29 junio 2007

He ganado...

Pues bueno... de las diez crónicas finalistas han elegido la mía. Así pues, soy el ganador del concurso de redacción musical de Heineken. Me voy al Festival de Benicàssim con todos los gastos pagados, que está muy bien, desde luego, pero sobre todo a escribir sobre ello, que es lo que interesa.

Tengo que daros las gracias a todos los que os molestasteis en votar, a los que votasteis varias veces, a los que, incluso, habéis leido una o las dos crónicas sin saber ni de quién coño hablaba, a los jefes que me han permitido ir a festivales y a conciertos sin demasiadas trabas y, perdón por hacer distinciones, a todos aquellos que sé que entrais en el blog sin hacer ruido y me habéis animado a empezar a escribir, a seguir escribiendo y a, si puedo, acabar mis días haciéndolo.

Si sigo, acabaré por caer en cursilerías, por lo que lo vamos a dejar así.

¡Muchímas gracias de nuevo! ¡Va por ustedes!


Copio y pego el texto sobre el concierto de Rufus Wainwright de la semana pasada en La Riviera, el gol de la victoria:

Fon Román y Rufus Wainwright en La Riviera: Las delgadas líneas

El cartel ofrece un duelo estimulante. Dos maneras de afrontar las emociones; de reinterpretar la herencia de la música popular del siglo pasado. Jóvenes, sí, pero con una carrera afianzada y marchamo de veteranía. El desnudo y purista Micah P. Hinson enfrentado a la exhuberancia de un Rufus Wainwright que lleva camino de megaestrella –propósito que nunca ha ocultado. El ying y el yang de la música popular. Apolo y Dionisos. Talento asociado a belleza confrontado a talento aliado con las fuerzas de la naturaleza.

No lo veremos. Un accidente doméstico en Austin, Texas, da al traste con la resultona idea de la organización. Micah P. Hinson no cruza el charco y en los corrillos se palpa la inquietud de los aficionados por su maltrecha espalda.

El programa se queda, pues, cojo. Fon Román sustituye a Hinson, en lo que constituirá una papeleta no ya dura, sino imposible. Su disco en solitario le ha proporcionado el favor de un sector de la crítica, pero en directo suena sólo pretencioso y, como gran parte de la carrera de Los Piratas, rebuscado, con la experimentación como origen, medio y fin, sin hilar una melodía convincente ni aunar ésta con el criterio propio para obtener algún resultado tangible. Fon Román fracasará estrepitosamente en su apresurado intento de hacer olvidar la ausencia del geniecillo tejano.

No importa. Sobre el escenario comparecerá en pocos minutos el artista que, a fuerza de ambición ha puesto de acuerdo a todos; ambición por exprimir todo su talento, y ambición por aprovechar toda idea que surja de su superdotado cerebro. La irrupción de Rufus Wainwright provoca aullidos de emoción mientras Release the Stars, la canción que da título a su último trabajo, abre su recital madrileño.

Rufus el virtuoso, el perfeccionista, el matemático. El mismo que, sin ningún temor de Dios, es capaz de contratar los servicios de todo un Neil Tennant como productor para luego no dejarle mover un dedo. Rufus Wainwright, el neoclásico, el romántico, el –siempre- barroco, el virtuosa y equilibradamente ecléctico. Ser mirado, contemplado, admirado, es su estado ideal. Transita de la guitarra al piano y de éste al pie de micro, alardeando, sin querer, de la perfección técnica que caracteriza toda su obra. La obra de un músico mayor que se mueve como un funámbulo sobre la delgada línea que delimita el talento inusitado de la pedantería y la cursilería.

Pero partamos de una base: Rufus cansa, sí. Es indudable. El problema sobrevendría si ese cansancio lo originaran la afectación o el artificio. Bien distinta es la realidad cuando el agotamiento viene dado por el empuje incontrolable de una creatividad que, por el momento, no conoce límites y que ha colocado al hijo mayor del clan Wainwright como el máximo referente de la canción de autor norteamericana en este inicio de siglo. Esto es, somos nosotros los problemáticos, no su música.

Su presencia en el escenario es arrolladora. Aunque, como hoy, se haya vestido de niño travieso, ataviado con un peto y unos calcetines blancos hasta las rodillas, casi como un personaje de Mark Twain o de Enid Blyton. Un crooner disfrazado de arrapiezo. Si Dean Martin levantara la cabeza…

Un aspecto que lleva a la unanimidad en la obra de Wainwright es el hecho de que sus discos se presentan como un producto perfectamente acabado, a veces más que acabado. La consecuencia es que sus directos ganan gracias a que pierden parte del peso que contendría un traslado estricto del estudio al escenario. Además, el canadiense sabe ganarse a su público, aparte de su inexcusable actitud queer, utiliza recursos tan sencillos como hablar de la “decadente elegancia del hotel Palace” o de su visita matutina al Museo del Prado.

Hemos hablado de una delgada línea, pero en realidad hay varias. La delgada línea que separa el momento cumbre de Slideshow de la épica; la que delimita la mera complacencia del derecho a recurrir a un repertorio excelso; o la que marca la frontera entre el ridículo y el divismo puro, innato y espontáneo… Rufus Wainwright, travestido de Judy Garland, quiere enfatizar que desea ser algo más que una estrella del pop, que es algo más que una estrella del pop. Descúbranse.

26 junio 2007

Primavera Sound (y III)

Finalizo esta serie de entradas dedicadas al festival barcelonés con un repaso a los grandes clásicos y otros nombres de la clase media del cartel. Y voy a tratar de ser un poco más breve...

Mark el Humilde

U
no de los momentos más curiosos del festival vino dado cuando, llegando hacia el escenario principal, vimos una fila de planetas perfectamente alineados; absortos y en absoluto silencio, J. y su banda asistía a una clase gratuita de actitud, oficio, presencia y genio impartida por The Fall.

Mark E. Smith, encajonado en el horario entre The Rakes y Maxïmo Park, y a una hora donde todavía se podía ver algún bebé a hombros entre el auditorio más proselitista, dejó claro que, aun figurando para el gran público como actor de reparto en la película del rock del siglo XX, estilos como el post punk o, incluso, el dance rock capitaneado por LCD Soundsystem serían difícilmente imaginables.

Pese a todo, la bestia estuvo relativamente contenida, limitándose a dejarnos en la retina y en la memoria un espectáculo incontestable, pero sin ninguna concesión a la galería de titulares fáciles destinados a alimentar su leyenda de chico malo.

Patti Flores y Lola Smith

Los que siguen este blog de tiempo, saben que nos gusta jugar a esto. Yo nunca había visto a Patti Smith y, desde luego, no soy ningún especialista en ella, por lo que a mitad de conciertos le comenté a una amiga de Huelva: "Es como Lola Flores, ¿no? Pero en rock".

A mí, honradamente, me parece lo mismo. Pura energía, vitalidad que no entiende de edades, transgresión constante, sangre, sudor, sexo, una mujer imponiendo todo su poderío en el escenario, historia...

Siendo como es historia viva del rock, la Smith venía con disco de versiones (Twelve) bajo el brazo. Destacaron dos, una por su fortuna, Soul kitchen, de The Doors, y otra por su inoportunidad, como fue Smells like teen spirit, de Nirvana. Ya se puede llamar Patti Smith o Paco Smith, pero que no me tomen el pelo: bajarle el aire a un tema no es hacer una versión. Por otra parte, con el clásico de Cobain se da la típica situación de que nos encontramos ante una canción que no admite revisiones que, aun sin quererlo, ultrajen su espíritu originario; en la interpretación de la diva, Smells like teen spirit pierde todo el sentido, mensaje y contexto que la han hecho inmortal.

S
onaron mucho mejor los grandes clásicos propios: Gloria o Because the night, el tipo de piezas que, por sí solas justifican toda una carrera y que, dentro de la asombrosa lección que ofreció la veterana artista, permanecerán en la memoria por encima de todo.

Aun así, con Patti Smith se me repitió una sensación que experimento cada vez que veo a algún padre del rock, la misma que había experimentado con The Fall veinticuatro horas antes. Me gusta. No todos los días se puede ver semejante acumulación de raíces. Se palpa nítidamente el origen de la música popular tal como hoy la conocemos, y eso es profundamente emocionante, desde luego, pero al menos a mí me falta un eslabón, el que me una de manera más directa con estos nombres y me haya servido para entablar una relación cotidiana con ellos.

Hablando pronto y mal, no son grupos de mi tiempo, de mi época, por más que el sábado me quedara clarísimo que sin una Patti Smith no habría existido una Kim Gordon. Y lo creo honradamente, pero yo disfrutaré siempre más escuchando a Sonic Youth que a la neoyorquina.

Creo que nuestra generación, los nacidos en los setenta, podemos felicitarnos por haber sido testigos de la evolución del rock; ya hablaba de ello en la anterior entrada. Sonic Youth, Yo la Tengo, Slint, Nirvana y tantos otros, oye, no tendrían por qué haber existido, y la etapa que nos ha tocado protagonizar como espectadores también es muy importante, con grandes nombres que serán recordados dentro de cincuenta y de cien años, de la misma manera que el de Patti Smith.

Trío bien avenido

Tres personas que declaran, tan anchos, que sólo se escuchan a sí mismos... y no, no son políticos. Dos hermanos gemelos -damos fe- y la mujer de uno de ellos. Menudo cuadro. A pesar de todo, Blonde Redhead cuentan con un pasado donde han disfrutado de colaboraciones con miembros de Sonic Youth o Fugazi.

Con una trayectoria salvaje a sus espaldas, los neoyorquinos ofrecen, para los que nos adentramos ahora en su trabajo, un pop desconcertante y dulce a un tiempo, de ambientes inquietantes y armonías inteligentes que, hoy por hoy, recuerda más a los primeros Goldfrapp que a otra cosa. Música para disfrutar en cualquier ambiente, que no chirría ni en el trabajo, ni en el coche, ni en casa, desde luego, pero, ay, la pobre vocalista, Kazu Makino, mostró en escena más de un impulso punk que, claramente, ahora tiene que reprimir, pues ello ya no casa con la línea estética que ha adoptado el grupo. Concierto algo frío, aunque sin un pero posible, donde destacó, sobre todo, la química que permite al trío llevar a directo con gran solvencia un disco tan complicado como 23.

La sorpresa más agradable y otros episodios

E
l viernes a las siete de la tarde se destapó una de las sorpresas más destacadas de esta edición del PS, Evripidis and his tragedies. Afincado en Barcelona hace tres años, Eurípides acaba de estrenar disco homónimo, que muchos fuimos a comprar rápidamente finalizado el concierto. Y es que no hay nada más gratificante que ir a probar cómo suena un artista totalmente desconocido y que éste logre enredarte poco a poco de manera que, finalizada la actuación, te encuentres ante la certeza de que si este tipo no logra vivir de la música es que el mundo anda mentalmente muy cojo.

Co
n un repertorio muy heterogéneo, que varía desde el ye-yé más grisáceo hasta temas mucho más elaborados como Red is the sky above the harbour, Eurípides se mueve en un arco de referencias que van desde Jarvis Cocker a Stephen Merrit, pasando por Burt Bacharach o, como él mismo cuenta, Orange juice.

Las no más de doscientas personas que en ese momento se encontraban en el escenario VICE mostraban, con el transcurrir del concierto, cada vez mayor comunión con el artista heleno. Hay que decir que a éste lo ayuda en buena medida un carisma construido sobre su bonhomía, su sentido del humor y, por qué no decirlo, un más que tangible rollo queer.

Si quieren una pista adicional, les diré que Evripides es parecido a Mika, pero en bueno.

También supongo que la novedad llegaba en un momento en el que yo andaba muy receptivo. Mucha frescura, justo cuando acababa de ver una actuación bastante sosa de Plastic D'Amour, un grupo al que es difícil ponerle alguna tacha, pero que a mí, escuchado el Olivia un par de veces, no me transmite nada que no sea una gélida eficacia.

El futuro es de los que se atreven a dar un paso adelante en serio, como Zach Condon con sus Beirut, ese grupo donde un tipo con un timbre de voz muy similar al de Thom Yorke -nada más en común con Radiohead- descifra riquísimas melodías con arreglos que remiten, unas veces, a Yann Tiersen otras, a Emir Kusturica y, a veces, hasta a Goran Bregovic. Su puesta de largo en el PS puede condensarse, en lo que a mí respecta, con cuatro ideas: Imposible, sorprendente, necesario, lamentable.

Imposible, no rendirse a la belleza de temas como Elephant gun o Carousels. Sorprendente es igualmente que, tras escucharlos en directo, los ecos de su concierto se destaquen al día siguiente sobre el mamotreto de estímulos musicales acumulados en la cabeza. Necesario, que grupos como Beirut se abran hueco entre el rock clásico en nuestros festivales. Lamentable, mi decisión de cambiar de escenario, a mitad de concierto, para rendir culto a un Antonio Luque que, obedeciendo a su fama, decepcionó en directo.

N
o vi a ningún grupo sonar mal en los tres días del PS... a ninguno, salvo a Señor Chinarro. ¿Por qué? He ahí la cuestión. El sevillano agradeció la atención de "elegir producto nacional... es complicado". Era complicado. Como digo, hube de abandonar el pletórico concierto de Beirut después de sólamente cuatro canciones y, también, renunciar a Maxïmo Park. Con un sonido saturadísimo, una de las vacas sagradas de nuestro indie defraudó a sus seguidores, que aplaudíamos cada tema por inercia, y aburrió a los que no lo eran tanto, que abandonaban poco a poco y discretamente la carpa CD DROME. Y eso que Chinarro eligió el 97% del repertorio de sus dos últimos trabajos, dos discos que no se antojan, a priori, como obras difíciles de trasladar al directo. Lastimita. Esperemos que mejore de cara al contempopranea.

Mis últimas líneas van dedicadas hacia tres nombres muy diferentes entre sí: Jonathan Richman, que encendió el Auditori con un recital de canciones en la hoguera, un tipo absolutamente de vuelta que se ríe de todo y de todos -algo absolutamente infrecuente entre la élite bienpensante que predomina en este tipo de citas- y que no pretende hacer más que una fiesta de cada actuación; así ha sido las últimas veces que ha pasado por nuestro país, como en aquella ocasión junto a Kiko Veneno y Muchachito de hace un par de años.

Muchísimos más serios, The Durruti Column ofrecían en el ATP una prueba de que, tras veinticinco años de carrera, se puede seguir experimentando y manteniendo una granítica coherencia. Vini Reilly, tan hierático e impasible como cuando Paloma Chamorro lo presentaba en La Edad de Oro junto a la avanzadilla arty de la época -Tuxedomoon, Cabaret Voltaire- haciendo vibrar a sus fieles con sus alardes técnicos, su acercamiento a la música del continente negro y la expresividad que, a falta de reflejarse en su rostro, se antojaba secuestrada entre las seis cuerdas de su guitarra.

Mientras, Grupo de Expertos Sol y Nieve había comenzado a agotar su tiempo con "Personalidad empírica", la versión de Franco Battiato que cerraba el lanzamiento de su EP, hace ahora un año. El dream team del rock granadino se mostró como suele. Esto es, relajado, bienhumorado, fresco, espontáneo y haciendo gala del oficio que corresponde a los músicos que ya llevan un buen rato en esto. Como en Los Planetas, uno de los puntos de atención del grupo (de expertos) se encuentra en su batería; un tipo que es feliz haciendo lo que le gusta, que arranca sonrisas a público y compañeros gracias a su optimismo y energía, y en cuyo rostro se dibuja una juvenil satisfacción por lo que parece ser, sencillamente, el disfrute sincero de haber pasado del juego a la fortuna de poder tocar ante un público que, a estas alturas, ya espera con agrado los momentos de lucidez que ofrece el Alegato meridional de este quinteto de conveniencia, de lúdica conveniencia.

Un último apunte. A la organización le pondremos un notable a secas. El cartel era excelso, de eso no hay duda, pero hay que decir que, aunque de manera natural, se vea ampliamente favorecida por la comodidad del recinto -donde, creo que por primera vez en España, se ubica una guardería para los padres modernos- se vio superada en aspectos manifiestamente mejorables, como la incomodidad que supone cambiar los tickets de consumición día tras día, la injusticia económica de tener que abonar un suplemento para asegurarse un sitio en el auditorio, la incapacidad para mejorar un sitio web muy deficiente pero, sobre todo, la falta de información y de coordinación ante los adelantos de horarios del jueves, aspecto que causo disgustos y frustración a más de un visitante y, para lo cual, no hay compensación posible.

De cualquier modo, me encantaría repetir. Espero que haya otra.

Isaac Lobatón
P.D. Los de Heineken han colgado las crónicas de los finalistas de su concurso... yo no quiero ni mirar. Además, después de tantos días -la entregué el viernes- cada vez le veo más defectos. Por si a alguien le interesa. El viernes salen los resultados.

19 junio 2007

Sólo no puedes; con amigos, sí

Repetido todos los sábados, éste era uno de los lemas recurrentes de La Bola de Cristal, una de las cosas que más se recuerdan del programa. La frase encierra en su evidencia una realidad que nunca hay que olvidar.

Gracias a todos los que me han votado en el concurso de Heineken, a los que lo han hecho dos veces, a los que, incluso, han leido lo que presenté. Muchas gracias. Ahora hay que tratar de estar a la altura de la confianza que en mí han depositado los españoles...

P.S. Y si alguien quiere ver la versión completa de lo que mandé al concurso, se encuentra en la primera parte de la crónica sobre el Primavera Sound.

15 junio 2007

Una IP, un voto

Esta entrada está dedicada a solicitar algo tan ruin como un voto a los asiduos de este blog.

En la página de Heineken han organizado un concurso de redacción y fotografía.

Los ganadores en cada apartado podrán acudir al FIB de este año gratis y contarlo. Desde hoy hasta el martes 19 se podrá votar a diez finalistas entre todos los trabajos recibidos. El link es este de aquí
http://www.heineken.es/fibheineken2007/votacioncronicas.aspx

La primera vez que he entrado, pensé que había tenido la suerte de que me colocaran el primero, pero qué va... cambia cada cierto tiempo. Para facilitaros la búsqueda, otro dato: la crónica está dedicada a Slint. Así que, si tenéis un momento, ya sabéis: Edición - Buscar - Slint. Podéis, incluso, ganar un DVD del FIB 2006, además, con las actuaciones de Morrissey, Rufus, Franz Ferdinand, Strokes...

Muchas gracias.

P.S. He estado cómodamente situado en cabeza hasta hoy, que he caído al cuarto puesto. A las 13:30 del domingo, hay una crónica que pasa de los sesenta votos, que parece inalcanzable. Estamos en veinticinco, así que será duro y emocionante. Igualmente, señalar que se puede votar en días diferentes, ya que casi todos tenemos IP variable.

12 junio 2007

Ilustración francesa

Dado el peso de mi anterior entrada, cuelgo ahora una simple recomendación. Una entrevista absolutamente imprescindible al ex ministro de Educación francés, Luce Ferry quien, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con este otro señor.

En los tiempos en los que, tras apropiarse de símbolos y sentimientos, hay quien también intenta adueñarse del concepto de "sentido común", yo reivindico mi derecho a seguir utilizando, sin connotación alguna, esos términos. Esta conversación sería imprescindible para llegar a definir un significado de tan abstracta idea.


Por cierto, sé que para algunos esta aclaración resultará humillante, pero he de recordar que, en internet, las palabras subrayadas o en un color de letra diferente suelen contener vínculos a otras páginas, como en este caso...
Isaac Lobatón

07 junio 2007

Primavera Sound (II)

La madurez os sienta tan bien...

El Primavera de este año ha ofrecido un cartel con un buen número de figuras emergentes, nombres nuevos -a veces, no tan nuevos- en busca de su trocito de inmortalidad. Como en toda muestra de arte, el capítulo dedicado a los artistas emergentes es confinado, en parte, en los rincones de la programación. Así debe ser, supongo. No sería de recibo que los cabezas de cartel tocaran a las seis de la tarde. También hay que ser solidario -conviene recordarlo una vez más- con el hecho de que la organización haga coincidir varias propuestas interesantes, pero que presentan diferencias entre sí. Es el único modo de que los espectáculos no estén (más) masificados.

Dicho lo cual, queda claro que yo no lo vi todo. Vi lo que pude y lo que quise. A la hora de la verdad, no quieres fallar a tus muchachos, aunque ya los hayas visto en otras ocasiones recientes. Pero no los vas a dejar solos, ahí, con este público tan exigente.

El rasgo distintivo de este festival ha sido el siguiente. Creo que había tres bandas que llegaban perfectamente consagradas; las tres eran cabeza de cartel, una en la programación del viernes, otras dos en la del sábado. Los grupos que, en esas circunstancias, ya no tienen nada que demostrar suelen pasar de los cinco o seis discos (todos buenos). Si lo tienen todo, sólo le pueden quedar dos objetivos:
  • Convencer al público que les menosprecia.
  • Ascender un peldaño y entrar en el reducido área reservada a los mitos.

En esas condiciones, entiendo, llegaban Los Planetas, Wilco y Sonic Youth, estos dos últimos con factores en común como Jim O' Rourke, más ligado ahora a la banda neoyorquina que al colectivo de Jeff Tweedy.

La dimensión de Los Planetas ya no se puede medir de la misma manera que hace siete o nueve años. El talento y el creciente carisma de J., la evolución no forzada del grupo, la cátedra de batería que ofrece Erik en cada concierto, la consolidación de sus directos, sus características guitarras atmosféricas, la línea recta seguida desde su primer a su último disco, la verdad contenida en éste, hacen que ya no quepa duda y que, rápidamente, hayamos de ir a buscar al tercer mejor grupo español de la historia, porque Los Planetas hace ya tiempo que se dan codazos con Los Brincos. De todas las personas que conozco que afirman rotundamente su odio hacia Los Planetas, no conozco a ninguna que no hable desde el prejuicio y/o la simple manía hacia el grupo, como el que tiene manía a las patatas en mitad de las lentejas. Pues qué desperdicio... ellos se lo pierden.
Da gusto, de verdad, ver a un grupo español que haya evolucionado de una manera tan coherente, tan fiel a sí mismo y, por suerte para ellos y para nosotros, tan eficaz. Yo ya no dudo de que, de haber un octavo disco de Los Planetas, éste constituirá otra obra de referencia. Este no es un equipo para tener una sola Copa de Europa en sus vitrinas. Tiene clase de sobra para muchas más.

Compatibilizar en un mismo concierto la armonía pop de David y Claudia o la alegría cabaretera de Deberes y privilegios con la crudeza de Ya no me asomo a la reja, es un logro que hay que valorar como verdaderamente se merece. Hay que incidir una vez más en que Los Planetas han logrado hacer un disco de rock con espíritu flamenco, sin efectismos baratos, sin deje, sin amaneramientos, sin esos ridículos tics con los que nos adornan a los andaluces a poco que cruzamos Despeñaperros. Ni palmas, ni olés, ni rasgueos, ni quejíos, ni toques en el golpeador, porque no hay golpeador ni tampoco cuerdas de nilón, porque nadie ha renunciado ni a sus Telecaster ni a sus Gibson SG. Espíritu, esencia, especias. Suena flamenco. Sabe flamenco. Y todo porque el flamenco es. Los Planetas son.

El mismo público de siempre y un poco más se peleaba el viernes hacia las dos de la mañana por un sitio en el escenario principal del fórum. Si alguna vez los granadinos tuvieron miedo de perder a su gente de toda la vida, ya pueden sacudírselo. No sólo no ha ocurrido, sino que además han ganado nuevos respetos. Si del concierto de Bilbao comentamos aquí la realidad de que el grupo había ganado en relajación y alegría -dada la reacción de público y crítica ante su nuevo trabajo- después del concierto en Barcelona, esta sensación se multiplica por cien. Los Planetas tiran de repertorio casi sin pensar, con personalidad, profesionalidad y oficio, a la par que tranquilidad por los cuatro costados, pero con muchos julios. La única diferencia con respecto a los conciertos propios de la gira, estribó en la ausencia de "La copa de Europa"; por lo demás, sonaron mayestáticas la mencionada "Ya no me asomo a la reja", "El canto del bute" o "La Verdulera", y divertidas "Alegrías del incendio" y "Reunión en la cumbre".

Sonic Youth se presentaban en el Primavera de la mano del ATP festival y en la sección "Don't look back", aquella que reúne un grupo de culto en torno a un disco de culto. No importa el modo. De todos modos, estos chicos estaban en su festival. La banda neoyorquina es al PS lo que, en su día, fueron Suede al FIB, así que el llenazo en el Estrella fue total.
Si, de los tres grupos que hemos destacado, alguno estaba exento de defenderse, es claro que se trataba de Sonic Youth, probablemente los más legitimados para ejercer el derecho a gustarse, tanto ante su público como ante sus dos hermanos menores, ejerciendo de adecuado eslabón entre éstos y los grandes referentes elegidos este año por la organización -Patti Smith y The Fall. Defendiendo el "Daydream nation", la banda de Gordon, Ranaldo y Moore, puso de relieve que sus veinticinco años de trayectoria no son fruto de la inercia y que, junto a otros nombres como Yo la Tengo, se presentan como los grandes arquitectos del rock de nuestro tiempo, los autores de una evolución que habrán de continuar otros, ya que, dentro de pocos años estos grupos ocuparán el lugar de esos dinosaurios que vienen a nuestros festivales a enseñarnos la habitación que, un buen día, diseñaron para la gran morada del rock. Sonic Youth es lo nuestro. Lo que ha aportado nuestro tiempo a la historia del rock. El tipo de música con la que, a la larga, deberá sentirse identificado el arco de población que ahora tiene entre 25 y 45 años.

Y
yo, personalmente, me quedo con Kim Gordon, que estuvo sexual y sensual, las dos cosas; especialmente en el (casi) riot "Cross the breeze". Su presencia, sus saltos, sus gritos y sus guitarrazos me afectaron especialmente, aunque todo el grupo demostró una enorme presencia escénica y un encomiable oficio.

En esta época donde, cada mes, somos bombardeados con un nuevo hype (*), ver a los padres del noise rock sobre el escenario resultó más que esclarecedor, tanto para sus incondicionales como para los que no lo eran tanto. De todos modos, yo me voy a deslizar rápidamente hacia el siguiente paso. Y culmino afirmando que Sonic Youth se coronaron como los príncipes del Primavera Sound. Y entonces, ¿quiénes son los reyes? La respuesta es clara: Wilco.


E

l grupo de Jeff Tweedy ha crecido de tal modo que transmite una casi insultante sensación de actuar sobrado, de que todo le quede pequeño. El talento del sexteto intimida y sobrecoge. A las dos y veinte de la madrugada del domingo, el escenario grande del festival comprobaba la verdadera talla de una banda que, en estado de gracia, se encargaba de poner punto y final a este Primavera Sound. Y lo hizo sin temblarle el pulso, en una actuación mayúscula, con un sonido impecable, una emoción vertida dentro del orden de lo admisible, sin caer en el populismo pero con concesiones necesarias en el directo, como la prolongación del minutaje en algunos solos, o la coda que el grupo ofreció en uno de los temas más afortunados de "A ghost is born", como es "Spiders".

Wilco ofreció un recital en el que contaron con un marcado protagonismo sus tres últimos discos, en lo que no cabe más que interpretar como un síntoma de naturalidad. "Handshake drugs", con su cadencioso ritmo de guitarras fue la canción que, muy pronto, comenzó a calentar al público. Después del subidón de Sonic Youth, Wilco ofrecían otra fuerza, otra personalidad muy diferente, con esa característica manera de cocinar los temas a fuego lento, en torno a la cálida y elegante voz de Tweedy y su guitarra acústica, para luego hacerlos explotar en un apoteósico fin de trayecto pleno de electricidad y efervescencia.

El momento cumbre de su actuación y, hay que señalarlo, de todo el festival, fue el que reunió a los tres guitarristas en la celebración -porque aquello fue un pequeño festín- del solo de guitarras de "Impossible Germany", a su vez lo más destacado de su último disco, "Sky blue sky"; una melodía que puede considerarse la respuesta, muchos años más tarde, al celebérrimo trío de guitarras que lograron los Eagles en su "Hotel California". Hacía tiempo que un solo de guitarra no se imponía en el recuerdo a la melodía principal. Ha tenido que llegar este disco de Wilco para que ello vuelva a ocurrir.

El grupo de Chicago logró, acabada su actuación, lo máximo que se puede conseguir al cerrar un festival; dada la distancia que habían puesto de por medio, durante unos segundos llegamos a olvidar que había habido otras actuaciones, otros grupos. Wilco, por un momento, nos dio un tirón del bolso que contenía los recuerdos de tres días de festival. Y Tweedy, al igual que J. ha llegado a un punto de madurez que le permitiría, llegado el caso, hasta pasar por guapo.

Y un guapo indiscutible, Damon Albarn, había presentado el propio sábado su nuevo experimento, The Good, the bad & the queen. Albarn, también haciendo gala de una madurez que, respecto a los nombres anteriores, él ha alcanzado en zig zag, parece encontrarse cómodo y hasta feliz. Una sonrisa permanente adornaba el rostro del ex chico-bueno-del-brit-pop, sonrisa que no abandonó ni siquiera cuando lamentaba la machacona injerencia del sonido procedente del escenario CD-Drome. Y es que The Good, the bad & the queen es un proyecto mucho más sólido y creible que Gorillaz, representando un incuestionable salto de calidad, y eso es algo de lo que, sin duda, Albarn es consciente.
Un tipo inquieto que, ni siquiera en los años en los que Blur podían haberse dedicado a disfrutar tranquilamente de su merecido éxito y vivir un poquito de las rentas, optó por la relajación y, siempre curioso, exploró nuevas posibilidades creativas, balones de oxígeno para el pop, a veces con un éxito más que dudoso, desde luego.

No hay que dejarse engañar tampoco mucho por un sujeto con una cierta querencia al señuelo. El hecho de que a los platos se alinee Tony Allen (Fela Kuti), al bajo Paul Simonon (The Clash) y a la guitarra Simon Tong (The Verve) es del todo irrelevante, una circunstancia que conforma otra moto para una prensa que, como ya sabemos, a veces necesita estos datos para rellenar líneas.

La verdadera importancia de este disco, de este grupo, reside, como debe ser, en la indiscutible solvencia de un directo que ha sonado a música elegante, fresca, alcohólica, decadentemente bella y, también, contradictoria, ya que resulta ambulante y atemporal, cabaretera y de salón al mismo tiempo, gracias a canciones como Herculean, 80's life o la belleza de A soldier's tale.

Por ser coherente con mi pasado, no debería decir esto (yo era de Oasis). Además, estas polémicas quedan ya muy lejanas, pero los Gallagher deberían tomar buena nota. Quien ríe el último, ríe mejor.

(*): HYPE: Ultimamente, varias personas me han preguntado qué es un hype. Bien, yo entiendo un hype como el éxito fulgurante de un grupo, tan fulgurante que no se sabe muy bien si en realidad es un pelotazo o si, por el contrario, nos encontramos ante un pequeño timo mediático. El hype nace de la poderosa prensa musical angloparlante y, si esta palabra no se ha utilizado antes, ha sido porque a nadie se le había ocurrido. También suele aplicarse a grupos cuya música se basa en el reciclaje de estilos del pasado. Hype no es más que un apócope de hipérbole, así que en el término está reconocida una posible sobrevaloración del grupo en cuestión. Ejemplos de hype: Killers, kasabian, The horrors... etc, etc, etc.

Isaac Lobatón

06 junio 2007

Carlos Berlanga: Cinco años


Hoy debería haber colgado la segunda parte de la crónica del Primavera Sound, pero ayer se cumplieron cinco años de la muerte de uno de mis grandes iconos.

A mí, su fallecimiento me cogió por sorpresa. Recuerdo haber pasado el día totalmente impactado por la noticia, buscando información sobre ella en internet, información que nunca pasó de escueta. Por la tarde, el diario pop de Radio 3 dedicaba íntegramente el programa al amigo fallecido, con un Ordovás que arrancó a llorar como una magdalena al pinchar "El hospital" hacia el final de la emisión. Nunca había visto ni he vuelto a ver a nadie hacerlo en antena.

De pequeño, siempre me había llamado la atención el hombre alto, el novio de Alaska, como yo creía que era. Me gustaba su voz. Pensaba que las letras las hacía él. Con los años, me di cuenta de que no andaba descaminado. Mi admiración por la figura de Carlos Berlanga creció en la medida en que ampliaba mi conocimiento sobre ella. En Madrid hablé con alguna gente que lo había conocido, admirado, tratado y, también, soportado y que me ayudaron a comprender mejor una figura genial.

Sobre Carlos Berlanga podría llevarme varios días escribiendo, así que voy a elegir para esta entrada hablar de su carrera en solitario, concretamente me centraré en las letras de esta etapa que va desde 1990 a 2001. Dice Fernando Márquez "El Zurdo": "Yo, sin embargo, me quedo con sus discos en solitario. Ellos fueron los que lo convirtieron, casi sin querer y sin que casi nadie se enterase, en el rey de los 90." Comparto esta opinión plenamente. Por encima de todo lo que aportó Carlos a la historia de nuestra música, sitúo estos once años, los que pusieron de relieve la clase de artista que teníamos enfrente.

Carlos Berlanga no fue un gran letrista. Siempre necesitó un socio. Carlos Berlanga era un lúcido fantasista, pero necesitaba que le cubrieran bien las espaldas. La única vez que prescindió de alguna colaboración para sus siempre brillantes composiciones melódicas coincide con la publicación de su primer disco en solitario, "El ángel exterminador" (1991). También con el escalón lírico más bajo, tirando a mediocre, de toda su carrera. Tres años más tarde, compone las letras de “Indicios” junto a Paloma Olivié, y gracias a ella sus melodías abandonan esa orfandad momentánea. Paloma Olivié es una compañera circunstancial, y en 1997, con motivo del disco "Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga", nuestro dandy se reúne de nuevo con Nacho Canut, su pareja artística más natural. Así será también en 2001, cuando presente "Impermeable", su último trabajo.

Quiero, no obstante, romper una lanza a favor de "El ángel exterminador", trabajo más cercano a los parámetros estéticos de Miguel Bosé que a los de Dinarama, y tal vez por eso poco valorado. Pero es que fue Miguel Bosé el que lo animó a buscar un hueco en la música española junto a él a través de la producción de este disco. Bosé dobla la voz de Berlanga en "El verano más triste". También se nota la mano de Luis Carlos Esteban, en una producción con pretensiones más comerciales que sus posteriores trabajos.

En "El ángel exterminador" encontramos temas que, con mayor o menor éxito, retratan un mundo interior apasionado y apasionante. El que da nombre al disco pinta a un Carlos investido en el personaje de Nerón; en esta época, la ruptura con Canut y Alaska es total, llegando a prohibirles cantar los éxitos de Dinarama en directo so pena de presencia de la benemérita. Carlos Berlanga parece querer romper aquí con un mundo que le resulta decepcionante y poco útil. También cuentan que Olvido se echó a llorar la primera vez que escuchó el estribillo de "En el volcán".

En otro orden de cosas, hay que prestar atención a “Septiembre”, estremecedora composición donde el artista se lamenta del lado negativo de la vida que ha elegido vivir, aunque sin renunciar un ápice a ella y rozando con una pasmosa tranquilidad por primera vez el tema de su futura e inevitable muerte.

Dicho todo esto, los demás discos no necesitan abogado.

Carlos Berlanga no fue un gran letrista, no, pero resulta evidente que todas sus canciones, en solitario o en los grupos que integró, tienen una serie de puntos en común que refleja bien a las claras el interior de este singular personaje. Esos puntos se pueden clasificar en cuatro bloques temáticos:

  • Hedonismo
  • Autodestrucción y muerte
  • Amor
  • El niño Carlos

En el primer bloque podemos situar temas como "La funcionaria" que, aunque firmado por Vainica Doble, conforma toda una declaración de principios. "¿Qué sería de mí sin ti?" es una canción para escuchar atentamente y recordar esa historia que nos hablaba de una calle desierta en la que alguien pagó con su vida una infidelidad; la ex – rea reflexiona frente a la cárcel "con un Louis Vuitton". He aquí algunas otras muestras de esta primera parte:

Amor de látex, caucho y goma
Vacaciones en Sodoma
¿Qué prefieres? ¿Mantequilla o tulipán?
Vacaciones, de Impermeable 2001

Hojas convertidas en té, yo no sé, yo no sé
Un insecto crea la miel,
y la putrefacción
el buen queso francés
Deja la lujuria un mes, de Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga, 1997

El bloque Autodestrucción y muerte contiene canciones en las que Carlos se confiesa consciente de su destino, un destino que, a pesar de todo, no contempla modificar:

¿Quién se acordará de él?
¿Quién mandará a remendar
los trajes que aquella polilla se comió?
Trajes de alpaca,
de seda o tervylón.
Manga por hombro, de Impermeable, 2001

Aunque no soy nada perfecto
Soy lo que soy
Era joven cuando quiso Dios
Enviarme al mundo del dolor
2002, de Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga, 1997

Las canciones de Amor son las que más sitio ocupan, como ocurre en la carrera de la mayoría de los artistas, pero siempre marcadas por la personalidad tan singular de Carlos. Aparece aquí "Indicios de arrepentimiento", mi favorita de toda su carrera. En ellas se encierra con frecuencia la vieja dialéctica entre los irreconciliables mundos de la noche y la estabilidad emocional, y desde luego, el mantenimiento de la dignidad y el saber estar sobre todas las circunstancias. Algunas perlas que se pueden encontrar en esta parcela:

¿Qué pensará? ¿Paseará
por Alcalá o la Gran Vía?
¿Qué comerá? ¿Qué catará,
nouvelle cuisine o una tortilla?
Por desgracia no, de Impermeable, 2001

Con tu look tan inglés
Como que pasas mucho
Y yo mientras lucho
con la idea de ser lo peor
Indicios de arrepentimiento, de Indicios, 1994

Yo que sólo fui para ti paracetamol
Traición, de Indicios, 1994

Vacilé frente a la aventura,
mendigué y en un tono neutro
te pedí que te vinieses conmigo
Te defiendes con la sonrisa
la sonrisa que a mí me irrita
y que anuncia que el fin está a la vista (...)
Lo que no lloraste al decirme adiós
Llorarías al ver lo feliz que soy
Sólo quince días y ya te olvidé
Dos semanas más y me enamoraré
No hay mal que por bien no venga, ya lo sé
Y por cierto, espero no volverte a ver
El tiempo gana, de Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga, 1997

Eres como las rebajas, como una ventosa,
como un periodista,y yo también.
Tazas de té, de Indicios, 1994

Aún recuerdo esa noche de julio
En una terraza, eras camarero
Te vi servir, te vi fregar
Aunque sé que yo a tu lado
soy estorbo, soy pecado
Políticamente correcto no soy
Políticamente correcto, de Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga, 1997

El niño Carlos es una especie de cajón de sastre, no muy lleno tampoco, donde tratan de representarse ciertos impulsos no del todo adultos de Carlos Berlanga, como su timidez, su paranoia, las eternas dudas para decidir de quien lo tenía todo, un tema que me parece precioso y que no sabría dónde encajar como "Rayos de Plasma", una traslación musical de alguna escena de Almodóvar, "La cajera", y, especialmente, una versión que lleva a cabo de un tema de Françoise Hardy y que dedica a Papá Berlanga en lo que es un doble homenaje hacia dos de los personajes que más marcaron su trayectoria estética:

¿Por qué me pongo tan furioso,
si soy tranquilo y ahora me encuentro bien?
Estados, de Impermeable, 1994

¿Qué es lo mejor, cine o televisión?
Y si es cine, ¿de acción o comedia de amor?
¿Playa o ciudad? ¿La montaña o el mar?
Y si es mar, ¿cuál será? ¿Qué océano valdrá?
Lady Dilema, de Impermeable, 1994

Siempre tuve mil razones para pensar mal
Del cartero, del lechero, del que me vende el pan
Y de las chicas vestidas de modelón
Y de los chicos vestidos de mormón
Impermeabilizado, de Impermeable, 1994

¿Con qué descuento me llega tu voz?
¿Cuál es tu oferta de vida interior?
La Cajera, de Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga, 1997

Y mi sitio está en la Croisette
Mientras observo a las starlettes
A Cannes, de Impermeable, 1994

Este ha sido un pequeño repaso a algunas de las mejores letras de Carlos. Para otro día quedan otras cuestiones, como sus encuentros y desencuentros con Olvido Gara y Nacho Canut.

Una curiosidad más.
Su sitio en internet, que siempre estuvo ambientado por los acordes en bucle del comienzo de "El Hospital", ya no existe. Ayer, después de mucho tiempo, pinché en el enlace de la derecha -creo que fue el primero que puse en el blog, cuando lo abrí- para ver cómo seguía su página web. Bien, ésta ha desaparecido del servidor de arrakis (qué tiempos...). A mí se me hace difícil suprimir ese enlace fantasma. No creo que lo haga.

Isaac Lobatón

04 junio 2007

Primavera Sound (I)

Es muy pulcro. ¿No te parece?

Me gusta el tranvía. Aunque ensucie la atmósfera, no lo vemos y resulta limpio, acogedor, rápido, eficaz. No tardo ni diez minutos en desplazarme desde la casa de mis anfitriones hasta el fórum.

Una vez allí, lo capto rápidamente. Brisa marina de un Mediterráneo a un paso, luz, cemento, diafanidad... limpieza, en definitiva. Espacios muy abiertos para tránsitos cómodos de un escenario a otro. No habrá polvo, no habrá empujones ni mareas humanas, ni pasillos estrechos por los que querrá pasar todo el mundo en un momento dado. Con un libro de estilo diferente, el Primavera va invadiendo el espacio que, aun ahora, sigue ocupando el FIB; un FIB que este año ya ha anunciado una nueva ampliación y un aumento del número de asistentes. Un FIB que se ha convertido, para muchos, en un exceso inaguantable que linda demasiado cerca de la frivolidad, ya que la magnitud del certamen dota de tal protagonismo a la masa que empequeñece necesariamente al artista, a este paso un convidado de piedra.

Desde el primer contacto con el Primavera, se intuye una perfecta organización. Además de la tradicional pulserita-resort, se entrega una tarjeta con código de barras. Bien. La feria del disco discurre en una ancha avenida donde decido no detenerme mucho para disfrutar de una visita panorámica.

Es jueves y son casi las diez, pero no he podido llegar antes. A esas horas ya lamento haberme perdido a nombres como Herman Düne, programado para las ocho, y Dirty three, a las siete si no recuerdo mal. Lo bueno es que tengo tiempo de sobra para llegar a donde tocan Slint y hacerme con un sitio decente. Así que hablo por teléfono, cuento mis buenas impresiones, paso por el escenario "Estrella", el principal, cuando primero detecto, luego percibo y finalmente oigo, los armónicos de guitarra de "Breadcrumb trail", el tema que abre "Spiderland".

- "Mira, en el escenario de Slint están poniéndolos para ambientar... pero suena a directo, pero no puede ser... queda una hora... ¡Están Slint! ¡Pero bueno...! ¡Adiós!".

Cuelgo el teléfono y me voy corriendo.

Slint: Sonrisas y lágrimas

La primera vez que escuché a Slint me reí muchísimo. Cuando tengo por delante a un intérprete o grupo con un talento tan sobrado, yo reacciono así, en lo que no creo más que un reflejo de que me siento superado. Como cuando veía a Zidane hacer la roulette. Siento que me están vacilando, que no es posible. O como cuando actúa Juan Tamariz. Me engañan una y otra vez, pero me encanta.

El concierto está empezando y rememoro esas sensaciones. El auditorio escucha serena y respetuosamente; una constante durante los tres días. Walford, Mc Mahon y Pajo, entregados a lo suyo. El rostro de Pajo se ha endurecido con los años. Ahora muestra una rotunda severidad. Se parece a Nadal. Quizá tenga en común con él la certeza de que le dieron muchas papeletas para hacer historia. Para ser historia. La banda entera segrega quitina junto a un público que muestra una comunión y complicidad fuera de lo común, plenamente consciente del fenómeno ante el que se encuentra.

Se suceden, una tras otra, las seis piezas que conforman Spiderland. Seis maneras de demostrar que, a veces, podemos encontrarnos con grupos a los que cuesta encontrar raíces, si es que alguna vez las tuvieron. Yo no encuentro yacimientos de música negra por ninguna parte. Tampoco de folk, no desde luego de ese que tiende un puente entre el country y la tradición celta. En directo estoy aun más seguro de que estamos ante la música de los blancos de la América profunda, esa suerte de entelequia tan llamativamente morbosa para el ciudadano europeo. El sitio que imaginamos siempre como un inmenso erial, casi tanto en lo paisajístico como en lo cultural, pero sobre todo, en lo social; pensamos en campos en barbecho, en cultivos de trigo, en cabañas habitadas por personajes introvertidos y lentos de movimientos que pasan días y semanas sin hablar con nadie.

Probablemente, pocas de esas memeces urdidas por nuestra prepotente mente post fenicia sean ciertas, pero de haber existido en algún momento, el hoy trío de Tennesse representa todo ese ambiente de una manera casi física y tangible. Y aunque este disco, Spiderland, date de 1990, es tal su personalidad y su diferenciación que su vigencia es indiscutible. Sin poder afirmarlo de una manera rotunda -estas cosas son muy relativas, a pesar de todo- es uno de esos trabajos que te conducen a la conclusión de que, sin ellos, no habría sido lo mismo.

Guitarras desnudas, arpegios cristalinos, desaforados cambios de tiempo, batería dominante, limpia y contundente, la voz lúgubre que envuelve historias (ojo) no siempre oscuras, como el que interpreta los momentos de felicidad como pequeños fraudes vitales... Los instrumentos en Slint no tienen jerarquía; aunque esto suene a tópico destinado a quedar bien (como cuando en los conciertos de antes se pedían aplausos para el portero) esta vez es cierto, pero no por nada, sino porque estos muchachos funcionan como un grupo de escapados en una etapa llana del Tour. Si alguno trata de irse, el resto acelera y lo alcanza sin problemas. Es un equilibrio contradictorio este, pues entran en juego competitividad y solidaridad.

Más que bien quedaría uno etiquetando a Slint como un grupo de rock deconstructivista, pero yo creo que no es exacto. En primer lugar, porque yo no estoy seguro de que Slint sea un grupo rock por el mero hecho de que cuenten con guitarra, bajo y batería -al menos por lo que respecta a "Spiderland"- y, en segundo lugar, porque lo que creo es que no deconstruyen, sino que construyen a partir de 0'1, desde el mínimo -que tampoco es lo mismo que ser minimalista.

Todo esto se vino abajo con el último tema, el único que no pertenecía a "Spiderland". Dos acordes, un juego eterno de construcción (siento repetirme). Esta vez, Slint ejercen de hormigas, y no de arañas. Grano a grano de arena, el grupo discurre por un ámbito que va resultando más familiar conforme pasan los segundos; cimientos y cemento que permiten que el tema crezca a lo largo y a lo ancho. Hacia el minuto doce, no sé muy bien cómo, mi cabeza se abstrae y, dentro de ella, retumba una voz negra ("soul man, soul man") acompañada de un cuarteto de metales. De vuelta a la realidad, me quedo con la sensación de que Slint me ha vuelto a torear mientras compruebo que la composición todavía no ha explotado y mis ojos se humedecen ante el esqueleto estructural de lo que podría ser cualquier estándar clásico norteamericano, pero interpretado con el espíritu propio de una jam session, así ha sido como se ha desarrollado y finalizado el tema en cuestión. ¿Jazz? ¿Simple psicodelia? ¿Free jazz, incluso? Demasiadas preguntas. Ninguna respuesta.

Meridiano de Greenwich

El concierto ha terminado. Cuando están casi acabando, veo aparecer gente que cree que acaban de empezar. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. En fin...

Después de esto -pienso- puede que Alexander Tucker sea lo mejor para acabar el día. Con rotundidad, no me apetece soportar a Smashing Pumpkins, pero tampoco a White Stripes. Ante tal demostración, no toleraría nada que se aproximase ni un kilómetro a la impostura.

Cuando llego al escenario ATP, aquello no es Alexander Tucker. Miro mi reloj una y otra vez. También el del móvil. Pregunto en una barra si se sabe algo de un adelanto de horarios (¡una hora!). Nada. Al acabar, una simpática pareja me dice que, en efecto, estos eran Comet on fire y que se ha producido un adelanto generalizado de una hora. Amablemente, me pasan un horario actualizado, pero yo ya había decidido irme a casa tranquilamente, previo paso por la feria del disco. Un poco indignado por el desajuste horario, emprendo el camino. Dos fallos -pienso- porque la página web del Primavera es manifiestamente mejorable. Por el camino veo a unos españoles pelín insustanciales, Ghouls'n'Ghosts. No llegaron en buen momento a mi vida.

(Continuará)

Isaac Lobatón