. Tampoco es fácil el trago ante Materazzi o Cannavaro, éste elegido "jugador del torneo"... un central. Todo un síntoma. Y es que, aunque hayamos encontrado equipos que han decidido dar un salto adelante en el plano ofensivo, como Italia y Alemania, ha quedado clara una tendencia que no está reñida con las posibilidades atacantes: los equipos se construyen desde una sólida retaguardia.

Pese a los intentos galos por eludir la prórroga, se llegó a ese tiempo añadido donde Zizou pasó, en poco más de cinco minutos, de poder poner por delante a su equipo, a emborronar una despedida que, por entonces, ya había adquirido dimensiones épicas con los tres partidazos que habían precedido a la final, más la sobrecogedora manera de ejecutar el penalti.


En la ronda de lanzamientos desde los once metros, esta vez la suerte dio la espalda a Trezeguet, el hombre que resultó decisivo, también seis años antes, en la final de la Eurocopa 2000. Ni Buffon ni Barthez pudieron detener ningún lanzamiento. Grosso, gran protagonista de la semifinal, finiquitó un triunfo que, aunque justo, se había producido en un contexto en el que, cualquier aficionado al fútbol se alejaba del televisor con una sensación agridulce.

La mano se va.
Isaac Lobatón

05 julio 2006

España, la Bienal de la frustración


Como dijo aquél, una semana es un tiempo prudencial para reconocer la nueva realidad. Estamos en ese pequeño intervalo de tiempo que separa la primera semifinal de la segunda. España no ha jugado ni una ni otra. España no jugó ni el primero, ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto partido de la ronda anterior.

Honradamente, creo que la participación de España en este mundial no ha aportado demasiadas variaciones con respecto a ediciones precedentes.

Como siempre, el equipo ha mostrado en algunos momentos aquellas cualidades, positivas, que lo hacen diferente, como el toque en el centro del campo y la paciencia para elaborar, en busca de que aparezca la ocasión de gol de manera natural. Hasta octavos de final, era uno de los equipos más goleadores y menos goleados y, por segunda vez consecutiva en un mundial, había obtenido el liderato de su grupo al vencer en los tres primeros partidos. España y Argentina habían protagonizado las victorias más indiscutibles de la primera fase mediante un juego entretenido y alegre.

Todas estas circunstancias llevaron a crítica y afición a conceder un suplemento importante de crédito a los seleccionados de Luis Aragonés.

La falta de definición de los viejos de Francia durante la primera fase, propició un enfrentamiento contra natura en octavos de final. El cruce natural debería haber emparejado a España con Suiza, lo cual, probablemente, nos habría proporcionado la ocasión de jugar cómodamente los cuartos de final con Brasil, también probablemente, en medio de una desenfrenada (y engañosa) euforia nacional por eliminar a los helvéticos.

Conjeturas aparte, el partido con Francia fue otro más de esos encuentros que ponen en evidencia las viejas carencias y defectos de España en los grandes momentos.

No existe ninguna otra selección en la que los jugadores muestren esos rostros de abatimiento y ansiedad al comienzo del partido, menos aún con el marcador a favor. No transmiten seguridad porque no se creen capaces de ganar. Y no se creen capaces de ganar porque nunca lo han hecho, ni ellos ni sus antecesores.

Ya lo decíamos al comienzo del Mundial. Se trataba, simplemente, de
estar a la altura de su categoría. España es incapaz de estar a la altura de su categoría. Desgraciadamente, con su actuación en el mundial de Alemania, ha añadido lastre sobre las espaldas de los que representen al país, dentro de dos y cuatro años, en la próximas citas, europea e internacional.

Hablando de causas, a mí sólo se me ocurre esa: la camiseta española es, cada vez, más liviana, tanto para el jugador como para el adversario, porque, sobre el papel, España tenía suficiente categoría para haber llegado muy lejos en el campeonato. Y es que son más de veintidos años sin superar la barrera de los cuartos de final, y veinte más sin lograr ningún título.

Un saco de plomo que agarrota las verdaderas aptitudes de nuestros jugadores en los momentos importantes. La tan traida y llevada "competitividad", el don que permite aprovechar, de manera natural, lo mejor de nosotros mismos cuando la situación lo requiere. El mismo que permite a Alessandro del Piero colocar la pelota en el lugar que él decide; o, al desconocido Grosso, trazar una preciosa rosca para esquivar una nube de jugadores en el área alemana, y desequilibrar una semifinal en la que el afitrión se mostraba sospechosamente interesado en alcanzar el desempate por penaltis.

Resulta insólito que un fútbol que cuenta con la más amplia tradición de campeones de clubes en competiciones europeas, se vea siempre abocado a ese papel discreto que nos caracteriza. Tampoco hay que buscar más explicaciones en "el carácter español". Nadal, Gasol, Alonso o, por equipos, waterpolo, baloncesto, balonmano y el equipo español de Copa Davis han llevado al país a lo más alto en sus respectivas disciplinas.

Lo más grotesco, por no decir torticero, consiste en identificar el fracaso de la selección con la política desvertebradora (palabra que, por otra parte, no existe) de Zapatero. Una interpretación que pierde toda su fuerza cuando se echa un vistazo a la historia española en los mundiales, donde, por poner un ejemplo, ostenta el trono de equipo anfitrión peor clasificado de la historia, título del que no nos han despojado ni Corea, ni Japón, ni Estados Unidos.


Desde el punto de vista futbolístico, se podría abrir un círculo en el año 1992, momento en el que Clemente se hizo cargo de la selección, recuperando a una afición adormidalada tras los fracasos de 1988 y 1992, y eliminando para siempre a la generación de la quinta del Buitre de sus alineaciones. Durante estos catorce años han pasado cuatro seleccionadores que han interpretado los objetivos del juego de formas diversas: la unidad y el espíritu de club como fórmula para alcanzar la competitividad, por parte de Clemente; el caudillaje de Camacho, la inoperante tibieza de Sáez, y la obsesión por la individualidad al servicio del colectivo de Luis Aragonés.

Este período ha visto evolucionar el centro del campo del equipo. La crítica siempre despreció a los trabajadores, a los recuperadores de balones. Incluso, últimamente se atreven a bautizarlos con el nombre propio de alguna de estas figuras. Así, se habla de gatussos, de albeldas y de makeleles, con tan poco respeto como falta de prisma. Por la organización del juego español han transitado parejas como Hierro y Nadal o Alkorta, evolucionando hacia la entrada como acompañante del malagueño de Pep Guardiola. Mientras, Camacho intentó dejar solo a Guardiola, y Sáez optó, más conservadoramente, por el binomio Albelda-Baraja.

Luis ha rizado el rizo, componiendo una suerte de trivote con tres hombres sumamente técnicos y pulcros en el manejo de la pelota, como Xavi, Xabi Alonso y Cesc. Sin embargo, Francia ganó por fuerza, empuje y físico (también, por una falta en la que encontraron la desgracia dos de los más destacados, Puyol y Alonso, uno cometiendo una falta innecesaria, y el otro peinando el centro de Zidane hacia el segundo palo), por la perfecta barrera de contención que construyeron para taponar la creación de juego española al mismo tiempo que, un poco más adelante, facilitaban la labor creadora de Zidane.

Queda claro, pues, que no es un problema de jugadores. No es un problema de sistema. No es un problema de seleccionador. Quizá Luis debería irse. Quizá fue él el primero que pecó de excesivamente optimista al anunciar una dimisión si no se rebasaba el umbral de los cuartos de final, pero es cierto que con el técnico madrileño en el banquillo se vislumbra algo parecido a un proyecto. El inconveniente es que, mientras un club se puede permitir uno o, incluso, dos años sin títulos, en nombre de un proyecto a medio plazo, en un equipo nacional las competiciones se juegan sólo cada dos años, las oportunidades son fugaces y los rivales implacables. Y los años pasan, y la ansiedad crece.

Isaac Lobatón

01 julio 2006

Sostiene Zidane


Alguien tenía que decirlo. Y decirlo sobre el campo. Brasil no puede vivir eternamente de la camiseta. Desde que Caniggia, también de manera inesperada, eliminó a los amarillos hace ya 16 años, una ola de rancio conservadurismo fue tiñendo el fútbol brasileño hasta no ser visible más que en los anuncios de la multinacional norteamericana que los patrocina. Patrones de juego resultadistas y prácticos hasta decir basta, a los que hay que sumar una irritante pereza y desidia por demostrar sobre el terreno la superioridad que se le supone antes del comienzo del partido, confiando siempre en que algo positivo se encontrará sobre la marcha.

Brasil ha sido hoy víctima de sus propios errores. De la renuncia a todos aquellos parámetros futbolísticos con los que se tiende a identificar su juego: toque, improvisación, técnica, fluidez, posesión. Si España está reñida con la victoria porque no cree en ella, la eliminación de Brasil ha venido dada justamente por lo contrario. No se puede jugar constantemente con la absoluta certeza de que el encuentro quedará desequilibrado a favor de uno mismo, de una manera o de otra. Ninguna victoria cae del cielo. Algo hay que intentar. A ser posible, antes del minuto 87.

No ha sido hasta entonces el primer disparo envenenado de Brasil, un golpe franco de Ronaldinho al borde del área, que será recordado como la única aportación del hombre que estaba llamado a ser estrella central en Alemania. Poco más tarde, algunos ataques a la desesperada. Tarde y mal.

Lo injusto sería no hablar de los méritos de la selección francesa, encarnados en la figura de Vieira, algo más que un muro infranqueable y un recuperador de balones, un auténtico tornado cuando encara el campo contrario, el hombre que está en todas partes para, por ejemplo, cazar un segundo gol en los últimos minutos de una eliminatoria de octavos.

Francia ha tenido, además, la suerte de contar con la efectividad de su ariete. Henry ha sabido estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, justo lo que se le pide a un 9, ni más ni menos.

La asistencia del gol, de falta, ha sido de Zidane. El penúltimo partido del genio francés ha desbordado todas las expectativas. Recordando sus mejores tiempos en la selección y en el Real Madrid, Zidane ha ejercido una labor de intimidación decisiva para la suerte del partido. No existe mayor amenaza para un equipo que tener enfrente al mejor jugador de los últimos años, desplegando, segundo a segundo, lo mejor de su repertorio. Administrando la posesión de la pelota, profundizando hacia los puntas cuando encontraba el hueco, esquivando la presencia de los medios brasileños con sombreros y roulettes...

El partido vivió un punto de inflexión. Hubo un momento en que Zidane, con razón o sin ella, convenció a los brasileños de que Francia era mejor equipo. Entonces, los sudamericanos tiraron el partido. Se replegaron. Aguardaron atrás, contemplando como tristes espectadores la majestuosa exhibición de Zizou. La angustia por el fallo se apoderó de todos sus hombres. De todos menos de uno. Ronaldo. El otro grande. El otro viejo. El gordo.

Ronaldo fue el único futbolista de Brasil que siguió intentándolo hasta el final. Por poco logra rédito en el único balón que asustó levemente a Barthez en 90 minutos. Quizá el único jugador que haya sembrado dudas en el insuperable Vieira o en Thuram. Ronaldo sigue siendo la manada. Y los que lo han criticado deberían haber mandado al carajo hace tiempo cualquier intención de aprender algo de fútbol.

Da que pensar. Sobre todo teniendo en cuenta el padecimiento de Ronaldo en el Real Madrid. También Zidane ha sido cuestionado en ese club. En repetidas ocasiones ha sido llamado viejo y, si no, se ha utilizado un patético eufemismo: envejecido. Antideportivamente, se ha deseado su jubilación por uno de los tabloides que pueblan nuestros quioscos.

Da que pensar. El español es ingrato y olvidadizo, y la afición del Real Madrid cuenta con esas cualidades elevadas al cubo. Pero eso ya lo sabíamos. ¿Cómo sobrellevar esa situación cuando uno se sabe el mejor jugador del mundo?



Isaac Lobatón