Nels Cline, el hombre elegante que suele comparecer a la derecha de Jeff Tweedy con levita y camisa, y que ostenta el mérito de lograr que el indie, esa abominable subespecie, deje de sentir pre-alergia ante los solos de guitarra, presenta su proyecto, no precisamente paralelo (ni rastro de Alt Country), sino más bien oblicuo. Música contemporánea, jazz y delirios dodecafónicos. Practiquen la gratitud.
CUATRO FREEKS
LA CASA AZUL
La nueva Yma Sumac (Lo que nos dejó la revolución)
Elefant
Guille Milkyway parece haberlo conseguido. Respeto reverencial de la crítica y éxtasis del público. Ello gracias a un sello con la paciencia suficiente para dejarlo ser, cada vez más, él mismo. Al menos esa es la sensación que da siempre que uno retorna al imaginario pop de La Casa Azul. No soy capaz de dar con ningún grupo de la escena alternativa con la entidad como para editar un disco dedicado a homenajear un año glorioso propio; en nuestro país, no recuerdo si lo han hecho, pero tal vez podrían permitírselo, Amaral, Héroes o LOVG, y pare usted de contar. Y eso que el video clip –incluido en dos diferentes versiones en una pista de datos- que ha acompañado el lanzamiento de este nuevo disco insiste en presentarnos a un Guille enmascarado (la timidez alcanza incluso a su dibujo animado), superhéroe, sí, pero que no es nadie sin sus cinco compañeros de grupo. El objeto pop integral florece en esta edición en digipack, donde la portada nos sitúa ante un imaginario cartel de cine tan futurista como naïf, es decir, ultrapop; en una esquina se homenajea a un icono tan entrañable como las gafas 3-D. ¿Y las canciones? Otra anomalía única: versiones en japonés, coreano, alemán e inglés de los grandes títulos de “La Revolución Sexual”, donde Guille delega en The Aprils, Yeongene (un tipo que debe ser famosísimo en Corea), Françoise Cactus, de Stereo Total, y Duglas T. Stewart, de BMX Bandits, ésta última directamente imprescindible. Y los cuatro cortes registrados en directo huelen a vacile; es que esos directos… ¡Que vuelvan ya!
Es viernes, así que les dejo algo fresco como un donut (de los antiguos, por supuesto).
El Ni crimen ni castigo de octubre está algo desactualizado, pero nunca lo subí porque el mes pasado se me hizo complicado.
El segundo, dedicado a Howe Gelb, lo iba a escribir para el FREEk! de noviembre a raíz de su actuación en el Monkey Week (ver crónica-relato de compañeros miradorpopistas aquí), pero también como consecuencia de haberlo sufrido seis meses antes en el Muñoz Seca del mismo Puerto de Santa María. Y no sé por qué, pero en el último momento decidí refrenar esa tendencia tan mía a poner a caer de un burro al cabeza de cartel de un festival justamente en el medio oficial del evento. Aún así, como uno no puede controlar sus impulsos, acabé escribiéndolo para Tentari, donde nunca debería ganar la autocensura.
El tercero es el textito que acabó conformando la columna de noviembre.Hala, que descansen.
Que sepas lo que hay
Fue una tarde, poco antes de que lanzase ese álbum que le permitiría, definitivamente, pasar el resto de su vida palpándose esas gónadas, una de las más deseadas de España por otra parte, a discreción; ese en cuya portada, en lugar del hijo de la iluminada angelófila y el Maestro, parecía presentársenos el intérprete de la presunta versión patria de House, Jordi Rebellón. Yo entrevistaba a Supervago y éste me descubría –aunque luego, por supuesto, ni me condenó ni nada- algo que yo, en mi permanente inocencia, desconocía: que Miguel Bosé no molaba nada. Como decía, poco después aparecía en el mercado Papito, probablemente el disco con mayor impacto comercial en España de la historia, a pesar de (o gracias a) Internet, y a su azucarada y hortera versión de algunas de las mejores canciones del músico, actor e industrial jamonero. Ahora sí que cuesta, después de un coñazo tan perdurable como una desinsectación industrial, reconocer que he berreado en el coche “Olvídame tú” y que, más de una vez, me he acostado triste mientras escuchaba y me imaginaba “junto a mi perro espiando horizontes… jap!”. Pero para eso estamos aquí, para, incluso, reivindicar su presencia en el Monkey Week 2010. ¡Feliz I Monkey Week!
Howe boring are you?
Me da un poco de pena la unanimidad. En seis meses, Howe Gelb ha dilapidado en un par de visitas al Puerto de Santa María, no diría que su prestigio, pero sí el interés por volver a verle. Y es que llega un momento de tu vida en que resulta un poco irritante que un músico se presente ante ti como si estuviera ante un concurso-oposición, presentando su dilatado currículo y activando el piloto automático. El concierto de febrero ya arrojó dudas sobre si Gelb levitaba sobre impulsos jazzísticos, country, alt o rock. No crean que me pierdo. Aquello no trataba de conjunción de estilos, sino más bien de que el hombre no acababa de decidirse, de arrancar, de mostrarse cómodo en alguno de los lugares a los que nos proponía acompañarle. Impaciencia. Oye, Howe, ¿cuándo empezamos, bonito? Esas sensaciones se legitimaron durante el pasado Monkey Week, gracias a un concierto que fue de más (expectación) a menos (expectación) y donde ya no fue tan raro encontrar a quien compartiera la opinión de que Gelb recordaba a la versión más coñazo de Dire Straits.
Cuando protestan lo paso fatal
Las tres y media de la mañana. El pub cierra sus puertas y nos quedamos dentro con el referente del indie patrio. Éste agarra una guitarra de doce cuerdas por el mástil y, de inmediato, le da secamente a un La m; mi intuición se ve premiada cuando, a continuación, cambia a Sol M. El referente ha iniciado su recital privado con “Sufre mamón”. La tocará entera –se acuerda de la letra de cabo a rabo- y, para colmo, luego la explicará: “¡¡Es perfecta!! ¡¡Perfecta!! ¡Fijaos cómo los acordes mayores y menores están colocados estratégicamente!”. Siempre me han llamado la atención las reivindicaciones de Hombres G, así que me alegra lo que hace y dice nuestro referente. Pienso que la evidencia de que es un grupo con dos grandes discos (los primeros) y un buen puñado de canciones notables diseminadas por el resto adquiere marchamo de oficialidad, pero qué va… Veinticuatro horas más tarde, estoy poniendo discos y un aspirante a miembro-de-grupo-referente-de-indie-patrio, se acerca a pedirme explicaciones por pinchar “Sufre mamón”. Le cuento la historia de la noche anterior. No responde. Claro…
Tras arrasar con “Weak on the rocks” y desconcertar a la intelligentsia con Krakovia, David Kano retoma el proyecto con el que saboreó el éxito. Cycle han vuelto. No para quedarse, porque nunca se fueron, sino para permanecer. No, no es lo mismo.
Véndase. Dígame un par de motivos para votar a su partido; por qué comprar el disco de Cycle en estos momentos en los que nadie compra discos.
Ninguno. Nunca he tenido especial interés en hacer de Cycle un grupo superventas. Me gusta el segmento donde nos movemos; odio el mainstream. No soy quién para decir a nadie que compre nuestra música.
Hace algo más de un año, hablando de Guille Mostaza, te referiste a un concepto que yo nunca había oído ni manejado: “consumir música”. Me dijiste que no consumías la música que hacían Ellos y que Ellos no consumían el tipo de música que a ti te gustaba. ¿Sólo ves la música como un producto? ¿Es tu tipo de música la que ves como un producto? ¿Hay algún tipo de música que no veas como un producto?
No veo la música como producto, aunque hay mucha música/producto ahí fuera que es fruto del marketing y despachos, o sea, caca. Y la verdad, nunca he visto mi música como producto. Otra cosa es que me guste que los proyectos en los que me involucro estén bien presentados o que el arte del libreto y las fotos ofrezcan pistas de lo que se va a escuchar dentro del álbum; quizás haya gente que confunda eso con ser un producto.
En cualquier caso, supongo que estarás harto de todo este rollo. ¿Qué les dirías a todos los que se meten constantemente con lo que haces, tanto en Cycle como en Krakovia?
Nada. Me la suda.
El día que murió Michael Jackson leí a Francisco Nixon que hay músicos que se saltan el escalón de entretener para intentar directamente emocionar. En tu caso, está claro que lo primero está conseguido. ¿Te gustaría llegar a trascender o no te preocupa?
No me preocupa trascender o no. Y tampoco creo que haga música para entretener. Hago música para pasármelo bien, así de simple. Disfruto creando y alterando estados de emoción en el oyente. Puede que algo parecido a trascender esté en el hecho de que “Apple Tree” o “Confussion” se han convertido en clásicos del electro que se siguen pinchando. ¿Te has sentido presionado por ello? ¿Cuál crees tú que es el tema que está a la altura de esos dos?
He de reconocer que sí, que cuando empecé a componer la música del segundo disco me sentí algo presionado, pero logré deshacerme de cualquier atisbo de ella encontrando el nuevo sonido de Cycle y abandonando el diálogo musical de "Weak on the Rocks". ¿A la altura? No me gusta comparar una canción con otra, para mi cada canción tiene vida propia. Es el público el que hace suyas las canciones, no yo. ¿Cuánto falta para que la metamorfosis de Guille Mostaza finalice y acabe siendo un chico malo como vosotros? Lo veo ya a huevo.
¡Claro! ¡Porque ya lo es! Fue fácil introducirlo en La Secta del Mal. No nos costó demasiado. Te lo pregunté la otra vez y lo vuelvo a hacer. ¿Sigues con lo de la publicidad? ¡De ser así estarás forrao entre una cosa y otra!
No me gusta hablar de dinero. Algún spot hago, pero lo que mas me pone en la vida no es exactamente la publi...
Claro, el primer impulso te conduce necesariamente a pensar: "Es lógico. Si es que están todos de acuerdo. ¿Cómo no se les ha ocurrido antes?". Luego, cuando vas digiriendo y reflexionando, te sientes fatal. "¿Seré realmente un insolidario? ¿Un insensible?". Con los días, por suerte, lo acabas viendo claro. Que muchos estén de acuerdo no implica necesariamente que hayan evitado meter la pata, pensado a la ligera o que se hayan dejado llevar por temor a la incorrección política vigente.
Hablo del alcohol y de su nueva consideración como agravante en los delitos de violencia parejil. Tengo muchas dudas sobre la legitimidad de esa medida. Lo bueno es que ya no me quedan acerca de la competencia del equipo del ministerio de Igualdad, dado que la portavoz de la comisión parlamentaria por parte del PSOE ha demostrado estar a la misma altura que la titular del ramo.Comparar las medidas acordadas con el resto de los partidos con las que, desde hace años, llevan contribuyendo a ahorrar muertos en la carretera, me parece desafortunado y descontextualizado.
Si conducir bajo los efectos del alcohol está perseguido por la ley es porque la relación del individuo con sus semejantes pasa por la pericia en el manejo de una máquina que hace de intermediaria entre ambos. Aunque no está penado, sucede lo mismo cuando uno se encuentra bajo los efectos de un ansiolítico y, también, cuando ha de trabajar con maquinaria peligrosa. Es decir, el ciudadano en este caso no traba relación con otro ciudadano, no delinque de una manera directa, sino que el delito viene perpetrado al hacer uso de un artefacto (el coche, la moto) que pasa por ser potencialmente peligroso, aún si uno se encuentra en plenas condiciones para manejarlo.
Sucede, sin embargo, que un peatón también es un elemento que, lo quiera o no, forma parte del tráfico, pero al no establecer relación con éste de manera indirecta, a través de una máquina, sino bajo el paraguas de su propio físico, se le permite ir todo lo cocido que estime conveniente. Ello le permitirá saltarse semáforos rojos (de peatones) y cruzar por donde no deba sin que ninguna cámara le tome una matrícula que, hasta donde sé, todavía no nos piensan poner.
Es decir, el tratamiento que el alcohol tiene en el tráfico como agravante no es extrapolable a otros delitos. Es una excepción legislativa. El alcohol es un tóxico y su distinción como atenuante es una de las señas de identidad que debe salvaguardar un estado garantista. El Estado debería confiar en el análisis y los dictámenes de los pertinentes peritos judiciales a la hora de valorar si, realmente, el individuo había perdido el control sobre sí mismo.
Si se considera el alcoholismo una enfermedad, es absurdamente contradictorio que un enfermo vea incrementada su pena por mor de su patología. En cambio, si la agresión se produce en medio de una embriaguez ocasional, con esta nueva medida se estaría dando por hecho que el agresor bebió ex-profeso para cometer el delito y, por extensión, de que cualquiera que bebe (malo, malo, malo eres) tiene más tendencia a delinquir.
El otro día, hablando con alguien sobre este blog, le decía que yo no fui el primero en preguntar ni en pedir explicaciones, sino que más bien me he pasado la vida dándolas.
Supongo que es algo que le ocurre a todo el mundo en mayor o menor medida. Expresas tu gusto o tu inclinación por algo y rara es la ocasión en la que no tienes al lado a cualquier energúmeno que se encarga de cortarte el punto. El aguafiestas puede hacer que te preguntes por qué abriste la boca de mil modos diferentes: el que primero se les vendrá a ustedes a la cabeza es el bombardeo con criterios pedantes, pero convendrán conmigo que más de una vez les han cortado el rollo con la más banal y simplista de las argumentaciones o, lo peor, largándote un discurso de obviedades cargado de razón cuando tú lo que querías no era precisamente llevar razón ni dejarla de llevar, sino expresar una emoción. Llevar razón... ese hecho tan sumamente sobrevalorado al final de una década marcada por la perversión del debate y la discusión perpetrada por los Grandes Hermanos y sus derivados...
No sé cuál de las tres posibilidades encierra mayor mediocridad, pero yo me quedaría con la tercera. En efecto, no hay nada más triste y descorazonador que una persona que no es capaz de distinguir una emoción de un análisis frío.
Muchas veces pienso que es algo colectivo e identitario, que es cosa de este país, de una democracia inmadura, etc, etc, y que cuanto más provinciana es la ciudad donde vives, peor. Luego reparo en que no; lo hago siempre que recuerdo una de las primeras veces que tuve que dar explicaciones o que vi que la peña, en bloque, me hacía preguntas por mis emociones. No quiero repetirme, pero bueno, fue con seis años, una tarde que llevé al colegio una camiseta del Barça -sin ser del Barça, porque yo no era de nadie- cuando ignoraba que, si te gusta el fútbol, has de ser, por cojones, de un equipo. Y si, cuando tu equipo pierde dos partidos, eres de los que habla de crisis institucional y pides que dimitan del presidente al conserje, imagino que mucho mejor, mucho más fiel.
Lo peor es cuando insistes en algo, en algo que te gusta, y tienes la mala suerte de que la persona que te censuró en la anterior ocasión renueva el cargo unilateralmente para recordarte que no te enteras de nada.Muchos dicen que el Facebook debería añadir un botón de "No me gusta". Creo que hay un grupo y todo para reivindicar la petición. Pues yo no quiero que lo añadan, que bastante negatividad hay ya en el mundo. Si no te gusta, pues no picas en "Me gusta" y ya. ¿Qué necesidad es esa tan imperiosa de dejar claro lo que no gusta? A mí me parece un impulso patético (¡Eh! ¡Esto no es prejuzgar negativamente!) pero allá cada cual (¿lo ven?). En el ideario de Tentari figuraba al principio el objetivo de no hablar de nada que nos irritase (no hablo como Jorge Lorenzo, es que antes éramos más), algo que se mantiene y que casi siempre se ha logrado.
Así que he llegado a una conclusión: Siempre indentifiqué a mi propia vanidad como la razón última de la existencia de este blog. Ahora no estoy tan seguro. Creo que detrás de cuatro años de actividad y doscientas sesenta y ocho entradas subyace otra cosa muy diferente: Sin darme cuenta, me he dedicado a dar toda clase de explicaciones a aquellos que, día a día, van preguntándote por qué has tomado esa bifurcación, por qué te paras a mirar un pedrusco o te detienes a descansar o a charlar con un paisano. Siempre en el camino de la estética, de ámbitos relacionados con el mundo pop, nada vital ni trascendente, desde luego, no se confundan...
Y es que hay quienes no pretendemos estar en el camino correcto, sino disfrutar de las emociones, aún a costa de que el Papa nos llame relativistas.
Escribo esta entrada a raíz de unartículo aparecido recientemente en Jenesaispop; también porque, por primera vez, Mirador POP se vio inmerso, después del último concierto de Sr. Chinarro, en el debate sobre la actitud del público en los conciertos.
En los días siguientes a esa fecha, recibimos en el facebook bastantes quejas, algunas de gente muy querida y muy cercana. Puedo decir que aquella noche, como todas, andaba algo distraído y no me di cuenta de algo que, según me cuenta alguna gente de la que me fío, rozó el escándalo.
Lo primero que añado al debate es que, como productor -o como la treceava parte de un productor- para mí el público es soberano. ¿Qué quiere decir esto? Que si quiere hablar, escupir, aplaudir, abuchear o sacarse la churra es libre de hacerlo, siempre, claro, que se atenga a las consecuencias. Si, llegado el caso, escupe o se saca la churra, es bastante probable que, bien el músico, bien la autoridad competente, o ambos, decidan automáticamente tomar cartas en el asunto; si abuchea, el músico se pondrá triste y los fans se mosquearán, pero no tiene por qué ocurrir nada. ¿Y si habla? ¡Ah, amigo! Esa es otra cuestión, porque en ese caso, ¿quién es la autoridad competente?
Para mí está claro. No es el músico, que la mayor parte de las veces pasa mil del comportamiento del auditorio; si le echan un vistazo al artículo mencionado, comprobarán que, a más años de experiencia -ergo, menos pretensiones-, menos se repara en el ruido de fondo. No es el productor, ni mucho menos la treceava parte de un productor, claro; yo me imagino en el FIB, después de haberme gastado treinta mil pelas, que venga un hermano Morán a mandarme callar y, probablemente, me quitaría la pulsera, la depositaría hecha un gurruño en la palma de su mano y me volvería a mi casa. El organizador no es nadie para mandar callar, ya que se debe a su público y pretender estar por encima de él, no sólo es un error, sino un ejercicio de soberbia imperdonable.
Decía que para mí está claro. Como lo del silencio, el respeto, etc, es una cuestión de civismo, y yo en lo que creo (no tengo fe, pero creo) es en la fuerza del Estado, en el ciudadano, en el compromiso, pienso que está en manos de todos y cada uno de nosotros hacer ver al que tengamos al lado que nos está importunando.
Todos sabemos que en los países donde hay una cultura cívica, son sus propios habitantes los encargados de mantenerla. Esto es algo tan sencillo como la batalla que mi suegra mantiente todos los veranos en la playa con los niños de tres a veintisiete años que malgastan el agua (potable) de las duchas, entre remojones innecesarios y los putos globitos que, para colmo, contribuyen a seguir llenando de plásticos el litoral; sin irle un duro en ello, ha hecho del asunto una cuestión personal, lo que naturalmente le cuesta de cuando en vez broncas con padres sobreprotectores.
¿A que más de uno de ustedes ha mandado callar en el cine? ¿Por qué? Porque no le ven. ¿A que no han mandado callar tantas veces en la biblioteca? ¿Por qué? Porque el que estaba hablando se sentaba todos los días enfrente, o bien no sabíamos si podía llegar a sentarse todos los días enfrente, y total...
Que conste que no pretendo levantar el dedito -si lo hago, que creo que sí, es involuntariamente-, pero me toca las narices esta clásica actitud de "yo no he sido, fueron más los otros". Como empieza el artículo de JNSP, "esas personas que nos molestan contando sus cosas en los shows son ilocalizables fuera del recinto, además siempre son terceras personas, nunca tú". Digo esto porque más de una vez me ha costado desembarazarme del abrazo, etílico o no, de muchos presuntos aficionadisísímos a la música que, para demostrarte cuánto saben en un momento, son capaces de perderse y hacer que tú te pierdas el concierto.
Por otra parte, muchos de ustedes conoceránla anécdota que contaba Fran en su blog sobre el concierto de Billie Holiday en el Olympia de París; acostumbrada a la jarana de los clubes de jazz, no dio crédito al comparecer ante un auditorio que guardaba absoluto silencio. Y es que el tipo de escenario da lugar a muchas paradojas. Mi novia me riñó hace un par de años, cuando fuimos a ver a Rufus Wainwright al Teatro Cervantes de Málaga porque yo movía la rodilla y el cuello; en cambio, si ves al mismo artista en el FIB, Primavera o en la Riviera, ¿qué pasa? ¿no puedes mover la rodilla? Lo de la rodilla, o lo de seguir el ritmo, tiene miga. Hace también un par de años, viendo a David Thomas Broughton en El Puerto, estaba sentado en primera fila y un gafipasti me miró mal porque yo movía el tacón. En esta ocasión, como yo no amaba nada al gafipasti, pasé de él, además de despreciarlo para mis adentros, porque a pesar de su pretendida actitud intelectualoide, mucho me temo que no había entendido absolutamente nada de lo que representaba el show de David Thomas Broughton.
"La música no le interesa a nadie". Quien no haya leído lo que Sergio Algora y Fran Fernández escribieron en el libreto de "Vamos a hacernos los interesantes", que se ponga a ello. La música no le interesa a nadie, de acuerdo, pero no haremos que interese más sacralizándola.
I have a dream. Yo sueño con una ciudad donde en todos los bares haya un flujo continuo de grupos actuando mientras la gente se toma sus copas tranquilamente. Unos le prestarán más atención al grupo; otros menos. Era así cuando yo era pequeño. Mi idea de Mirador POP -no compartida por casi la mayoría de mis compañeros- tiende a eso, a que la gente salga a divertirse, a bailar, a encontrarse; luego pasará el tiempo, recordarán aquella noche y dirán:
- ...sí, hombre, cuando esta gente organizaba conciertos... aquel tan aburrido de... ¿Doctor Chinarro? - Doctor, no. Señor... Sr. Chinarro. A mí no me pareció aburrido. No lo conocía y lo empecé a escuchar ahí - Pues yo también pensaba que me iba a aburrir por ser acústico y, hombre, fue un poco plano a veces, pero fue increíble. - ¿Sí? Mira que yo (...)
La música sólo puede formar parte de la vida de la gente si se eliminan barreras, no si se levantan nuevas. Vivimos en un mundo secularizado, donde las únicas ideas sagradas son las que va preconizando el gobierno de turno. Por ejemplo, la Igualdad. La música no es sagrada, pero es que no lo ha sido nunca. Los músicos tampoco. La música es de la gente. La cultura es de la gente. Toda. Para bien y para mal.