Existen muchas cosas feas que sólo se dan en período electoral o pre-electoral. La mayoría de ellas se atribuyen a aquellos políticos que cobran por serlo, lo cual tiene su lógica, pero el ciudadano que no ejerce la política de manera profesional -políticos somos todos- suele olvidar que el parlamentario o concejal no es más que un interino que, en la mayor parte de los casos, no dura demasiado.
En cambio, si uno sufre a un ciudadano con madera de pelmazo político comprobará que, pasados los años y las convocatorias electorales, éste no varía un ápice su conducta. Me refiero a ese tipo de persona coñazo que, con argucias de diverso tipo, trata de convencerte de que votes lo mismo que él. Las artimañas pueden ser de diversa índole, pero lo que lo caracterizará seguro será la fidelidad inquebranteable a unos colores. Y si no es inquebrantable, es porque se habrá quebrado y patinará hacia el otro extremo, con lo cual el discurso se tornará aun más insoportable, porque no hay nada más abominable que la fe del converso.
Creo que todos deberíamos desconfiar de estas últimas características. En el instituto vi, por ejemplo, que había compis con fotos de Franco y banderitas con águilas en sus habitaciones, lo que, por otra parte, no nos impedía ser amigos. Yo pensaba -y sigo pensando- que no eran franquistas, pero ellos creían serlo y no se podía hacer nada. Daba igual, porque nos emborrachábamos del mismo modo. En aquella época había mucha hipocresía, porque estos muchachos rajaban de los GAL. Claro que, a poco que tomabas un par de copas, les sacabas que, "con los GAL lo que tenían era que haberlos hecho bien".
Luego, cuando pude votar a los dieciocho años, me comprometí en una mesa como apoderado de un partido, y gracias a la experiencia decidí no afiliarme jamás a ninguno. Esos mítines, esos autobuses, esas concentraciones de personas, ese no-saber-dónde-se-ha-venido de algunas caras, esas celebraciones desaforadas de la no-derrota o de la victoria... me pareció lo peor.
He visto a mucha gente repetir consignas que, evidentemente, lleva oyendo toda la puñetera vida en su casa y, o bien no se ha parado a cuestionar o prefiere no hacerlo para no caer en interrogantes irresolubles. Es más fácil creer en algo y pensar que se está más cerca de un ideal de justicia que, ay, unos malos malosos (los otros) no nos dejan llevar a cabo.
Si no hay dos casos iguales en medicina, si no hay un disco de ningún grupo cien por cien perfecto, ¿cómo va a haber un partido político al que podamos votar inamoviblemente toda nuestra vida? Porque, igual que hay periodistas que, antes de celebrarse el debate del otro día tendrían decidido el titular, hay muchísima gente que sabe perfectamente que va a votar a los mismos dentro de cuatro, ocho, doce, dieciséis años.
Como me pasaba con los chicos de las fotos de Franco del instituto, a mí nada me impide llevarme bien con amigos que discurran así, pero eso no quiere decir que lo entienda, porque para mí la quintaesencia de la democracia es el descreimiento, el derecho a cambiar de opinión, que es lo más grande y que es hermano mellizo de elegir. Si alguien me asegura que va a votar lo mismo toda su vida, interpreto esa posición como algo cercano a la anti elección, como el resultado de ser prisionero de una idea. O de un ideal, que sería más bonito, pero menos real.
Otro elemento molesto. Si te encuentras a uno de estos, está claro que no puedes estar 60% de acuerdo, pero tampoco 95%. Sólo vale el 100% -especialmente con los conversos, claro- porque de lo contrario serás una especie de traidor o, peor, de indocumentado, vendido o engañado. Si hubo un día en que analizando la realidad política no hubo ningún roce y el tipo se fue a su casa contento porque pensaba que eras uno de los suyos, pero en el café de hoy ve que hay algún tema del que no estás suficientemente "informado", o percibe que "te han manipulado", en ningún caso recordará ese día de feliz acuerdo, es decir, aquello que os une, que generalmente suele ser más de lo que os separa... Es mucho más fácil discutir. Reafirma las convicciones. Así podremos seguir pensando que los buenos somos nosotros y los malos los demás.
A continuación introduzco ejemplos de conversaciones. A lo mejor hay alguna 100% real... o, si me lo permiten, 97% real:
CONVERSACIÓN 1
- ¿Qué? ¿Viste ayer el debate?
- Sí, qué divertido, ¿verdad?
- Bueno, yo no le veo la gracia, porque estos...
- ... ¿quiénes?
- ¿Quiénes van a ser? ¿Tú no los irás a votar, verdad?- ¿A quién? Bueno, yo nunca digo mi voto en las legislativas...
- ... ah.
- Claro... [para que no me den el coñazo los capullos como tú].
CONVERSACIÓN 2
- ¿Qué? Ayer, de fiesta, ¿verdad?
- Sí, sí, qué bien estuvo [el candidato de la persona en cuestión]
- Sí, la verdad es que es muy bueno. Se nota una persona con una experiencia seria.
- ¿Verdad? A ver qué pasa, porque yo estoy acojonao...
- ...
- Sí, quillo, ¡acojonao!
- Pero, ¿por qué? ¿Qué puede pasarle a mi vida cotidiana?
- ¡Que no puede ser!
- Ah, ¿no? ¡Jaja!
- Mira, ¡en los años treinta los anarquistas decían "Salud y libertad" [o algo así]! Con esos no hay libertad!
- ... pero no estamos en los años treinta... no en los del siglo XX al menos... (está más cerca el 2030) Eso seguro.
- Pero ahora los maricones se pueden casar ahora y los viejos tienen atenciones.
- Eso no va a cambiar... nunca se derogaron leyes que...
- ...Mmmmm, ahí te doy la razón...
Bueno, lo dejo así, que me estoy poniendo nervioso.Josu Pongo, firma invitada