El gallo necesario: José Ángel de la Casa
Mi primer recuerdo futbolístico se remonta a una soleada tarde del verano de 1982, una paloma blanca hecha con gente sobre un campo de juego, un niño que sacaba otra paloma de un balón, y mi abuela que, como siempre, no paraba de narrar lo que salía por la tele -por fin en color- que en ese caso, como ya habrán adivinado, no era otra cosa que la inauguración del mundial celebrado en España aquel año.
Asociadas a aquellas imágenes, y dentro del mismo bucle, las sintonías, la "R" parpadeante de "Repetición de la jugada", que yo pronunciaba dentro de mi cabeza porque estaba aprendiendo las letras (errrrrrrre, errrrrrrre... quizá por esto sea ahora Don Erre que Erre), el marcador y el cronómetro sobreimpresionados rudimentariamente y el color fosforescente de las camisetas de España; en mi cuarto, a la derecha de mi cama, el mini poster dedicado a la selección que regalaron aquel año con el diario; no los recuerdo a todos de memoria, pero estaban Arconada, Camacho, Zamora, López Ufarte, Gallego, Sánchez, Satrústegui, Gordillo...
Cuando los miraba, en mi cabeza retumbaba una voz pausada y grave que yo asociaba a la ilusión del fútbol, a España y a las contadas veces que ponían al Cádiz por la tele. Como los domingos no ponían partidos, cosa que me parecía incomprensible, a veces escuchaba la radio. Nunca me gustó. Los narradores me ponían nervioso y no alcanzaba a comprender por qué lo hacían diferente a aquel hombre de la tele cuyo nombre me aprendí rápidamente: José Ángel de la Casa.
Cuando tenía seis años y vivía en Tarifa con mi madre, España jugaba un partido importantísimo. Mi madre me puso un cola-cao y un bocadillo y allá me senté, frente a una enorme Zenith en blanco y negro donde únicamente se veía la primera cadena porque sólo sintonizaba en VHF. Yo no sabía muy bien para qué servía ese partido. Primero dijeron que tenían que marcar once goles; luego, en el descanso eran nueve; pero al final debían ser doce. Todavía no sabía yo muy bien cómo iba eso de restar y tal.
Recuerdo a Rincón haciendo molinillos con el brazo y a Santillana. Cuando llevaban siete u ocho goles, yo ya había comprendido que había que llegar hasta doce. Más tarde se produjo ese hecho tantas veces recordado: "Señor... Víctor... ha caídooo... Señor, Señor!! Goooooollll!!!! GOOWWWAARARLRLLL DE SEEEÑÑÑWWWRRRWOOWOO!!!! Goooooool de Señooooor!!! ".
Aquel tipo se había emocionado. Era la primera vez que le veía hacerlo. Unos años más tarde, Tele 5, en la época en la que todavía era Tele-teta, emitía un programa nocturno que se llamaba "Futbolísimo". Un día programaron el España-Malta... sin los comentarios de José Ángel de la Casa... un fraude. Yo había grabado el partido y me preguntaba para qué lo había hecho. Luego, no sé con motivo de qué, lo encontré un día en vídeo en El corte inglés de Sevilla. Desde entonces, lo habré visto como veinte veces con personas diferentes.
Pese a lo que suele decirse, yo lo escuché emocionarse y decepcionarse otras veces: En la Eurocopa del 84 -con el gol de Maceda en semifinales y el fallo de Arconada en la final- en el Mundial de Méjico -donde pudo cantar otro gol agónico de Señor- en los Juegos Olímpicos de Barcelona con el atletismo o en las finales de copa de Europa o de la UEFA disputadas por equipos españoles.
Profesional sobrio y de opiniones ponderadas, José Ángel de la Casa aparecía, para muchos, como un periodista soso y desfasado, de corte frío y anticuado ante la exuberancia narrativa de los jóvenes profesionales que iban surgiendo. A mi modesto entender, ha sido de los pocos que ha sabido distinguir entre radio y televisión a la hora de narrar un encuentro. El estilo radiofónico no es para la televisión, donde el espectador cuenta con la visión de las jugadas, lo que le posibilita construir sus propios juicios. Cuando, por el contrario, el presentador se adapta al formato televisivo, se producen desgracias como las protagonizadas por Paco García-Caridad, en los tiempos donde Antena 3 obligó a que hubiera fútbol los lunes o, en general, cualquier periodista de esta cadena.
Uno de los valores que hacían grande a José Ángel de la Casa era su desempeño a la hora de aprenderse los nombres de los componentes del equipo extranjero, pronunciándolos siempre con corrección fonética, en lo que constituye una muestra, no sólo de profesionalidad, sino de respeto y deportividad. Él no decía Gary Nevíl, sino Gueri Nevool-l; tampoco decía Freund, sino Froind. De la misma manera, se informaba convenientemente de quién era el mandatario que representaba al país contrario en el evento correspondiente.
Otra de sus especialidades era dar cuenta de la intensidad del momento, pero sólo con la palabra, no con gritos. Ayer, en su despedida, España -como no podía haber sido de otra forma- sacó adelante el partido de manera agónica. Características, en estos casos de llegadas continuas pero sin suerte en el remate, eran construcciones como: "Guardiola... una y otra vez el equipo español toca empezando desde abajo, Urzáiz, no llega Amor... sí lo ha hecho Baquerooooo... ¡paró el meta lituano! ¡¡Qué barbaridaaad!! España lo intenta, pero estamos ya en el minuto 86, siempre con el cero cero en el marcador...". Por añadir una frase más de su catálogo, cuando Italia, por poner un caso, nos atacaba bombeando balones y forzando saques de esquina, me gustaría citar "momentos de agobio para España, señores". Yo creo que ha sido el último en decir "señoras y señores" de una manera académica y seria.
Cuando yo era pequeño, se despedía siempre diciendo "un saludo desde...", fórmula que yo también utilizaba en mis cartas durante esa edad en la que escribes a gente que ves todos los días, sólo por el mero hecho de escribir cartas; así que yo ponía "un saludo desde la Calle Acacias"... qué ridículo, jeje.
En los últimos tiempos, y cuando el equipo ganaba, solía cerrar la transmisión con un "Que ustedes lo hayan disfrutado"; así lo hizo ayer, pidiendo permiso humildemente "después de treinta años ruego me permitan un minuto", y añadiendo, mucho más emocionado de lo que podríamos haber imaginado, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada, que para él había sido un placer, que él había disfrutado muchísimo y que esperaba que nosotros también.
Por si queda alguna duda, yo desde luego que lo disfruté.
Asociadas a aquellas imágenes, y dentro del mismo bucle, las sintonías, la "R" parpadeante de "Repetición de la jugada", que yo pronunciaba dentro de mi cabeza porque estaba aprendiendo las letras (errrrrrrre, errrrrrrre... quizá por esto sea ahora Don Erre que Erre), el marcador y el cronómetro sobreimpresionados rudimentariamente y el color fosforescente de las camisetas de España; en mi cuarto, a la derecha de mi cama, el mini poster dedicado a la selección que regalaron aquel año con el diario; no los recuerdo a todos de memoria, pero estaban Arconada, Camacho, Zamora, López Ufarte, Gallego, Sánchez, Satrústegui, Gordillo...
Cuando los miraba, en mi cabeza retumbaba una voz pausada y grave que yo asociaba a la ilusión del fútbol, a España y a las contadas veces que ponían al Cádiz por la tele. Como los domingos no ponían partidos, cosa que me parecía incomprensible, a veces escuchaba la radio. Nunca me gustó. Los narradores me ponían nervioso y no alcanzaba a comprender por qué lo hacían diferente a aquel hombre de la tele cuyo nombre me aprendí rápidamente: José Ángel de la Casa.
Cuando tenía seis años y vivía en Tarifa con mi madre, España jugaba un partido importantísimo. Mi madre me puso un cola-cao y un bocadillo y allá me senté, frente a una enorme Zenith en blanco y negro donde únicamente se veía la primera cadena porque sólo sintonizaba en VHF. Yo no sabía muy bien para qué servía ese partido. Primero dijeron que tenían que marcar once goles; luego, en el descanso eran nueve; pero al final debían ser doce. Todavía no sabía yo muy bien cómo iba eso de restar y tal.
Recuerdo a Rincón haciendo molinillos con el brazo y a Santillana. Cuando llevaban siete u ocho goles, yo ya había comprendido que había que llegar hasta doce. Más tarde se produjo ese hecho tantas veces recordado: "Señor... Víctor... ha caídooo... Señor, Señor!! Goooooollll!!!! GOOWWWAARARLRLLL DE SEEEÑÑÑWWWRRRWOOWOO!!!! Goooooool de Señooooor!!! ".
Aquel tipo se había emocionado. Era la primera vez que le veía hacerlo. Unos años más tarde, Tele 5, en la época en la que todavía era Tele-teta, emitía un programa nocturno que se llamaba "Futbolísimo". Un día programaron el España-Malta... sin los comentarios de José Ángel de la Casa... un fraude. Yo había grabado el partido y me preguntaba para qué lo había hecho. Luego, no sé con motivo de qué, lo encontré un día en vídeo en El corte inglés de Sevilla. Desde entonces, lo habré visto como veinte veces con personas diferentes.
Pese a lo que suele decirse, yo lo escuché emocionarse y decepcionarse otras veces: En la Eurocopa del 84 -con el gol de Maceda en semifinales y el fallo de Arconada en la final- en el Mundial de Méjico -donde pudo cantar otro gol agónico de Señor- en los Juegos Olímpicos de Barcelona con el atletismo o en las finales de copa de Europa o de la UEFA disputadas por equipos españoles.
Profesional sobrio y de opiniones ponderadas, José Ángel de la Casa aparecía, para muchos, como un periodista soso y desfasado, de corte frío y anticuado ante la exuberancia narrativa de los jóvenes profesionales que iban surgiendo. A mi modesto entender, ha sido de los pocos que ha sabido distinguir entre radio y televisión a la hora de narrar un encuentro. El estilo radiofónico no es para la televisión, donde el espectador cuenta con la visión de las jugadas, lo que le posibilita construir sus propios juicios. Cuando, por el contrario, el presentador se adapta al formato televisivo, se producen desgracias como las protagonizadas por Paco García-Caridad, en los tiempos donde Antena 3 obligó a que hubiera fútbol los lunes o, en general, cualquier periodista de esta cadena.
Uno de los valores que hacían grande a José Ángel de la Casa era su desempeño a la hora de aprenderse los nombres de los componentes del equipo extranjero, pronunciándolos siempre con corrección fonética, en lo que constituye una muestra, no sólo de profesionalidad, sino de respeto y deportividad. Él no decía Gary Nevíl, sino Gueri Nevool-l; tampoco decía Freund, sino Froind. De la misma manera, se informaba convenientemente de quién era el mandatario que representaba al país contrario en el evento correspondiente.
Otra de sus especialidades era dar cuenta de la intensidad del momento, pero sólo con la palabra, no con gritos. Ayer, en su despedida, España -como no podía haber sido de otra forma- sacó adelante el partido de manera agónica. Características, en estos casos de llegadas continuas pero sin suerte en el remate, eran construcciones como: "Guardiola... una y otra vez el equipo español toca empezando desde abajo, Urzáiz, no llega Amor... sí lo ha hecho Baquerooooo... ¡paró el meta lituano! ¡¡Qué barbaridaaad!! España lo intenta, pero estamos ya en el minuto 86, siempre con el cero cero en el marcador...". Por añadir una frase más de su catálogo, cuando Italia, por poner un caso, nos atacaba bombeando balones y forzando saques de esquina, me gustaría citar "momentos de agobio para España, señores". Yo creo que ha sido el último en decir "señoras y señores" de una manera académica y seria.
Cuando yo era pequeño, se despedía siempre diciendo "un saludo desde...", fórmula que yo también utilizaba en mis cartas durante esa edad en la que escribes a gente que ves todos los días, sólo por el mero hecho de escribir cartas; así que yo ponía "un saludo desde la Calle Acacias"... qué ridículo, jeje.
En los últimos tiempos, y cuando el equipo ganaba, solía cerrar la transmisión con un "Que ustedes lo hayan disfrutado"; así lo hizo ayer, pidiendo permiso humildemente "después de treinta años ruego me permitan un minuto", y añadiendo, mucho más emocionado de lo que podríamos haber imaginado, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada, que para él había sido un placer, que él había disfrutado muchísimo y que esperaba que nosotros también.
Por si queda alguna duda, yo desde luego que lo disfruté.
Isaac Lobatón